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UNA PLEGARIA POR LA PROHIBICIÓN DE LAS PROSTITUAS CALLEJERAS

Ante 400 vecinos de Palermo -y algunos de Flores-, el obispo auxiliar de Buenos Aires pidió "claridad mental"a los legisladores y dijo que el Código "no responde al cuidado de la moral púbica".

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El obispo auxiliar de Buenos Aires, Héctor Aguer, se puso al frente de la cruzada moral

Por Horacio Cecchi

t.gif (67 bytes)  "Me preocupa lo que ocurre en Palermo, aunque toda la ciudad se ha convertido en una suerte de zona roja, como se dice ahora. La ley sancionada no responde al cuidado de un bien precioso como lo es la moral pública. ¿Y por qué la buena intención de los legisladores no dio sus frutos?", preguntó monseñor Héctor Aguer, obispo auxiliar de Buenos Aires. "Por una interferencia ideológica", se respondió a sí mismo el prelado. Frente a él, más de 400 personas, entre las que se encontraban el senador justicialista Pacho O'Donnell y la dirigente vecinal Lucía Careu, colmaban la nave de la parroquia San Francisco Javier, de Palermo, para escuchar la palabra oficial de la Iglesia en la misa convocada por la paz en el barrio, por la "claridad mental" de los legisladores, y por la prohibición de la prostitución y las travestis.

La misa había sido solicitada por los vecinos de Palermo, con Lucía Careu a la cabeza. Careu es la presidenta de la Asociación Asiduos Concurrentes a la Plaza Campaña del Desierto, una de las asociaciones vecinales que enarbolaron la bandera contra el travestismo desde el primer día en que se sancionó el Código de Convivencia Urbana. La certeza de que el próximo 2 de julio la mayoría de la Alianza aprobará el proyecto de modificación al Código que no prohíbe ni reglamenta la prostitución, provocó anticipadamente, la reacción del sector de vecinos más enfurecidos con las ofertas sexuales en la calle. En este sentido, a cuatro días de la votación, el apoyo eclesiástico no resultaba una voz desdeñable.

No fue una misa dominical como de costumbre. A las 19.30, la parroquia San Francisco Javier, de Borges --ex Serrano--- 1855 estaba a pleno. Sus cincuenta bancos alineados en dos filas sobre la nave central no dejaban resquicios. La gente que no llegó a sentarse ocupaba los pasillos, de pie y amontonada. El público era marcadamente heterogéneo. Los había jóvenes y viejos, de codos zurcidos o de tapados de piel y bijouterie dorada. Sencillos, ampulosos, ricos y pobres. Aunque quizás fueran los de siempre, no eran los mismos: en la parroquia San Francisco Javier se respiraba fervor de militancia. Se había lanzado la cruzada de moralidad contra la corrupción sexual en las calles de Palermo.

"Venimos para apoyar a los vecinos de Palermo. Nosotros somos de Flores y nos pasa lo mismo", dijo una mujer antes de pasar el umbral de la iglesia. "Queremos pedirle al jefe de Gobierno de nuestra ciudad que haga uso del veto, es el único camino que nos queda", comentó a Página/12 Oscar Panero, "sólo un vecino de Palermo, anote, sólo un vecino". A pocos pasos de Panero y de la vecina de Flores, un religioso repartía gacetillas a los periodistas. La nota, con el membrete del Arzobispado de Buenos Aires, con título "Sobre el Código de Convivencia de la Ciudad", y firmada por Aguer, sintetizaba la idea base de lo que luego se desarrollaría en la misa.

Más allá, un grupo de policías de civil se apoyaba contra las paredes del templo. Veinte minutos antes de iniciarse la misa, un patrullero de la comisaría 25 depositaba frente a la puerta un agente que lentamente se fue encaminando hacia la esquina de Costa Rica.

No era una misa habitual. En el interior de la iglesia, la mise en scène tuvo lugar a las 19.30, apenas monseñor subió al altar. Las cámaras de TV, los flashes de los fotógrafos y el nervioso movimiento de los periodistas transformó el espacio en una vidriera convocada por sus organizadores y dirigida a la opinión pública. "Para que no seamos nunca envueltos en las tinieblas del error", se escuchaba decir a Aguer. "Queremos lejos la lacra de la corrupción policial", insistía la voz del prelado. "Pero no se puede aceptar un remedio peor que la enfermedad".

"Hoy todos reclaman justicia, y para eso revuelven espantosamente el pasado. Yo diría que más que justicia lo que buscan es venganza", dijo Aguer en el punto final a su mensaje pacificador. A la salida de la iglesia, la multitud y una columna de autos estacionados en doble fila, interrumpía el tránsito. A dos cuadras, a la sombra, con menos público y sin demasiadas ceremonias, las siluetas de las travestis aguardaban su hora.

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