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La Selección pasó a los cuartos de final en la definición por penales
Dios no tiene una sola mano

En Saint Etienne aparecieron las dos manos de Carlos Roa para contener el último disparo y permitirle a la Argentina ganarle el clásico a Inglaterra, con un hombre más, tras el empate en dos tras los noventa minutos y el suplementario. Holanda es el rival, el sábado.

Ariel Ortega trata de quitarse la marca de Paul Ince. El jujeño fue la estrella del equipo.
La Argentina pudo empatar el partido en el primer tiempo, pero no lo ganó cuando tuvo un hombre de más.

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2 (4) ARGENTINA: Roa; Ayala; Vivas, Chamot; Zanetti, Almeyda, Simeone; Verón, Ortega; López, Batistuta. DT: Daniel Passarella.

2 (3) INGLATERRA: Seaman; Neville, Adams, Campbell; Ince; Anderton, Scholes, Le Saux; Beckham; Owen, Shearer. DT: Glenn Hoddle.

Cancha: Geoffry Guichard, de Saint Etienne. Arbitro: Kim Nielsen (Dinamarca). Goles: 6m. Batistuta (A) de penal, 10m. Shearer (I) de penal, 16m. Owen (I), 45m. Zanetti (A). Cambios: 68m. Crespo por Batistuta (A) y Gallardo por López (A), 70m. Southgate por Le Saux (I), 78m. Merdson por Scholes (I), 91m. Berti por Simeone (A), 96m. Batty por Anderton (I). Incidencias: 47m. expulsado Beckham (I). Definición por penales: Convirtieron Berti, Verón, Gallardo, Ayala (A), Shearer, Merson y Owen (I). Seaman (I) le detuvo a Crespo (A) y Roa (A) a Ince y Batty (I).

Por Daniel Lagares  desde Saint Etienne

t.gif (862 bytes) Hay que tener agua en vez de sangre para seguir en funciones mientras ahí abajo explota la alegría de todos revoleando banderas con los colores que, al fin y al cabo, también son los de uno. Hay que ser una porquería para no sentirse gente, por una bendita vez. Y si a uno le pasa todo eso, ¿qué pasa por la cabeza de esos jugadores exhumando la última cuota de la energía ausente para invertirla en el festejo? ¿Qué le pasa a ese Passarella que se revuelca por el piso con Gallego en una orgía demorada? ¿Qué pasa allá, en el Obelisco y el descontrol, en las oficinas despobladas, en las salas de los hospitales donde el dolor se disimula un rato, en las escuelas donde la rata seguramente se oficializó sin amonestaciones? Todavía hay una mezcla de sensaciones en el ambiente que también envuelve a los jugadores en la "zona mixta" donde ofrecen la conferencia de prensa después del partido. Y cuando lentamente la madrugada llega a Saint Etienne y la noche empieza a ser interminable en Buenos Aires, aquellas sensaciones se calman. Se duermen. Y ya hay que pensar en mañana.

Carlos Roa le hizo un enorme favor a la FIFA y al gobierno francés: sacó del Mundial a los hooligans y ahora es posible que la fiesta termine en paz. Pero el manotazo del sucesor de Goycochea --la referencia es inevitable-- no puede ser el arbolito que tape el bosque. La Selección jugó un gran primer tiempo, no supo cómo hacer para resolver el partido cuando dispuso de un hombre más durante 75 minutos y sigue en los cuartos de final sólo porque Dios no sólo tiene una mano. Dentro de dos días espera Holanda en Marsella y los hijos de Cruyff parecen demasiado para este equipo que terminó con la lengua afuera y los músculos agarrotados, pero eso ya es otra cuestión. Ahora, Argentina celebra y se lo merece. Por el rival, sobre todo, por ese primer tiempo, por el pase a la zona que ubica al fútbol argentino entre los ocho mejores del mundo.

