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Por Hilda Cabrera "Gaiev está lleno de imperfecciones. Su aspiración es ser un protegido del medio social. Es un niño bien, un consentido, pero es tratado con tanta piedad por Chejov que no puedo menos que quererlo." El actor Jorge Petraglia sólo tiene palabras de comprensión para el personaje que compone en El jardín de los cerezos, escrita en Yalta en 1903, cuando Anton Chejov (1860-1904), médico y escritor, peleaba contra la tuberculosis que lo minaba, y ya había renunciado a su lugar en la Academia de Bellas Artes de Moscú en protesta por la exclusión de Máximo Gorki. Considerada una de las obras maestras de Chejov sobre la sociedad rusa de los años inmediatamente anteriores a la Revolución de 1917, El jardín... sube hoy al escenario de la Sala Casacuberta del Teatro San Martín bajo la dirección de Agustín Alezzo. En diálogo con Página/12, Petraglia, junto al actor Osvaldo Bonet (quien compone en esta puesta al viejo servidor Firs), destaca la piedad como rasgo esencial del autor ruso: "Ve los defectos de sus personajes. Tiene una posición crítica y no los justifica, pero entiende que están conformados por el medio y que no pueden ser sino lo que son". Destacados protagonistas de la historia artística del San Martín iniciada en 1960, estos actores lo saben todo del teatro y de su repertorio: Bonet fue su director (1969-70) e integrante del elenco estable (hoy inexistente), y Petraglia, actor y director de varias obras. De ahí que vivan conmovidos cada retorno "a los autores que dan sentido al teatro", y a los que como Chejov descubren lo que esconden las palabras y las trivialidades cotidianas. Así como Petraglia fue alguna vez el viejo criado Firs, Bonet compuso a Gaiev en 1979, en la reposición de una puesta de 1978 realizada por Omar Grasso en la Casacuberta. De modo que traer nuevamente a escena estos personajes es para ellos ampliar y profundizar una experiencia, incluso a nivel cotidiano: "Conozco gente que se parece mucho a Gaiev --apunta Bonet--. Son personas que tienen una vida regalada, y a las que el tiempo no modifica. Se expresan siempre de la misma manera, como un tío mío, que cuando me veía decía invariablemente: '¡Ahí está el cómico!'. El tiempo pasaba, pero para él yo era siempre el cómico" --¿Cómo fue el trabajo de ustedes en el San Martín, y cómo es ahora? J.P.: --Uno de mis primeros trabajos de dirección en el teatro fue a comienzos de 1970, cuando estrenamos Nada que ver, de Griselda Gambaro. Pero antes yo había hecho una puesta de El jardín de los cerezos en 1966, con la Comedia Nacional, que funcionaba en el San Martín porque el Cervantes se había incendiado. Fue un pedido de la actriz Delia Garcés, con acuerdo de Luisa Vehil, que por esa época dirigía la Comedia. También entonces, a pedido de ella, hice Firs, un símbolo, como el jardín, del paso del tiempo.
O.B.: --Firs representa lo antiguo, el conservadurismo (es contrario a la emancipación de los "siervos de la gleba"), la vejez y la frustración. Hay una frase que pronuncia y lo define: "La vida pasó, y es como si no la hubiera vivido". Y es así. Es notable esta permanencia de los personajes y de las obras de Chejov, que Stanislavsky ayudó a divulgar con los montajes que hizo en el Teatro de Arte de Moscú. J.P.: --A pesar de que Chejov --como escribe en las cartas que le envía a su mujer, la actriz Olga Knipper-- se mostraba en desacuerdo con los montajes de Stanislavsky. O.B.: --Creo que él no entendía las reacciones que provocaban sus obras. Se cuenta que mientras Stanislavsky estaba preparando la puesta de Tres hermanas, Chejov, que asistía a una de las lecturas, se alarmó cuando vio llorar a los actores. Se fue enojado del teatro, porque según él su intención había sido escribir un vodevil. J.P.: --Hay una frase, al comenzar el último acto de El jardín..., que guarda relación con esas peleas. Uno de los personajes anuncia que se tienen que ir de la casa en veinte minutos. Este era en realidad un dato preciso, puesto por Chejov para que Stanislavsky no llevara el acto a cuarenta y cinco, que fue de todas maneras lo que hizo el director.
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