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HACE TRES AÑOS QUE NO PUEDEN REGRESAR A SU PAIS
Náufragos ucranianos en la Boca

No saben español, no conocen las leyes argentinas, tienen las visas vencidas, no pueden trabajar, la empresa que los trajo no les paga ni los regresa a Ucrania, el país adonde arriba hoy el presidente Carlos Menem.

"Nos obligan a permanecer aquí contra nuestra voluntad", afirman.
El tiempo impuso separaciones, la madre de uno de ellos murió sin que pudiera estar con ella.

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Por Luis Bruschtein

t.gif (67 bytes) "Por favor, solicitamos ayuda con suma urgencia, ya que estamos tres años en la Argentina sin salario y queremos volver a nuestra patria" dice un mensaje que doce marineros ucranianos abandonados en Buenos Aires enviaron al presidente Carlos Menem que hoy arriba a Kiev, la capital de ese país. Argentina ha sido para ellos como una isla solitaria y este mensaje podría correr el mismo destino que las botellas que Robinson Crusoe lanzaba al mar.

Dos o tres saben algo de español, los demás sólo hablan ucraniano y algo de ruso, tienen entre 25 y 48 años. Son hombres corpulentos, curtidos, acostumbrados al mar y la mayoría hace más de tres años que falta de sus hogares. Trabajaban en los buques de la emprensa Kerchrybprom, en los grandes puertos de Kerch, en Crimea, cuando fueron contratados hace tres años por la empresa argentina Galapesca. Tres barcos cambiaron de nombre y de bandera. Eran marineros del "Poseydón", el "Esturión" y el "Mar Salvaje". El "Poseydón" se llamaba antes "Krymskiy Rabochiy".

Cuando cumplieron el período de embarcados, la empresa los dejó varados en la Argentina, no pagó sus salarios y no cumplió el compromiso de regresarlos a Ucrania. Los doce ucranianos andan como los sobrevivientes de un naufragio. Todos dependen de los que mascullan castellano y se mueven en masa detrás de ellos como si estuvieran atados con una soga.

"Extrañamos la comida cuando no hay --bromea Yuri Shubin, un oficial de pelo corto y ojos claros que se graduó en la marina de guerra ucraniana--, en el mar estamos acostumbrados a comer lo que haya." Varios intervienen en la conversación, pero lo hacen en ucraniano, así que no se entiende, pero rostros muestran la frustración de no poder transmitir sus emociones. Después de unos minutos de asamblea, con voces graves en esa lengua sonora, hacen silencio para que Shubin traduzca: "No se extraña la comida, lo que se extraña es la familia".

Con esas voces graves y el gesto profundo, hablaban de madres, hijos o esposas. Shubin tiene 35 años y explica que su madre vive en Kerch, en una pensión. "No podemos enviar dinero y la situación en Ucrania ahora es difícil, no podemos ayudar a nuestras familias, nos tienen aquí contra nuestra voluntad". La madre de Sergiy Kubansky murió mientras él estaba aquí. A otro marinero, que no identifican por solidaridad, lo abandonó su mujer. En octubre pasado, el buque factoría "Esturión" se encontraba frente a las costas de Puerto Madryn, siguiendo los bancos de anchoas, caballas o calamares, y el marinero Nikolay Momot murió de un paro cardíaco en medio de una tormenta. Sus camaradas aseguran que la familia de Momot no recibió el dinero que le adeudaban y ni siquiera sus pertenencias. El cuerpo fue llevado hasta Kiev y los familiares debieron pagar el traslado a Kerch.

"No podemos volver a nuestra patria --dice un documento titulado 'Declaración de los Marineros Ucranianos'--, tenemos problemas con nuestra subsistencia en la Argentina, desconocemos sus leyes, no contamos con asistencia social, nos sentimos totalmente desprotegidos por las leyes argentinas, no dominamos el idioma y tenemos vencidas las visas en los pasaportes." Todos adivinan el párrafo que se está leyendo y asienten con las cabezas. Se sienten burlados: "La empresa promete todos los lunes que nos pagará y repatriará, ya no sabemos qué hacer".

El grupo desembarcó en julio del año pasado. Son oficiales, ingenieros de frigoríficos, electricistas y mecánicos. Los buques factorías tienen tripulaciones de entre 70 u 80 personas, la mitad de ellas ucranianos y la otra mitad argentinos. Las tripulaciones ucranianas anteriores ya habían tenido problemas para regresar a su país.

Después de los primeros meses de atraso, los ucranianos ocuparon las oficinas que tenía Galapesca en Leandro N. Alem y sólo las desalojaron cuando les dieron un documento donde reconocían la deuda. Aparte de los pasajes, la empresa debe a cada uno alrededor de diez mil pesos. "Ocupamos oficina --dice otro de ellos en media lengua-- hicimos acta de acuerdo" y señala una carpeta de papeles.

Los tres barcos quedaron también varados en el puerto de Mar del Plata. La empresa retiró su oficina de Buenos Aires, pero los marineros aseguran que en la oficina de Mar del Plata no hay nadie y que todos los directivos viven aquí en Buenos Aires. Desde hace varios meses "los gerentes ya no hablan con nosotros, sólo vemos a los abogados".

La empresa se comprometió a pagarles alojamiento y comida mientras tuvieran que quedarse en la Argentina, pero les advirtieron que no dijeran nada a los medios de comunicación porque les cortarían esa ayuda. Desde hace dos meses, se cortó la plata.

"El mes pasado, el dueño del hotel en Constitución empezó a sacar los colchones y la ropa --relata Yuri Shubin-- pero conseguimos que nos aguantara un tiempo. Nos deja usar la cocina y pedimos alimentos en la Cruz Roja y Cáritas, de eso vivimos". Algunos están desesperados, en el documento de los marineros ucranianos hablan incluso de llegar a considerar el suicidio "como única salida de nuestra situación".

"Acá en la Argentina hemos ido a todos lados: OIT, CGT, CTA, Naciones Unidas, Ministerio de Trabajo, embajada, todos lados". Beatriz Zardain, directora de Migraciones de la CTA señala que pusieron abogados para respaldar a los marineros. "Para nosotros es un problema de solidaridad --dice-- pero además como central también es responsabilidad nuestra hacernos cargo de su situación como tratamos de hacerlo con trabajadores de países vecinos en nuestro país y con los argentinos que migran."

Algunos están dispuestos a regresar a Ucrania como sea. Miran con nostalgia las aguas sucias del puerto de la Boca y prestan poca atención al diálogo en un idioma que no entienden. Un chofer de taxi se preocupa cuando se entera del problema. "Mi padre vino de Odessa", dice y trata de comunicarse en una jerga inextrincable. "Con el tiempo uno pierde el idioma" se justifica tras el intento frustrado.

"Aquí hay mucha gente buena" asegura Yuri, después de contar sus penurias y como si pensara en los amigos de Viernes. Antes de despedirse, juntan plata para el colectivo y suben los doce, atentos para no separarse de Shubin. El colectivero ve subir la fila de hombres graves y silenciosos unidos como si fueran chicos de la escuela. Pone primera y avanza: "Estos deben ser la selección de Croacia después del partido" reflexiona.

 

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