En una charla privada con algunos periodistas en la noche previa al partido, Passarella reconoció que Gallardo no sería titular porque no podría resistir los 90 minutos y el posible alargue. Derecha para el entrenador pero mandar a Vivas encima de Shearer parece imperdonable. Que López todavía no haya aprendido que no es él sino Batistuta el que debe jugar de espaldas al arco cuando la pelota viene de atrás. Que no se haya podido resolver el simple recurso inglés de tirar pelotazos cruzados a las subidas de Le Saux y Anderton mientras Owen y Shearer se llevaban de paseo hacia adentro a Chamot y Vivas, también es grave a esta altura de las circunstancias. Que no se pongan de acuerdo cuando Almeyda sale a presionar y los de atrás no se adelanten reduciendo espacios, fue regalarle toda la salida del contraataque a Beckham. Es grave y es peligroso si este equipo quiere ser campeón del mundo y parece que no hay tiempo de encontrarle los movimientos tácticos adecuados para suprimir ese despacio regalado. Pero a favor del "trabajo de la semana" debe anotarse el gol de Zanetti.

Sin embargo, este equipo también tiene otro lenguaje cuando aparecen los jugadores. Ortega, por ejemplo, que dio una buena muestra de qué es personalidad en el fútbol: eso, pedirla siempre hasta que no queden fuerzas y cuando se la tiene jugarla, jugarla, jugarla... quiebre de cintura, caño, dos caños en la misma jugada. El coraje de Almeyda bien dosificado con la pausa, el rol aceptado de Verón para ser segunda guitarra y no solista, el criterio de Zanetti para entender que si uno va, va, que si uno encara, encara, y si no, toca y va a buscar. Hubo momentos en que la Selección sí tuvo esa solidez declamada en toda la línea y se movió en bloque y con inteligencia. Pero hubo otros en que se perdió el destino y el equipo quedó expuesto. Si entraba esa de Le Saux o esa de Owen o el tiro de Ince, nadie iba a decir nada.

Pero, ¿a qué vienen estas consideraciones tácticas en un partido que no fue el mejor del Mundial pero que hasta ahora es el mejor? No fue bien jugado pero hubo un dramatismo, una vibración en el campo y el ambiente que hizo un ida y vuelta entre césped y tribuna para hacer una buena postal de Francia '98. ¿A quién le importa ahora si Chamot y Vivas te hacían fruncir en el asiento cada vez que les tiraban bochazos? ¿Cómo no perdonar al Piojito López que hace lo que puede? ¿Cómo no entender la pésima noche de Batistuta, el stop en la evolución de Simeone como futbolista, los altibajos de Zanetti, la inseguridad que da Roa en cada centro?

Esta es la hora de agradecerle al pésimo árbitro dinamarqués los obsequios de la noche de Saint Etienne. Si Simeone inventó el penal de Seaman, Owen también inventó el de Ayala. Pero en la falta que le cobra a Shearer sobre Roa en el gol anulado de Campbell, ni con varias reiteraciones por televisión se despejan las dudas sobre si fue o no foul. ¿Por qué lo echó a Beckham? ¿Cómo no vio el manotazo de Chamot sobre la cabeza de Shearer que desvió la pelota en el primer tiempo del suplementario? Era penal, posiblemente gol y adiós Mundial. Gracias señor Nielsen, muchas gracias.

Esta es la hora de sacarse las ropas de todos los días y ser sólo peatón, contribuyente, ciudadano. Es hora de reconocer el privilegio de estar en Saint Etienne pero también admitir las ganas de estar al mismo tiempo en Buenos Aires, como les debe suceder a los jugadores en L'Etrat mientras buscan las energías que ya no existen. Es el momento de sentirse gente, común y sencilla, como esa que por fin tiene algo para festejar en la Argentina.

 


 

LA ACTUACION INDIVIDUAL DE LA SELECCION
Ortega, Almeyda y Roa, los mejores

Carlos Roa le detiene el último penal a David Batty y asegura la victoria argentina en Saint Etienne.
El arquero fue una de las figuras, junto al Burrito Ortega, Matías Almeyda y Roberto Ayala. La victoria fue justa.

