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Un viaje hacia el centro
de un conflicto familiar

El debutante Greg Mottola apela al formato de la road movie,
con un trayecto del campo estadounidense a Manhattan, para
concretar su crónica de una disolución familiar algo anunciada.

Stanley Tucci y Hope Davis componen el matrimonio en crisis.
Una carta misteriosa inicia las hostilidades conyugales.

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DESEOS Y SOSPECHA
(The Daytrippers), Estados Unidos, 1996.
Dirección y guión: Greg Mottola.
Fotografía: John Inwood.
Música: Richard Martínez.
Intérpretes: Hope Davis, Anne Meara, Pat McNamara, Parker Posey, Campbell Scott, Stanley Tucci, Liev Schreiber.
Estreno de ayer en los cines Metro, Cineplex Lavalle, Lorca, Savoy, Village Avellaneda, Showcase Cinemas Haedo.

t.gif (862 bytes) Tanta felicidad no puede durar. Corren tiempos escépticos, y entonces no es difícil adivinar que detrás de la aparente plenitud matrimonial que muestran las primeras imágenes de Deseos y sospechas, algo se esconde. Eliza y su marido Louis vuelven de pasar el Día de Acción de Gracias en casa de los padres de ella, él se muestra cariñoso, las luces de la calle brillan y ellos también brillan en la cama. Lo que se esconde es una carta que Eliza encuentra, a la mañana siguiente, en un rincón de la habitación. Parece ser una carta de amor, y parece estar dirigida a Louis. Cuando a ella no se le ocurra mejor idea que pedirle ayuda a papá y mamá –y su hermana Jo y su novio se les unen–, todos marcharán en el desvencijado auto de papá rumbo a Manhattan, donde trabaja Louis, para descubrir qué se oculta detrás de todo eso.
En Deseos y sospechas, el debutante Greg Mottola toma el modelo de road movie familiar, fundado por John Ford en su clásica Viñas de ira, pero invierte el sentido de aquélla, no sólo en sentido geográfico sino también moral. El viaje del campo a la ciudad de la familia Malone no conduce a un renacimiento familiar sino hacia su disolución. Como los Joad en el clásico de Ford, los Malone de Deseos y sospechas son un matriarcado, presidido por doña Rita (Anne Meara), que es la que toma todas las decisiones. Decide que es la hora de levantarse, y entonces enciende todos los electrodomésticos, armando un batifondo de motores bien temprano. Decide también que hay que subir al auto y marchar a la ciudad. A partir de ese momento, no dejará de meterse en la vida de quienes la rodean y dar indicaciones a diestra y siniestra, como un sargento de aspecto engañosamente inofensivo. Papá Jim (Pat McNamara), hombre de provincia parco y aguantador, calla. Sus hijas Eliza (Hope Davis) y Jo (la huesuda Parker Posey, icono del cine independiente) le hacen caso. “¡Soy un adulto!”, reaccionará su yerno Louis (Stanley Tucci) cuando lo hayan pescado en su desliz, y ese grito de rebelión es el que marca, in extremis, la reacción del resto frente a la tiranía de mamá Rita.
En el medio está el viaje, vehículo que sirve al también guionista Mottola para lanzar sus dardos contra la familia burguesa, bajo la forma de la sátira. Elige blancos fáciles: no es difícil, así, sentir que mamá Rita es una tirana y una metida. Pero por las dudas, Mottola la hace también una reverenda estúpida. “¿Y cómo pensás hacerlo?”, pregunta a su otro yerno Carl, cuando éste cuenta que escribió una novela en la que el protagonista tiene cabeza de perro. “¿Hacerlo? No es una película, Ma, es una novela”, replica Jo, pero Ma no da signos de haber entendido. Tampoco es difícil sentir que Carl es un paparulo lleno de ínfulas, cuando describe su novela como “una alegoría sobre la pérdida de espiritualidad en el mundo contemporáneo”. Al final, papá saldrá de su mutismo, y hasta Carl reconocerá que su pretenciosa novela es un plomo. Pero ya es tarde para que pierdan el triste papel de caricaturas que hasta ese momento tuvieron.
El tono de Deseos y sospechas es ligero y hasta hay lugar para algún buen gag visual (Carl, atrapado en medio de dos desconocidos en un cóctel) y algún personaje colorido (el de Marcia Gay Harden, crispadísima en una fiesta). Pero éste es un viaje en el que todo suena demasiado señalizadode antemano, desde el guión. Así no hay viaje ni descubrimiento, apenas un paseo con destino prefijado.

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