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A 20 AÑOS DEL MUNDIAL'78

LA HERIDA ABSURDA

Dos décadas después, aquel título navega entre el horror de esos días y la indudable jerarquía del logro, en un debate que continúa abierto.

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Passarella levanta la Copa del Mundo, Larrosa la quiere.

Por Juan José Panno
Desde Saint Etienne


t.gif (67 bytes)  "Hoy todavía me arrepiento de haber jugado el Mundial del '78: si hubiera sabido exactamente lo que pasaba, si hubiera tenido el aplomo que tengo hoy, a mi edad, no hubiese jugado esa Copa del Mundo. Eramos jovencitos, nos hemos enterado después de lo que pasaba. Hace algún tiempo tuve la desgracia de perder un hijo de 18 años y sé lo que eso significa. Hoy pienso que muchos padres y madres han perdido a sus hijos mientras nosotros jugábamos la Copa del Mundo. Lo que me pasó a mí fue una desgracia; lo que les pasó a aquellos padres y madres fue premeditado. Hoy en día no participaría de una Copa del Mundo".

La declaración es de Daniel Alberto Passarella, el entrenador de la Selección Argentina y fue publicada en el semanario France Foot Ball, el 3 de marzo de 1998.

El autor de la nota, el periodista francés radicado en la Argentina Francis Huertas, recuerda que la charla tuvo lugar en Mar del Plata, antes de uno de los partidos preparatorios jugados por la Selección Argentina. "Le pregunté a Passarella cómo se sentía al haber jugado un Mundial bajo el yugo de los militares y me dio esa respuesta, que publiqué textualmente. Luego le marqué a Passarella que era muy fuerte lo que estaba diciendo y creo que no entendió bien. Se puso a la defensiva, suponiendo que lo estaba acusando", dice hoy Huertas, al evocar aquella nota.

Eduardo Bongiovanni, el coordinador de la Selección Nacional, también presente en esa charla en Mar del Plata, ratificó que Passarella había dicho que si hubiera sabido lo que pasaba no jugaba el Mundial. Sin embargo, el intento de hablar del tema con Passarella en Burdeos no pudo concretarse porque, según Bongiovanni, estaba muy metido en el partido contra Croacia. "Sé que Daniel dijo que el Mundial le traía recuerdos tristes y alegres" ,expresó el coordinador del Seleccionado Nacional.

En la nota de France Foot Ball, antes de referirse a la cara oscura del Mundial '78, Passarella, que era el capitán del conjunto nacional y algo así como el lugarteniente de Menotti, había señalado que el título de hace 20 años en Argentina se logró "por la fuerza de un grupo que tenía hambre de gloria".

Los futbolistas de la actual Selección Argentina, que comanda precisamente Passarella, eran niños en 1978. Diego Simeone, que tenía 8 años recién cumplidos, recuerda que su padre fue a la cancha a ver la final y que lo llevó después a festejar el título por las calles. "Estaba muy feliz, tengo muy presente el partido en el que había que ganarles por goleada a los peruanos y también me acuerdo que en el medio de los festejos me robaron una camiseta que llevaba en las manos." Germán Burgos, quien con sus 9 años cursaba el cuarto grado del colegio primario en el '78, se enorgulleció de haber visto el primer gol del Mundial, el del francés Bernard Lacombe, en un partido contra Italia. "Eso fue en Mar del Plata, mi ciudad natal, pero yo no estaba en la cancha, lo vi por televisión, en blanco y negro." Enseguida agregó: "Eramos pobres..." y arrancó las sonrisas de sus compañeros en la conferencia de prensa múltiple del plantel, el martes pasado. Ninguno de los componentes del plantel nacional vio en la cancha los partidos del Mundial de Argentina. Los más grandes, Roberto Sensini y Abel Balbo, tenían 12 años; el menor, Marcelo Gallardo, sólo 2.

Hace un tiempo, René Orlando Houseman, que tiene un cuñado desaparecido, coincidió con Passarella en que no hubiera jugado el Mundial del '78 de haber sabido lo que estaba pasando. Mario Alberto Kempes por su parte, estaba jugando en Valencia, España, antes del Mundial. Aseguró que leía noticias de la Argentina en los diarios europeos, pero creía que eso que decían no era verdad. "Después, con el tiempo, cuando se hizo el juicio a los militares, pude comprobar que todo lo que publicaban era cierto." Del plantel argentino de aquel entonces, el único que se automarginó fue

Jorge Carrascosa. Nunca explicó abiertamente cuáles fueron las razones que lo impulsaron a no jugar el campeonato, pero siempre se sospechó que estaban vinculadas al conocimiento que tenía sobre la brutal represión desatada por el gobierno militar encabezado por Jorge Rafael Videla que usurpó el gobierno en 1976. "Jorge no quiso ser cómplice y tampoco explicó nada por respeto a sus compañeros", aseguran quienes lo conocen a Carrascosa.


Cuando Argentina aprendió a jugar

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Kempes festeja el segundo gol a Holanda. Un clásico.