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Por D.L.    desde L'Etrat

t.gif (862 bytes) La Selección hizo los mejores 45 minutos en el primer tiempo. Por lo que estaba en juego y porque el rival era Inglaterra. Pero también hubo problemas colectivos en la segunda parte. En lo individual hubo gente a la altura de las circunstancias y otros a los que pareció pesarles la responsabilidad:

Roa (7): Llegaba con el arco invicto pero nunca lo habían inquietado seriamente en la primera ronda. Aquellas dificultades en los centros del partido con Jamaica se repitieron varias veces con Inglaterra. Pero, claro, atajó dos penales en la definición y eso aumenta su crédito.

Ayala (7): Un bombero de lujo para las derrotas personales de Vivas y Chamot. Cuando cruzó no falló nunca y se quedó siempre con la pelota o despejó a tiempo. En el momento donde faltó criterio tiró algunos pelotazos desde el fondo, inútiles para la talla de Neville y Adams. El penal lo remató con jerarquía, pese al momento decisivo.

Vivas (4): La primera pelota que le ganó a Shearer fue a los 6 minutos del segundo tiempo. Era imposible que le ganara de arriba y de abajo también se equivocaba porque no iba al anticipo. El árbitro lo dejó más en evidencia porque le cobró faltas que no hizo. Creció al final yéndose a intentar varios desbordes que no concretó nunca.

Chamot (4): Las diagonales de Owen lo desairaron siempre y cuando iba encima de Anderton sobre la raya perdía en velocidad, potencia y superioridad numérica porque Simeone bajaba a destiempo. Hizo un penalazo con la mano en el suplementario que ni el árbitro ni el línea advirtieron.

Zanetti (6): Hizo un gran primer tiempo porque tuvo la decisión que le faltó en los partidos anteriores cuando encaraba. Frente a Japón y Jamaica chocó casi siempre. Anoche resolvió bien yendo al fondo o tocando para adentro y ofreciendo por afuera para la devolución. Se cayó en el segundo tiempo.

Almeyda (7): Su mejor partido del Mundial. Cortó mucho y peleando solo contra los volantes ingleses. Es interesante su presión sobre el rival porque por lo general gana y recupera cerca del arco contrario, pero en esas instancias tiene a los compañeros de espaldas, volviendo de la jugada. Si pierde, como los de atrás no achican, le ganan la espaldas como hizo Beckham en el primer tiempo. Estuvo muy seguro con la pelota, sabiendo cuándo arriesgar y cuándo aquietar el ritmo.

Simeone (5): Hizo una gran jugada, la del penal que le vendió al contado al árbitro Nielsen. Pero más allá de la definición de la jugada, lo que vale es la intención, ir a buscar por afuera. Después no repitió, cerró siempre el ataque y estuvo impreciso. Hizo echar a Beckham por una picardía, de simular una falta que no era tan grave.

Verón (6): Cuando se juntó con Ortega, en el primer tiempo, hicieron desastres en los tres cuartos de los ingleses. Menos personal que en partidos anteriores, se acomodó mejor al juego de conjunto. Sin embargo metió varios pelotazos sin medir las consecuencias: López llegaba pero solo, sin compañía, y el ataque se moría. Distribuyó bien en el segundo tiempo, tratando de abrir con Berti o Chamot. Probó con mala puntería. Su remate del penal fue inapelable.

Ortega (8): La rompió en el primer tiempo. Hizo estragos cada vez que encaró y su gran virtud fue darse cuenta en qué momento largar la pelota. Apareció el mejor Ortega, el que desequilibra y sirve o define. Cuando entró Gallardo era tarde para rearmar la sociedad, los ingleses habían cerrado la puerta y el jujeño ya no tenía aire. Terminó en muy malas condiciones físicas, ni pudo ir a patear un penal.

