Por Susana Viau
El mismo miércoles
por la noche, y aun antes de que el juez Mariano Bergés diera por terminadas las
diligencias practicadas en la Ojota, el jefe de la Secretaría de Inteligencia
del Estado (SIDE), Hugo Anzorreguy, impartió instrucciones a su hombre de confianza, el
ex juez de menores José Domingo Allevato, para que presentara una querella contra el
titular del juzgado 4 en lo criminal de instrucción. Bergés, por su parte, se limitó a
emitir un comunicado lacónico en el que corrigió las informaciones periodísticas y
explicó que no se había tratado de un allanamiento sino de un registro.
Ayer, en el tercer piso del Palacio de Tribunales, los ocupantes de la oficina 3106
rechazaban cortésmente a los periodistas y continuaban con el trabajo de rutina. Es que
Bergés quería mantener la misma reserva que el día anterior había rodeado su
incursión al edificio de Coronel Díaz y Arenales, sede administrativa de la División de
Observaciones Judiciales -la Ojota, una dependencia de la SIDE encargada de
practicar las escuchas telefónicas ordenadas por los jueces. Se sabe que el joven juez
buscó allí las pinchaduras pedidas por su colega federal Carlos Liporaci
para los telefónos de un empleado del tribunal, Daniel Barindelli. Esas prácticas, así
como las amenazas a Barindelli y al denunciante, el ex secretario del juzgado Guillermo
Gowland, son las que Bergés investiga de momento, basado en que ese tema abuso de
autoridad, amenazas contaba con el requerimiento fiscal imprescindible para impulsar
una causa.
Página/12 supo, pese al hermetismo del juzgado 4, que sobre el mediodía Gowland prestó
declaración espontánea y explicó a Bergés por qué razones no había efectuado la
denuncia con anterioridad. Gowland relató que le había sugerido a Liporaci que no
recurriera a las pinchaduras y, si lo creía conveniente, iniciara contra Barindelli un
sumario administrativo. Liporaci habría respondido que necesitaba chupar los
teléfonos para escucharlo y saber qué pasos dar luego. Al parecer, Liporaci habría
ordenado por escrito a la Ojota la realización de las escuchas. Según dijo
Gowland a este diario, hasta donde él pudo saber el sumario no se había concretado.
Si bien Liporaci no se cuenta entre los jueces federales considerados bajo la influencia
de Anzorreguy (sus conocidos lo sindican como vinculado al ministro del Interior Carlos
Corach), era obvio que el registro a la Ojota iba a levantar ampollas en la
piel de los funcionarios del servicio de inteligencia. El miércoles, desesperados, éstos
trataban de localizar a Anzorreguy ausente de Buenos Aires hasta el martespara
ponerlo al tanto de los sucesos y pedirle directivas. Cuando al fin pudieron localizarlo,
el Señor Cinco los remitió a José Allevato, actual jefe de jurídicos de la SIDE y su
virtual mano derecha, para que éste iniciara presentaciones judiciales contra Bergés.
En verdad, a los Anzorreguy (Hugo y su hermano Jorge, cabeza del poderoso estudio
jurídico) les ha ocurrido lo que al aprendiz de brujo: la designación de Bergés fue
inducida por ellos, pero el propio magistrado declaró que no estaba dispuesto a
contraprestaciones. En todo caso, es probable que al juez tampoco le preocupe
mucho este flanco de la ofensiva. Su atención debe estar puesta en lo que quizá hoy
dictamine su superior, la Cámara del Crimen, que de acuerdo a su facultad de
superintendencia tendrá que expedirse sobre la legitimidad del pedido de juicio político
solicitado por el procurador general Nicolás Becerra antes de emprender un viaje a Europa
durante el mundial de Francia, por problemas de salud, junto a su esposa, su hijo y sus
compañeros del club de paddle de Chacras de Coria.
LA DECLARACION DE ROSA COMPROMETE A OYARBIDE
Clavel habló mucho y mal
Por S.V.
El miércoles el
comisario disponible Roberto Rosa se excusó de acudir a la cita con la Comisión de
Juicio Político de Diputados porque tuvo que explicar ante el juez de Instrucción
Fernando Rodríguez Lubary a santo de qué el listado de su teléfono celular registraba
un tráfico de comunicaciones tan intenso con el taxi boy Luciano Garbellano Botega, el
semidueño del prostíbulo Spartacus donde comenzó el vía crucis del juez Federal
Norberto Oyarbide. El comisario Rosa, conocido como Clavel en los centros
clandestinos de detención, tuvo explicaciones para todo. Que sus respuestas hayan
convencido al juez y a los fiscales, es otra cosa.
El comisario Rosa fue el jefe de la División Seguridad de las Personas hasta que el
argelino Zinnedine Raschem se presentó ante el fiscal José María Campagnoli para
denunciar que Oyarbide lo había amenazado: Te quedan 48 horas de vida, le
había advertido Su Señoría al recepcionista del restaurante El Mirasol de la Recova. En
la historia del argelino apareció un personaje: el taxi boy Luciano Garbellano Botega y
en celular de Garbellano varias llamadas al efe policial, encargado, por si fuera poco, de
la detección de prostíbulos clandestinos y de razzias nocturnas.
Rosa, reconocido por este diario como el Clavel de los campos de
concentración Club Atlético, El Banco, El Olimpo y La División Cuatrerismo de Quilmes,
rememoró ante Rodríguez Lubary que había conocido a Oyarbide hace diez años, cuando
asistía a las clases de Derecho Penal que el entonces secretario correccional impartía
en la Casa de Altos Estudios de la Policía Federal. Luego respondió que a Garbellano lo
había visto por primera vez en El Mirasol cuando, mientras seguía a un delincuente,
entró al local y advirtió la presencia de Oyarbide, quien estaba acompañado por
Garbellano. Esas presencias deben haberlo distraído de su tarea porque Oyarbide hizo las
presentaciones de fórmula. Con el tiempo, Garbellano se convirtió en su confidente, o,
si se prefiere, en su informante. Por eso, declaró Rosa, contestó hace unas semanas a
una periodista que no lo conocía: porque, igual que quien lo entrevistaba, él no
delataba sus fuentes. Continuó consignando el comisario que cuando el juez Oyarbide le
solicitó que averiguara si en los ambientes de la noche se preparaba algo en su contra,
recurrió a los oficios de Garbellano que se reportaba casi a diario. Esa asiduidad
justificaría, a los ojos del comisario, la gran cantidad de llamadas de Garbellano a su
celular. Un detalle llamó la atención: que el defensor de Rosa sea el abogado Hernández
Agramonte, socio del ex juez que recomendó el ingreso de Oyarbide al Poder Judicial y
habituados ambos a atender temas vinculados a la prostitución.
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