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Los paraguas de Toulouse,
una película de festival

Vencieron claramente 3-1 a Nigeria, jugando el mejor fútbol desde que llegaron a Francia, y pasaron a la siguiente ronda,
donde deberán medirse nada menos que con el equipo local.


Todo el festejo alrededor de José Luis Chilavert.
Los paraguayos ganaron merecidamente y
juegan los octavos.

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PARAGUAY

Chilavert; Arce, Ayala, Gamarra, Sarabia; Paredes, Benítez, Enciso, Caniza; Brizuela, Cardozo.
DT: Paulo César Carpegiani.

NIGERIA
Rufai; Eguavoen, Iroha, West, Okafor; Oruma, Oliseh, Lawal; Babangida, Kanu, Yekini.
DT: Bora Milutinovic.


Estadio: Municipal (Toulouse)
Arbitro: Pirom Un Prasert (Tailandia)
Goles: 1m. Ayala (P); 11m. Oruma (N); 58m. Benítez (P); 87m. Cardozo (P).
Cambios: 45m. Okpara por Oliseh (N); 55m. Yegros por Canisa (P); 67m. Acuña por Benítez (P); 68m. Finidi por Oruma (N); 79m. Rojas por Brizuela (P).


t.gif (67 bytes)  Y la cancha estaba llena. En un partido sin locales europeos, entre dos selecciones de lejanas latitudes y en un match en el que (apenas) se jugaba un destino de segundo puesto –en Toulouse además, y no en París– estaba lleno. Y los paraguayos fueron cómoda mayoría, aunque no locales. La cancha estaba llena pero no todos la llenaban igual: ni la verde rectangular ni la de cemento. Los paraguayos tenían no sólo obligación sino razones para estar ahí, porque se jugaban todo. Si no ganaban, afuera.
Esta Nigeria que armó Milutinovic con un marcador gordo y negro de tachar, estuvo apenas como una manera de demostrar educación y cortesía. Apareció como a esas fiestas a las que uno va para irse enseguida. Cumplo, saludo y me voy. La hinchada genuina también, puso un rincón bien verde pero jamás creció en el aliento.
Sin embargo, el cabezazo al gol de Celso Ayala ante el corner de Arce al minuto apenas aceleró la cosas. Nigeria tuvo un motivo para jugar con todo (la desventaja) y Paraguay tuvo un motivo para jugar como antes (a defenderse). Y así fue: por media hora larga, empate mediante, en una buena jugada colectiva, los nigerianos jugaron bien e impusieron el toquesutil, casi de papi fútbol del cadencioso Kanu, y la dinámica con habilidad del manija del Ajax, Oliseh, bien acompañados por el resto. Y ahí pudieron liquidar porque ese rato fue de lo más flojo de Paraguay en la Copa del Mundo. Incluso se equivocaron varias veces en el fondo y sólo el temple aparatoso –pero temple al fin– de Chilavert y la obstinación de los nigerianos de hacerlo con todos los chiches impidieron que tomaran ventaja.
Mientras tanto, y vale la pausa del primer tiempo para la referencia, se jugaba otro partido en Lens y en el alma atribulada de muchos en la zona de prensa: los periodistas españoles y otros que no lo eran seguían por televisión ahí mismo los avatares de España-Bulgaria y se ilusionaban con la ventaja de dos goles en el primer tiempo. Pero estaba Rufai, claro. Y el arquero nigeriano, que ataja en La Coruña, es como Chilavert pero al revés: transmite una inseguridad llamativa, obliga a cerrar los ojos en cada centro, provoca temblores en su defensa y en la tribuna. Anoche, en el palco, los colegas españoles lo aplaudían cada vez que la tocaba “para fortalecerle la autoestima ...” decía uno. No alcanzaría. Bora tachó también a Oliseh y de salida Paraguay fue distinto. Aunque padezca –la expresión es de Carpeggiani– de una “generación sin delanteros”, siguió empujando. Ya no cometieron errores atrás, le cortaron la circulación a Nigeria en el medio (en el primer tiempo Enciso, Paredes y compañía les miraban los números a los volantes verdes) y empezaron a llegar. A la paraguaya: bochazo y estirada del laborioso e ineficaz Cardozo, que nunca llega; o chilena de Caniza o chilena de Brizuela (que la tocó poco) o zapatazo de Benítez ... Y justo éste, que no había andado bien como contra España y que venía de desperdiciar una, a los 13 minutos hizo el gol de su vida: recibió de Paredes, dio dos pasos y desde afuera del área la clavó sobre la estirada del bueno de Rufai. La pelota pegó en la parte interna del travesaño, picó adentro y volvió a tocar la red arriba. Así de fuerte. Y así se acabó el partido.
Los nigerianos no quisieron más. Fue la media hora gloriosa de Paraguay y la jugó con alma y vida. Hasta Cardozo la embocó. Y fue la fiesta y la celebración larga, justa y anticipada. Chilavert no se quería ir.
En el palco, los goles casi grotescos, las “bulgaridades” (sic) de España en Lens hasta llegar a la inútil media docena sólo provocaban el fastidio, la infinita melancolía de los hispanos presentes. Ya no aplaudían a Rufai. Puteaban a Clemente.

 

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