López (4): No es un mal jugador pero no tiene incorporado ningún concepto básico del futbol. No debe estar recibiendo de espaldas, sino ofrecerse para que se la tiren larga donde puede aprovechar la velocidad, su mejor arma. Pocas veces levanta la cabeza y lo paga caro. Hizo dos desbordes muy buenos y tiró el centro sin mirar. No había llegado nadie, con lo cual su esfuerzo se hace inútil.

Batistuta (5): No fue su mejor partido pero tampoco se merecía el cambio. Por nombre, impresiona. Por presencia, asusta. Aunque juegue de poste metido entre los centrales o con un stopper encima siempre es inquietante. Anduvo mal con la pelota y también fue muy bien controlado por una marca zonal repartida entre Adams, Campbell o Neville, según fuera, y Paul Ince.

Crespo (4): No pesó. Se esforzó siempre en producir claros pero nunca le llegó clara la pelota. No tuvo ninguna chance frente a Seaman.

Gallardo (5): Tarde. Intentó lo de siempre pero tuvo menos claridad que otros días y también tuvo menos espacios. Debió buscar más por afuera. Con clase en el penal.

Berti (5): Lo pusieron para abrir la cancha pero no siempre fue a la raya. Recién cuando lo tuvo a Passarella al lado fue por afuera. Tiró muy bien el penal.

 


 

LA POLEMICA SALIDA DE BATISTUTA
Passarella reconoció la equivocación

Passarella festeja junto a Gallardo.
Atrás se suma Diego Simeone a la fiesta.

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Por Eduardo Febbro   desde Saint Etienne

t.gif (862 bytes) Los dos protagonistas de la decisión más controvertida de la noche pasaron casi por alto los cambios efectuados en la Selección. Gabriel Batistuta y Daniel Passarella hicieran discretos comentarios sobre el reemplazo del delantero por Crespo. Passarella dijo que Crespo "es un jugador picador en el área, muy oportunista. Creímos que era el momento oportuno para hacer los cambios". Admitiendo a media voz que el reemplazo no fue tan eficaz como suponía, Passarella agregó que "eran decisiones tácticas que uno piensa en el momento caliente del partido y que a veces funcionan y a veces no".

Batistuta declaró: "No hay ningún problema. Hoy me tocó salir. El objetivo era ganar y estamos todos felices". En cuanto a la actuación global de la Argentina, el entrenador admitió que "fue el partido más difícil de los octavos de final".

Con el rostro todavía marcado por los colores de la emoción, Daniel Passarella calificó en esos términos la victoria de la Selección ante Inglaterra y reconoció que Inglaterra salió con "un equipo bien estructurado, con dos atacantes muy rápidos" y no hizo "más que respetar su carácter, su filosofía del fútbol: jugó como lo hace siempre en cualquier cancha, lo hace a su manera y nos puso en dificultad". Passarella aceptó las críticas señalando que no se había podido definir el partido cuando hizo falta: "No manejábamos bien la pelota, centralizábamos mucho el juego y eso nos trajo el inconveniente de no poder convertir ningún gol para finalizar el encuentro antes de tiempo". El gol del empate marcado por Zanetti a los 46 minutos del primer tiempo fue una acción construida antes. Passarella explicó que se trató de "una jugada preparada que salió a la perfección" con un "Zanetti que salió de la barrera, controló muy bien con la derecha y definió". El segundo milagro de la noche, el penal atajado por Roa, es también una historia de confianza: "Roa ya ha dado muestras en su carrera de tener mucha intuición, y hoy lo demostró nuevamente. Estamos muy felices. Clasificar de esta manera, en un partido contra Inglaterra, un partido a corazón abierto, con dos equipos de gran personalidad, que supieron ambos remontar un resultado adverso, todo eso nos llena de satisfacción".

"Vinimos por la final, no importa a quien tengamos delante", dijo Batistuta cuando se le preguntó por Holanda, el próximo rival de la Selección. Passarella fue apenas más explícito cuando recalcó que "a partir de mañana empezaremos a analizar cómo jugarlo. Es una llave muy difícil la que nos ha tocado, creo que hoy con Inglaterra nos hemos enfrentado con uno de los mejores equipos candidatos al título y en el próximo partido con Holanda tendremos adelante un equipo que juega muy bien al fútbol".