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El Mundial del '78 será siempre, y por encima de cualquier otra consideración, el Mundial de los Desaparecidos. La imagen de Kempes en cualquiera de sus goles, la de Fillol en sus voladas o la de Passarella con la copa en las manos quedará opacada, invariablemente, por ese símbolo de la dictadura militar más sangrienta de nuestra historia que registraron los fotógrafos del mundo: el festejo de la junta, el pulgar en alto del asesino Videla. Lo demás es secundario, apenas una anécdota, como las que contaron más de una vez algunas Madres de Plaza de Mayo, aquello de que ellas lloraban en la cocina y sus maridos gritaban los goles en el comedor. Esta pretenciosa nota técnica es por lo tanto, secundaria, complementaria, prescindible. Hechas las advertencias del caso, se podrá seguir con la lectura del análisis puramente futbolístico.

La final del Mundial 78, como se sabe, la jugaron Argentina y Holanda. Los dos equipos, con otros jugadores, en otras circunstancias se habían enfrentado en el Mundial de Alemania, cuatro años antes, en un 0-4 que no se borrará fácilmente. Curiosamente, Argentina y Holanda, dos de los equipos que aquí le han sacado brillo a sus chapas de candidatos podrían volver a cruzarse en el Mundial de Francia. Los mojones del '74 y el '78 son válidos para referenciar las perspectivas de hoy.

Se sabrá perdonarme la primera persona, pero no hay otro modo de explicar las vivencias de aquel partido en Gelsenkirchen, contra los holandeses. Tengo grabado el baile, la impotencia de los jugadores argentinos corriendo detrás de las camisetas anaranjadas, la voz del querido Osvaldo Ardizzone, enviado de El Gráfico, preguntando cada cinco minutos "falta mucho, nene, para que se acabe este oprobio", la historia que contó Roberto Perfumo pidiéndole al arquero Daniel Carnevali que no se apurara en los saques de arco para no engordar la goleada, los holandeses que ocupaban la tribuna de enfrente impacientándose a cada tanto porque no llegaban más goles e inmediatamente complacidos.

Vale este ejemplo: Argentina-Jamaica me hizo acordar mucho a aquel baile. Argentina era Holanda y Jamaica, Argentina. Algo así. O tal vez peor, porque los jamaiquinos en el Parque de los Príncipes alguna vez se acercaron a Roa y Babington; el Ratón Ayala o Yazalde no le hicieron ni cosquillas a Jongbloed. Holanda tenía a Cruyff, a Van Hanegem, a Neskeens, a Rep, a Resenbrink. "Nunca podremos jugarles de igual a igual a estos tipos", seguramente escribí.

Cuatro años más tarde, Argentina le ganó a Holanda la final de un mundial. No estaban Cruyff ni Van Hanegem, pero sí la mayoría de los otros y los temibles mellizos Van de Kerkhof. Entre un mundial y otro pasó César Luis Menotti, que también había estado en Alemania en carácter de técnico con intenciones de perfeccionarse. Hasta sus más firmes detractores no podrán dejar de reconocerle a Menotti el giro futbolístico que les dio a las selecciones nacionales. El cambio principal pasa por lo psicológico: el Flaco creyó siempre en los jugadores argentinos, en su real capacidad futbolística y logró que lo entendieran con un mensaje tan simple como seductor. Consiguió que la selección fuera, como se había proclamado vanamente otras veces, prioridad 1.

El equipo que fue armando tenía la idea del juego como una bandera y el Brasil del '70, como línea de referencia. Un solo dato lo certifica; la selección del '78 tenía en su plantel a Kempes, Alonso, Villa, Larrosa y Valencia. ¡Cinco números 10! Aquel equipo jugaba un 4-3-3 elastizado por las apariciones en ataque de Kempes, las subidas de Olguín por el lateral, las de Tarantini cruzando toda la cancha. No fue, sin embargo, todo lo brillante que podía fantasearse (mucho más técnico fue el Juvenil del '79, con Barbas, Díaz y Maradona), sí resultó un equipo sólido, con una personalidad avasallante. Sostenido del medio hacia atrás por Gallego, Galván, Passarella y Fillol, intentaba múltiples variantes de ataque. Aquella selección del '78 dejó el camino abierto para que en el '86, bajo el influjo de Maradona, llegara el título más brillante del fútbol argentino. Podrá decirse que todo empezó en el '78; en realidad la explicación debe pasar por la esencia misma del jugador argentino que fue lo que se logró rescatar. Hoy, en el nuevo paisaje del fútbol mundial, en el que se le asigna a la táctica una exagerada importancia, en el equipo de Passarella hay un solo 10, Gallardo y dos mitad 9, mitad 10, puesto rebautizado como "enganche", que son Ortega y Berti.

Hoy, tácticas al margen, Argentina sabe que puede jugar de igual a igual con Holanda o con cualquiera de los equipos que toquen en el Mundial. Se puede ganar o perder, pero hoy, el jugador argentino tiene la posibilidad de creer y esa confianza no se sustenta en la soberbia sino en la historia y en las fuentes.

 



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