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EL RETORNO DE LAS PEÑAS FOLKLORICAS EN CAPITAL
Los sesenta en los noventa

Un grupo empresario que incluye a un ex dueño de algunos de los boliches modernos y punks de los ‘80 inauguró un local en Congreso intentando aprovechar el auge del folklore bailable.

En la peña La Flor, donde funcionaba Die Schule, se da cita un público juvenil y desprejuiciado.
“Esto va a ser un buen negocio. El folklore no tenía dónde manifestarse en Capital”, dice Omar Chabán.

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t.gif (67 bytes)  El fenómeno de las peñas en el interior del país –una entelequia para cierto público porteño que tiende a simplificar el resurgimiento folklórico circunscribiéndolo al boom Soledad– tiene ahora su correlato en Buenos Aires. A un par de cuadras del Congreso, un ex reducto del under rockero (Die Schule) devino inesperadamente en patio de zambas y chacareras, disimulando su handicap geográfico con una puesta en escena que recrea el espíritu del folklore sin pretensiones de criollismo forzado. La peña La Flor (no es difícil establecer asociaciones etílicas) reinaugura en Buenos Aires una tendencia que fue furor en los ‘60, y que en los últimos tiempos se había diluido en una inercia decadente.
A las dos de la mañana del sábado pasado, un puñado de adolescentes entusiastas bailaban chacarera al fondo del boliche, mientras un centenar de personas maduras le daba curso a las últimas empanadas tucumanas y arriba del escenario Alberto Oviedo hacía lo que podía. Se establecía una rara camaradería de la familia folklórica, prescindiendo de los vaivenes generacionales que también (como en el rock) sacuden al género.
“Está bueno porque aquí podemos venir todos –admite Valeria, de 18 años–. Mis viejos escucharon folklore toda la vida, pero yo me crié en Buenos Aires, y prefería ir a recitales de rock o esperaba que vinieran Silvio Rodríguez o Sabina. El año pasado empecé a estudiar danza, y cuando quería practicar no podía ir a las peñas a las que iban mis viejos porque eran aburridas, todos medio amargados, otros se ponían borrachos mal. Acá venimos todos, cada uno hace la suya, yo me traje a unas compañeras y está todo bien”. Omar Chabán (dueño del local, y conocido dentro del ambiente rockero porque le pertenece también el boliche Cemento), sabe poco de folklore, pero mucho de números. Y leyó, o le contaron, que en los últimos años las peñas se convirtieron en Cosquín en un fenómeno espontáneo, que eclipsó, inclusive, lo que pasaba en el escenario mayor. La lectura de Chabán, entonces, escapa de las consideraciones artísticas para acercarse a una visión pragmática: “Esto va a ser un buen negocio. Yo noté que había un vacío en el folklore. Estaban pasando muchas cosas y no había ningún lugar en Buenos Aires donde se manifestara. Ya estaba cansado de los grupos punks en Die Schule. Era un callejón sin salida”. Lo dijo antes de bailar con algo de gracia y pésima técnica una chacarera de Peteco Carabajal. Su falta de destreza desentonaba: lo que se veía en La Flor distaba mucho de ser un rejuntado de bailarines espontáneos. Por el contrario, los movimientos parecían rigurosamente estudiados, salidos de la Academia, mientras que en las mesas el público parecía más preocupado por la dudosa excelencia del vino tinto que por las habilidades de los más jóvenes. “Los pibes se están enganchando por el lado del baile. Si hasta en La Imprenta (boliche al que cualquier rockero de ley calificaría de concheto) abrieron una escuela de baile folklórico”, dice Isabel Noriega, histórica difusora del folklore, también en el proyecto La Flor.
Sin excluir al público histórico del género, el target de la peña apunta a los jóvenes, y para ello los organizadores intentan difundir la idea entre los universitarios. La aspiración es recrear un ambiente similar al que se vive en las exitosas peñas alternativas en Córdoba. Hasta ahora, y salvo por la presencia del Dúo Coplanacu en la inauguración y una aparición sorpresiva de Peteco Carabajal hace diez días, falta levantar un poco la puntería en lo artístico, aunque las condiciones parecen estar dadas. “Lo positivo es que se abre un arco estilístico grande –apunta María de los Angeles Ledesma, una de las mejores intérpretes surgidas del under–. Yo pude hacer cuecas, vidalas, triunfos y gatos. No me pidieron que hiciera todo el tiempo chacareras. Algunos temas eran para bailar y otros no, y la gente los aceptó”.
De cualquier modo, los más festejados fueron los lujanenses de Sentires, que llevaron hinchada propia e hicieron valer su carisma. Esta nocheactuarán Yamila Cafrune, la Chacarerata Santiagueña y Shalo Leguizamón, entre otros. Sería interesante que la programación incluya en el futuro a más exponentes del otro folklore, el representado por solistas y conjuntos como Pica Juárez, Raly Barrionuevo, Santaires, La Minga, Gustavo Patiño, Ica Novo, Bicho Díaz, José Ceña. De todos modos, la apuesta es auspiciosa, y resulta paradójico que haya tenido que aparecer Soledad para que en Buenos Aires se lanzara un proyecto como éste, opuesto a la estética del poncho al viento.

 

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