 


 

COMO LLEGO ROA AL ARCO DE LA SELECCION
Lechuga está bien plantado

Verón abraza a Daniel Passarella tras el segundo gol argentino.
El técnico admitió haberse equivocado reemplazando a Batistuta.

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Por Carlos Stroker

t.gif (862 bytes) Cuando Daniel Passarella debía anunciar una lista de buena fe, para jugar las eliminatorias o disputar algún amistoso, sus mayores problemas estaban en la definición de los arqueros. Desde que asumió en octubre de 1994 hasta el Mundial, convocó a diez arqueros distintos: Bossio, Burgos, Cavallero, Cristante, Passet, Nacho González, Abbondancieri, Bonano, Ojeda

y Carlos Angel Roa. "La verdad es que a Roa debí llamarlo antes", suele decir en la intimidad el entrenador. Ayer, Roa le dio la derecha. El de ayer fue su undécimo partido en el arco argentino, desde su debut en abril de 1997, cuando la Argentina derrotó a Ecuador en el Monumental por las eliminatorias.

Para el técnico, Roa es hoy uno de los pilares del equipo. Pese a que lo atemorizó cuando no lo convocó para jugar el famoso amistoso en el Maracaná ante Brasil. Ese día, Roa rezó: "Espero no quedar afuera". Passarella esperaba lo mismo. Hace 10 años que ataja en primera: fue Alfio Basile quien lo llevó al arco de la primera de Racing cuando sólo tenía 18 años. "Es un arquero con un futuro bárbaro", dijo Basile en aquel momento.

Es un creyente fervoroso. Un adventista que reza todas las noches y al que los amigos no se cansan de llamar por su apodo, Lechuga, debido a que no come carnes rojas. En la concentración de L'Etrat deben prepararle un menú especial cuando sus compañeros de equipo degustan algún bife de chorizo o un asado. El número uno prefiere las pastas, y se enoja cuando algunos lo llaman vegetariano.

A los dos años de estar en Racing, después de una gira por el sur de Africa, cayó enfermo con un cuadro viral grave. Pensaron que era paludismo. Se salvó: no era. En ese momento comenzaron los choques con el por entonces presidente de Racing, Juan Destéfano, que terminaron en 1994, cuando le compró el pase Lanús, el club que después lo catapultó al fútbol europeo. Hace un año fue vendido al Mallorca en 3,4 millones de dólares, un record para la venta de un arquero.

Héctor Cúper se lo llevó al Mallorca, pero los dirigentes no lo conocían, entonces el ex entrenador de Ferro y Huracán debió convencer al presidente del club mallorquí. "Es un fenómeno", decía Cúper. Fue en la última final de la Copa del Rey --el mismo día de aquel Brasil-Argentina para el cual Passarella no lo convocó-- que consagró sus condiciones de atajador de penales. Barcelona y Mallorca disputaron esa final y Roa fue la figura, pese a que su equipo perdió. Esa noche atajó tres penales y, además, convirtió uno. Al día siguiente, el presidente del Mallorca le renovó el contrato y le hizo firmar una rescisión de contrato por 20 millones de dólares, otro record para un arquero del fútbol español.

 


 

Gol de autor

Javier Zanetti.
Goleador con ayuda.

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Por J. J. P.  desde Saint Etienne

En la lista de goleadores de Argentina, donde dice Zanetti (1), debería decir, por lo menos, "Passarella medio, Zanetti medio". El técnico tuvo una influencia directa en el segundo gol argentino.

