NOCHE NEGRA PARA LOS NIGERIANOS
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La fantasía de los hermanos Laudrup y el orden defensivo fueron los argumentos de la selección de Dinamarca para derrotar a la de Nigeria por 4-1 y arreglar de forma brillante una histórica cita con Brasil, el próximo 3 de julio en Nantes, en los cuartos de final del Mundial de Francia '98. En su segunda participación en una Copa del Mundo, Dinamarca consiguió acceder a la antesala de las semifinales después de vencer contra muchos pronósticos a una selección nigeriana que no dejó de disfrutar de su fútbol pero que pecó de imprecisión en los metros finales. Los daneses, en cuya única experiencia mundialista anterior (México '86) habían caído en octavos de forma contundente ante España (5-1), no han desaprovechado la oportunidad de dejar en el camino a un equipo, campeón olímpico, que afrontó el partido con la responsabilidad añadida de restañar el orgullo herido de toda Africa, que ha considerado dirigida la eliminación de Camerún y Marruecos. Pero Nigeria se fue sin brillar en el último partido, demolida por la contundencia en goles de los daneses. El partido empezó a resolverse muy pronto. Cuando Nigeria aún no había tenido tiempo para ajustar sus posiciones sobre el terreno de juego, llegó el primer mazazo para el equipo de Velibor Milutinovic. A punto de cumplirse el segundo minuto Michael Laudrup dio su primera lección para servir en bandeja un centro de Peter Moller que el delantero del PSV Eindhoven --de un fuerte disparo con la zurda-- no desaprovechó. El desconcierto en los planteles de Milutinovic se agravó tan sólo diez minutos después, cuando el otro Laudrup, Brian, aprovechó un rechazo de Peter Rufai tras un potente lanzamiento de falta de Moller. Al contrario de lo que le ocurre a la mayoría de los equipos, Nigeria no se desquició durante el resto de la primera parte y trató por todos los medios de seguir disfrutando del juego, aunque la belleza de sus acciones siempre acababa agonizando cuando el balón se aproximaba al área de Peter Schmeichel, bien por la seguridad de éste, bien por la fortaleza de los centrales Marc Rieper y Jes Hogh. Jay Jay Okocha, un futbolista que no sólo se destaca por el teñido de su cabello, aportó las mejores gotas de magia para Nigeria. Lejos de parecer una actitud frívola, el "rubio" centrocampista del Fenerbahce turco se empeñó en hacer lo que mejor sabe: tratar con delicadeza la pelota. Nwankwo Kanu, en cambio, la gran figura nigeriana, no consiguió jugar a la altura de sus posibilidades, en un puesto en el que claramente no se encontraba cómodo. En el segundo tiempo, el rendimiento de Nigeria bajó claramente y resultó imposible para los africanos remontar el resultado. Después del tercer gol, a Dinamarca le bastó con aplicar orden y disciplina de media cancha hacia atrás durante el resto del partido para impedir a base de contragolpes la reacción de los autodenominados "brasileños de Africa", que lógicamente empezaron a declinar en su línea defensiva. El técnico "Boris" Milutinovic declaró ayer que "Nigeria perdió simplemente porque Dinamarca fue mejor" y porque su equipo se desconcentró después de los tantos anotados por Moller y Brian Laudrup en los primeros minutos del inicio del partido. Por su parte, el sueco Bo Johansson que entrena a los daneses dijo mirando al rival que los espera en los cuartos: "Brasil es el mejor del mundo y nosotros no. Pero estamos aquí para alcanzar lo máximo posible. Esta es la segunda copa que juega Dinamarca".
PARAGUAY AL BORDE DE LA HAZAÑA BLANCO DE FRRANCIA
La imagen quedará seguramente como una de las más dramáticas y emotivas del Mundial de Francia '98. Medio equipo paraguayo estaba vencido de espaldas rodeando a José Luis Chilavert sobre el césped, donde Francia acababa de robarles el sueño de acceder a los cuartos de final por un solo gol, por el de la muerte súbita. El mismo Chilavert después estrechaba entre sus brazos a Celso Ayala, a Arce, a los otros diez guaraníes que perdieron bravamente ante el crédito local, una Francia al borde de la pesadilla, asustada, precipitada, sin ideas, pero así y todo con el área contraria como único objetivo. Los 41.000 espectadores que colmaron el estadio Felix Bollaert de Lens asistieron durante dos horas y media a uno de esos espectáculos donde el buen fútbol cede su lugar a la vibración, el choque definido de estilos, la tajante división entre el rico y el pobre. Aunque esa división no se tradujo ayer en la red. Faltando seis minutos para la definición por penales, Laurent Blanc de un feroz zapatazo al borde del área chica rompió lo que se perfilaba como un verdadero milagro paraguayo. Ya habían pasado los noventa minutos reglamentarios con el increíble 0 a 0 y corrían los segundos 15 minutos del alargue cuando por unos centímetros, las manos de Chilavert no pudieron despejar el rebote de Blanc. Sin Francia en la lucha por el título difícilmente el país anfitrión seguiría con el mismo entusiasmo que muestra su gente. Ese peligro fue muy palpable ayer. Paraguay pudo haber dejado fuera del Mundial a Francia. No por mostrarse como el mejor en la cancha, es cierto, pero sí por su formidable trabajo defensivo, su espíritu de lucha y la inteligencia de Chilavert para manejar a su equipo. Francia era y es mejor, pero Paraguay le impidió demostrarlo. Pero el miedo a perder también tuvo que ver en la pálida actuación francesa. ¿Cómo se explica si no, que al menos en tres ocasiones, los delanteros locales se cayeran en el área cuando estaban en posición inmejorable para vulnerar a Chilavert? El arquero paraguayo fue clave en el partido, haciendo tiempo, discutiendo con el árbitro, alentando y ordenando a sus compañeros, y disolviendo con su sola presencia a Henry, Diomede o Trezeguet, que cuando lo veían parecían quedarse sin dinamita. Tanto es así que debió ser un defensor, Laurent Blanc, quien encontrara el resquicio a los 114 minutos para el 1-0. El "gol de oro" fue un golpe mortal para los sudamericanos y la locura desatadas para los franceses, que temían a los penales tanto como a la eliminación. En la derrota también estuvo Chilavert. Tras ver cómo el balón sacudía su hasta entonces imbatida red, bajó la cabeza mientras todos sus compañeros caían --de espaldas o de rodillas-- vencidos por una inmensa amargura. Fue sólo un instante. Se incorporó y comenzó a poner de pie a los hombres de su equipo que lloraban. Cierto que la pelota no vivió la mejor de sus jornadas, pero sí se esperaba emoción, drama e incertidumbre --también ingredientes del fútbol-- Francia y Paraguay cumplieron hoy en Lens con su deber.
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