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La chica corría con la cara pintada, la camiseta argentina encima del uniforme y el sombrero arlequín resbalándole sobre el pelo, de un marrón tan intenso como el de sus ojos. Largó el aliento cuando atravesó la puerta vaivén del auditorio de su escuela, hasta desplomarse en el piso, agitando las matracas y gritando cada vez que Batistuta robaba un primer plano en la pantalla gigante. Eran las 11:10, la banda de la legendaria legión francesa había dejado de tocar y el árbitro ya había pitado el inicio del encuentro entre la Selección Argentina y la croata. En ese momento otras escuelas primarias, públicas y privadas, de la ciudad y la provincia de Buenos Aires también habían apretado el on de sus televisores. Pero la pelota no se coló en todas las aulas. Desbordadas por la situación, las autoridades de los colegios secundarios que intentaron no alterar el normal funcionamiento de las clases se chocaron con un alto ausentismo a primera hora y la retirada masiva de los estudiantes desde la media mañana, cargando una media falta. En gran parte de los primarios, en cambio, los maestros optaron por consumir con los alumnos el cóctel de fútbol y espectáculo. El momento, inevitablemente, llegó. Las discusiones sobre la conveniencia o no de permitir la transmisión de los partidos en las escuelas surgidas tras la autorización oficial se evaporaron en el primer encuentro que el seleccionado argentino jugó en un día hábil y a media mañana, aún sin tratarse de una fase decisiva por la clasificación en el campeonato. Gran parte de las autoridades de las escuelas primarias, públicas y privadas, empaparon de fútbol los salones de las instituciones. Como la escuela David Wolfsohn, que aprovechó la ocasión para organizar un evento especial: colocó una pantalla gigante en el auditorio e invitó a dos periodistas deportivos y al ex jugador de River Plate y de la selección Roberto Zwyca para analizar el encuentro. Con la primera pelota de Ortega a Batistuta explotaban los oleee en el auditorio que albergaba a unos 450 chicos, de entre 4 y 15 años, pintarrajeados con líneas celestes y blancas en los cachetes y con banderas colgando de los hombros. Sergio Kuchevasky, director ejecutivo de la institución, seguía los pelotazos de la brujita Verón mientras buscaba apoyo en los maestros para controlar la euforia del alumnado. Nos propusimos integrar algunas materias con el Mundial que tanta convocatoria tiene entre los chicos para analizar con ellos, por ejemplo, el tema de la violencia, decía a este diario. Sin trompetas, pitos ni matracas, los varones del Otto Krause festejaban el gol argentino desparramados en el salón de actos, el laboratorio de Química, el gabinete de Construcciones y los talleres de Mecánica, Electricidad y Audiovisuales. Unos 20 televisores reflejaban en simultáneo con distinta fidelidad y dimensión el centro que Ortega tiraba desde la derecha y Pineda paraba con el pecho, reventando la pelota con un zurdazo que entraba directamente en la valla croata. Desde el taller de Carpintería, sentado en un banquito de madera, Gabriel de 13 años saboreaba el gol con un cono de papas fritas y una lata de gaseosa mientras sus compañeros lo intimaban a cumplir con su promesa de no ir más a la cancha de Boca. En ese colegio la pelota se metió en las aulas con la autorización del rector, quien pactó con los alumnos normas de no agresión para compartir dos horas de fútbol. De ese modo consiguió que el ausentismo no superara el 20 por ciento entre los 1200 chicos de ese turno En el Nacional Buenos Aires, en cambio, una resolución había prohibido a los alumnos ingresar con televisores al colegio, aunque no aclaraba nada sobre las radios, y los pocos chicos que quedaron desde las 11 se prendían a los auriculares y gritaban el gol como el resto de los hinchas. En tanto, en el Nicolás Avellaneda, cientos de estudiantes se amuchaban con los profesores en los dos televisores que consiguieron poner a punto para la ocasión. Vimos el partido con los que se quedaron, unos 400 sobre los 600 que estudian en el turno de la mañana. Fue una experiencia interesantey nos emocionamos cuando los chicos se pararon espontáneamente y cantaron de viva voz el Himno Argentino, cuenta la rectora Silvia De Virgilio. Antes de que terminara el partido, Caballito era otra fiesta. En el Instituto Despertar el audio del televisor instalado en el patio se perdía entre los cantitos de la hinchada de los más chicos, y a las pocas cuadras, la escena se repetía en el Instituto Sudamericano Modelo. Cruzando el Riachuelo, en la escuela 13 de Avellaneda sólo quedaban nueve maestras a las 12.40 cuando el primer turno ya había sido despedido. Sentadas en banquitos en el hall, idas ante los flashes del televisor que una de ellas se había encargado de llevar, hacían callar a los chicos del turno tarde que empezaban a llegar y las imágenes no los conquistaban. Al parecer, los menores no eran los mayores interesados.
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