Estaban preparándose para pegarle a la pelota, a unos cinco metros del área Batistuta y tenía a su derecha a Verón y a la izquierda a Simeone. Se puede suponer que Verón va a tocar la pelota desacomodando a la barrera, Simeone la va a parar y Bati le va a pegar. Passarella se sale de la vaina y se sale del corralito de los entrenadores gritando desesperadamente que no, que hagan otra cosa, que hagan eso que habían estado practicando en los entrenamientos. Entonces pasa por arriba de la pelota Batistuta y Verón amenaza el tiro, pero la pone precisa en el área para Zanetti, que estaba parado detrás de la barrera y sigilosamente se ubica para recibir y clavar el zurdazo. Si los ingleses se hubieran avivado, salían los que estaban detrás de la barrera y Zanetti quedaba en off-side. Pero no fue off-side. Fue gol. Todos lo festejaron un poco con Zanetti y otro poco con Passarella. Se lo merecían los dos.

 


 

SHOW DE HINCHADAS EN EL GEOFFROY GUICHARD
El tradicional arte de hacer bandera

Hubo dos disputas: una en el campo, otra en las tribunas. La de las gradas, la más larga y laboriosa, también la ganó Argentina.

Por Juan Sasturain  desde Saint Etienne

t.gif (862 bytes) Para ellos el partido duró cinco horas. De las siete de la tarde a las doce de la noche. Gritaron más tiempo contra el césped verde y vacío --primero de día, casi solos; al final con una hermosa luna menguante, solos otra vez-- que contra el césped poblado de camisetas. Durante todo, pero todo ese tiempo, los hinchas argentinos gritaron y gritaron. Fue un espectáculo conmovedor, único en esta copa. No se pareció a nada de lo visto. Tampoco, en ningún caso, la rivalidad fue tan acusada como en éste. La cuestión es que dos horas antes del inicio del partido, a las siete, había ciento treinta banderas argentinas con distintas inscripciones y todos los argentinos posibles: ni un solo inglés en el estadio de Saint Etienne. Y a las doce de la noche, cuando el partido había terminado y no había un solo inglés en la cancha, había más de ciento cincuenta banderas argentinas y no se había ido ni un hincha.

Allí ya se notó la primera diferencia entre unos y otros a la hora (precisamente) de expresarse. Los argentinos fueron a la cancha, como siempre van, no sólo a ver el partido --que tiene su horario-- sino a hablar de sí mismos, a manifestarse más allá de las circunstancias. La hinchada argentina no alienta solamente: actúa de hinchada. El resultado de esa actuación (uno de los resultados) es el aliento al equipo y la agresión verbal al rival. Es nuestra manera.

La otra manera argentina son las banderas, prolongación natural e ideológica del grito. La bandera argentina sola no dice nada, no significa nada. Un hincha argentino con una banderita de palito, como los ponjas, se siente un forro. Porque para el hincha argentino militante la bandera es simplemente el apoyo, el soporte para el mensaje. Y el mensaje es raramente de aliento, o lo es por añadidura. Hay uno famoso en esta Copa. El que dice: "Hoy, Polenta", que tiene algo de liviano apriete. Es que, en general, el mensaje argentino tiene un doble destinatario: el campo de juego y --un poco más lejos-- la transmisión televisiva. De ahí que, como en los programas dominicales multitudinarios en que se filman las tribunas, proliferan inscripciones que mentan el lugar de origen y los titulares de la enseña patria enarbolada. "Beto y Coco" o "Adrogué presente" tienen ese mismo sentido autorreferencial que nos caracteriza; un modo de saludar y de ser vistos. El aliento argentino es también un modo de parecer y aparecer.

Claro que, hilando fino --y ayer fueron un día y una noche ejemplares para hacerlo-- hay dos tipos más de banderas: la jactanciosa que dibuja y propone modelos y habla de la historia (ayer, más que nunca, Maradona) y la coyuntural, la elaborada para las circunstancias especiales, en cada caso. Hubo una, que apareció sabia, grosera y cautamente al final, que decía simplemente a lo largo de la franja inmaculada, en cuidadoso aerosol: "¿Cómo andan del culo?". La hinchada argentina en Saint Etienne desplegó anoche todo el variado repertorio de nuestra cultura de cancha para una audiencia universal. Para que los japoneses graben, como dicen haber hecho ya.

