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Por James Neilson El gobierno jura que computó mal el monto del déficit comercial, el cual, dice, pesa mil millones y pico de dólares menos que antes. Puede que esta vez haya acertado, pero es de dudarlo porque en verdad nadie tiene la menor idea sobre lo que está ocurriendo en la misteriosa economía real, buena parte de la cual es negra. Es que casi todas las estadísticas difundidas tanto aquí como en el resto del mundo son claramente falsas, cuando no disparatadas. Las supuestamente básicas, las que tienen que ver con el producto bruto de los respectivos países, se inflan y se desinflan al compás del baile de las tasas de cambio con el resultado de que un año cada japonés produce dos veces más que cada norteamericano y otro apenas el ochenta por ciento. Durante décadas, economistas respetados tomaron al pie de la letra las fantasías estadísticas de los gobiernos comunistas. Hace un año los mismos se enteraron de que los capitalistas asiáticos habían sido igualmente imaginativos. ¿Y la Argentina? Pocos años atrás, sus numerólogos se las ingeniaron para multiplicar el sacrosanto PBI por cuatro, proeza que cualquier brujo envidiaría. Si la obsesión por los números --¿aritmomanía? ¿pitagorismo?-- no fuera sino una enfermedad peculiar de economistas que quieren ser tomados por científicos, estos sacerdotes supremos de los tiempos que corren, podríamos dejarla pasar, pero ocurre que la misma pasión se ha apoderado de muchísimos más. En épocas menos evolucionadas, los periodistas deportivos imitaban a los malos novelistas para describir las hazañas de sus héroes, hoy en día fingen ser analistas financieros doctos y confeccionan tablas estadísticas de complejidad creciente en su intento de captar lo que sucede en el campo de juego. Ni siquiera la literatura ha sido inmune a esta plaga: ya es común calificar a los libros con estrellas --cinco si uno simpatiza con el autor, ninguna si es un enemigo personal o ideológico--, y las tablas de posiciones de los "best-sellers" ocupan un lugar de honor en cada suplemento cultural que se aprecie. Hay estadísticas para todos los gustos. Las Naciones Unidas mide con
precisión surrealista el "desarrollo humano" de los distintos países, aunque
lo que parecería espléndido a algunas personas horrorizaría a otras: Transparencia
Internacional calcula la corrupción hasta dos puntos decimales; Amnistía Internacional
sabrá la cantidad de torturadores per cápita; Dios, Alá y el Diablo tienen su rating.
¿Si no apareces en la tele no existes? Grave error. Lo único que realmente existe es lo
que puede transformarse en números, lo demás es un sueño que pronto se esfumará. |