No le tenía confianza. A Roa, digo. No como atajador de penales, sino como arquero. Tengo una teoría sobre los arqueros argentinos. Se dividen en dos categorías generacionales. 1) Los que vieron jugar a Amadeo Carrizo, los que se ponían detrás del alambrado y lo miraban al maestro con devoción y, claro, aprendían. 2) Los que no lo vieron atajar a Amadeo Carrizo y cortaron la tradición. Entre los arqueros que aprendieron de Amadeo están los de la generación de mediados del '60, una generación de grandes arqueros. Néstor Errea, Poletti, el Loco Gatti, el Gato Andrada en Rosario Central, Buttice y Agustín Irusta en San Lorenzo, José Miguel Marín en Vélez y Agustín Mario Cejas en Racing. Luego Fillol prolongó la cosa y se cortó ahí. Los arqueros de hoy no saben tapar a un delantero cuando viene con la pelota dominada: salen pidiendo clemencia, no anticipan, no ponen el cuerpo detrás de las manos. No dominan el área. No salen a cortar centros. No saben que pelota del área chica es pelota del arquero, sin más, sin excusas. Padecen, como todos padecieron siempre, los buenos y los malos, las desdichas del puesto: no hay nadie detrás del arquero. Un error de un marcador de punta, un error de un volante se soluciona, un error del arquero es gol. Pero es, simultáneamente, el puesto más fascinante, el más individual, el más solitario, el más heroico. El arquero es el único jugador que no se viste como sus compañeros y en esta diferenciación está todo. Los goles los tiene que festejar solo. Y, luego, en la TV, lo que repiten son los goles. De modo que, a ellos, a los arqueros, siempre los vemos en el momento de la derrota cuando no la alcanzan, cuando fallan en un centro, cuando salen a destiempo o cuando los revientan con un zapatazo inatajable. No hay replay de las atajadas Y ésta es una de las grandes injusticias del fútbol y de los medios, no entender que una gran atajada, un gran achique, un gran despeje con los puños o un gran y veloz saque de arco que genera un contraataque tienen la belleza, la gracia y hasta la emotividad de un gol. Nadie salía a tapar como Cejas, nadie tenía los reflejos de Andrada (casi le ataja a Pelé el gol de penal que le hizo y que fue el número mil del monarca brasileño), nadie jugaba con el pie como Gatti o dominaba el área como Errea. Los arqueros de hoy son atajadores. Y se han especializado --algunos-- en patear un penal y Pedernera no se lo permitió. "No es porque no crea que usted no puede hacerlo, sino porque, si hiciera el gol, humillaría a un compañero". Como sea, Roa hizo un par de cosas brillantes ayer. En un tiro libre inglés dio dos pasos para adelante, achicando el arco. (Raro: los arqueros de hoy no tienen vocación de achicar el arco, tienen vocación de voladores. Hugo Gatti decía que un arquero no necesita volar: si realmente sabe, si conoce los secretos de su puesto... siempre estará ubicado donde llega la pelota). Y luego, Roa, atajó los penales. Y todos lo bendecimos: es muy hermoso un arquero que ataja un penal, tiene algo de animal lúcido, de pantera inteligente y exitosa. No hay, sin embargo, que confiar demasiado. Si Argentina piensa repetir el esquema de Italia '90 (con Goycochea atajando penales en los alargues), merecería que le diéramos la espalda. Goycochea fue uno de los peores arqueros de nuestro fútbol. Roa tendrá que remontar su sombra. Es decir, demostrar que además de atajar tiros libres sabe achicar el arco, entregar rápido y bien la pelota, descolgar los centros y ser el dueño absoluto del área chica y, si es necesario, del área grande. No alcanza con volar. A Antonio Roma, el arquero de Boca y arquero argentino del Mundial del '66, le decían, despectivamente, "la vaca voladora". Porque era robusto y porque se tiraba de palo a palo. Un buen arquero nunca se tira de palo a palo. Siempre está donde está la pelota. Sería deseable que además de sus reflejos Roa incorporara a su puesto algo del virtuosismo, algo de la sabiduría y la gracia que Orteguita tiene en el suyo.
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