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Las aguas parecen estar más tranquilas para el presidente brasileño, Fernando Henrique Cardoso. Según una encuesta del Instituto Brasileño de Opinión Pública y Estadística (Ibope), Cardoso tiene un 36 por ciento de las intenciones de voto para las elecciones presidenciales de octubre próximo. Luiz Inácio Lula Da Silva, quien hasta la semana pasada lo estaba igualando, obtendría el 28 por ciento, y el conjunto del resto de los candidatos opositores a la reelección sumaría sólo un 2 por ciento por encima de Cardoso; lo cual le permitió al director ejecutivo de Ibope, Carlos Montenegro, pronosticar un triunfo del actual presidente en la primera vuelta. Si el candidato vencedor obtiene más votos que los de todos los demás sumados, no es necesario el ballottage para su triunfo. En caso de una segunda vuelta, el estudio de Ibope indica que Cardoso obtendría el 48 por ciento de los votos contra el 38 por ciento de Lula. Teniendo en cuenta que este instituto le daba en las semanas anteriores una ventaja de cinco puntos al presidente, y que el Instituto Datafolha -que registraba el empate entre ambos aún no difundió ningún resultado durante los últimos días, se podría pensar que se trata de una diferencia entre empresas encuestadoras. Pero el Instituto Vox Populi confirma que algún cambio existió en la preferencia de los votantes: antes no registraba diferencias entre Lula y Cardoso, y el sábado pasado otorgó el 36 por ciento al presidente y 29 al candidato izquierdista. Una de las razones que podrían explicar este cambio es que Cardoso, tal como recomienda uno de sus jefes de campaña, Antonio Carlos Magalhaes, está siendo menos presidente y más candidato, mediante la típica técnica electoral de la inauguración de obras. Anteayer se lo vio en Osasco, San Pablo, en el corte de cinta de un conjunto habitacional. Después del acto, conversó en términos coloquiales con los periodistas, obedeciendo al segundo precepto de Magalhaes: menos vocablos técnicos y más llegada a la gente. Con esta mejora en la imagen, el gobernador de Río de Janeiro, Marcello Alencar (que pertenece al mismo partido de Cardoso), le pidió al coordinador de campaña, Euclides Scalco, que el presidente se dé una vuelta por las inauguraciones que se harán en la ciudad para asociar su cara a la del vicegobernador del estado carioca, Luis Paulo Correa, candidato a gobernador para los próximos comicios. De todos modos, la situación para Cardoso nunca será la de dos meses atrás, cuando nadie dudaba de que su triunfo sobre Lula, que todavía no había oficializado su candidatura en la coalición de izquierda. En primer lugar, porque en aquel tiempo murieron sus dos principales colaboradores: el ministro de Comunicaciones, Sergio Motta, y el líder de la bancada oficialista en la Cámara de Diputados, Luis Eduardo Magalhaes (hijo de Antonio Carlos). Y en segundo término, debido a las divisiones internas en su partido acerca del eje que debe conducir su campaña el énfasis en lo hecho o azuzar los temores respecto del pasado comunista de Lula y la dificultad, en el Partido del Movimiento Democrático Brasileño (PMDB), de consensuar el apoyo a su candidatura. El PMDB lo apoyó en 1994 pero ahora su cúpula está pensando en sostener un candidato propio. De todas maneras, Cardoso está asociado a la estabilidad, ya que lanzó el Plan Real cuando era ministro de Economía y logró consolidarlo desde la presidencia. Y su principal contrincante, Lula, pudo soportar las tormentas dentro de su propia coalición pero no se sabe por cuánto tiempo. Su Partido de los Trabajadores (PT), una formación marxista cuya línea interna dura no acepta del todo el viraje de Lula hacia el centro, ya le provocó problemas. Violando un acuerdo con el Partido Democrático Trabalhista (PDT) de Leonel Brizola, la dirección carioca del PT decidió postular a su propio candidato en Río de Janeiro. La crisis se solucionó, pero el líder laborista tampoco parece una garantía: suele hacer declaraciones explosivas que se transforman en una tentación, para el oficialismo, de asociar a Lula con la extrema izquierda.
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