Esta multitud celeste y blanca tan motivada tuvo casi una hora y media de desconcierto. Mientras los pibes jugaban sus partiditos atravesados en la cancha en un intervalo aperitivo, los hinchas se dieron manija solos hasta las ocho y media de la tarde, sin quién confrontar. Recién entonces aparecieron los ingleses y se pudo dibujar el esquema poblacional y sonoro del estadio: Argentina era dueña de casi casi toda la tribuna de detrás del arco en que atajó Roa en el primero; los ingleses copaban más de la mitad inferior y todo el lateral de la opuesta. Además estaban diseminados y, casi sin banderas, en proporción, se manifestaban más y mejor con el grito. Eso: el grito y no la canción elaborado. Los británicos hacían cinco golpes de percusión (un solo tambor) que acompañaban las palmas de todos, levantaban las palmas al cielo y atronaban: "ENGLAND". Una y otra vez, sin variantes. O si no, repetir "England" al ritmo del tradicional "Barras y Estrellas" yanqui. No elaboraron más. Estuvieron, todos lo están, menos "producidos" que Argentina, de la que se desentendieron. Sólo en un momento dejaron clara la diferencia del rival, las ínfulas de contra quién se jugaba: fue en los himnos. Ahí, por primera vez en la Copa del Mundo de la amistad y el fair play, el sector más duro de la hinchada inglesa abucheó con calor la música de Blas Parera. La respuesta fue contundente: entre los ingleses que gritaban las estrofas del suyo y la unanimidad del griterío argentino se dio el griterío mayor de la jornada.

Los estudiosos franceses tendrán de qué ocuparse. Decodificadores de fenómenos de masas, uníos. Argentina ha ganado, esta vez también, en las tribunas. Y eso que ellos lo tenían a Mick Jagger.

 

La conjura de los necios
Por Diego Bonadeo

Alguien --no sé bien si Vinicius o Tom Jobim-- escribió alguna vez que "el corazón tiene razones que la propia razón desconoce". Y en esto del fútbol, y puntualmente en esto de Argentina ganándole a Inglaterra en los octavos de final, aparecen como nunca los corazones ganándoles la parada a las razones.

Esto podría haberse escrito antes de empezar el partido, siempre y cuando el resultado puesto diera como ganadora a la Selección. Porque los bocinazos y las banderas en las calles de Buenos Aires hasta las cuatro de la tarde y el silencio de "toque de queda" de cuatro a poco antes de las siete, fueron solamente el anticipo de la explosión posterior de la gente. Es bueno que se esté bien aunque sea por un rato y que la expectativa mire al sábado de Argentina y Holanda, y que entre las secuelas de las inundaciones, el desempleo, la carpa blanca, la corrupción y demás calamidades, sea posible festejar alguna cosa además de la prisión de Videla.

Todas estas son razones de nuestros corazones motorizados, especialmente porque el que quedó en el camino es el seleccionado inglés. Las razones de la razón, en cambio, que en este caso son las del fútbol, son necesariamente mucho más impopulares. El esperado despliegue de los medios audiovisuales alrededor de los festejos no se detuvo en los dos primeros penales --uno para cada uno-- inventados por la desfachatez e ineptitud del árbitro, ni en dos penales más --uno para cada uno otra vez-- que el mismo referí omitió sancionar con la misma desfachatez e ineptitud. Es que cuando recién estaban 1-1 el partido todavía no se había planteado --salvo por algún pelotazo a dividir premonitorio de Simeone-- y es entonces que se convierte en determinante el desempeño de quien debe serlo solamente para que se juegue dentro de las reglas. Hasta el maravilloso gol de Owen --el mejor inglés-- hubo reparto de errores basados en imprecisiones y en criterios para jugar, lo que se hizo más notorio en el equipo argentino que tuvo más la pelota porque jugaron muy bien Ayala y Almeyda, y porque es habitual que la mayoría de los seleccionados de Europa occidental y nórdica le escapen a la pelota jugada al ras del piso.

En ese lapso y hasta el empate argentino --nadie puede creer que una jugada preparada haya salido a la perfección con Zanetti definiendo con la zurda-- lo de Ortega puede quedar enmarcado en una de las performances individuales más extraordinarias de este y de muchos otros campeonatos mundiales, casi siempre en soledad, buscándose juego, encarando y dejando ingleses por el camino, por donde más duele.

La contracara de Ortega es Simeone. Lo que para nada resulta imprevisible, dadas las limitaciones del mediocampista argentino para reunir las tres condiciones que según el propio Daniel Passarella son indispensables para integrar los equipos que el dirige: volumen de juego, lectura del partido y buen pie. Y mientras Simeone sigue siendo titular indiscutible y capitán, Marcelo Gallardo, hasta ahora el único que con Ortega demostró ser capaz de cambiarle la cara a la Selección, debe sacar número, hacer la cola y esperar turno. Un disparate.

Y si pensamos que al fútbol lo juegan los jugadores, y que la incidencia de los directores técnicos es mínima, para esta circunstancia, esto es decidir quién juega y quién no, el único que juega es Passarella. Y en esta Selección, resultados y merecimientos aparte, que juegue siempre Simeone y nunca o casi nunca Gallardo lleva a pensar que a Passarella lo arrastró la conjura de los necios.

 


 

LA PELICULA DE LA DEFINICION
Hitchcock editó los penales

Por Juan José Panno  desde Saint Etienne

t.gif (862 bytes) Es en el arco de acá, el que está más cerca de la ubicación de casi todos los enviados de los medios gráficos argentinos, el que da espaldas a la tribuna en la que están la mayoría de los hinchas de las gargantas de amianto. Cuando el árbitro señala para este lado explota la barra quilombera. Van a ser testigos en primer plano de un hecho histórico. La ven venir.

"Sea-man... Sea-man..." gritan con ese grito seco que los caracteriza, los ingleses. El hombre de mar, que eso quiere decir Seaman, se cruza con Roa y se saludan. El arquero argentino, que un par de días atrás cuando le preguntaron qué recordaba del partido de México contra los ingleses dijo que ese día estaba pescando, tira la línea soñando con pescar la gloria. Alguien se acuerda de Goycochea, del Mundial '90, pero esto es otra cosa. Esta vez no era Argentina, sino el rival el que quería los penales.

El primero de la lista es Berti porque Batistuta lo mira de afuera. Le pega fuerte, abajo, a la izquierda del hombre, que antes del disparo hace remolinos con las manos. Gol. 1 a 0.

Va Shearer que carga la bazuka como en el otro penal, el del juego, el que había inventado el desastroso árbitro Kim Milton Nielsen. Patea Shearer y el proyectil estalla en la red de Roa, arriba a la derecha de su arquero, señora. 1 a 1.

Ahora le toca al vecino italiano de Batistuta, porque Parma no queda muy lejos de Florencia. Crespo le pega con un sachet de leche, abajo a la izquierda de Seaman que se arroja de panza y se queda con la pelota. Le toca al negro grandote Ince, que amenaza con un cañonazo y trata de colocarla contra el palo izquierdo de Roa. La pesca Roa, lo gritan en Saint Etienne, en Buenos Aires y seguro que en Mallorca, que no olvida la Copa del Rey. Siguen 1 a 1. Mano a mano hemos quedado.

Su turno, señor Bruja Verón. Cinco pasos de carrera, pum, a la derecha de Seaman. Hundido. Dos a uno. Llega Merson, el que reemplazó al colorado Scholes. Está fresquito el tipo. Acomoda la pelota medio centímetro al costado del punto del penal. Roa protesta, patalea, discute con el árbitro que le saca la tarjeta amarilla y lo manda a la línea. "Se me queda quietito y no se me adelanta", parece decirle. Arriba, Roa casi la toca, gol. 2 a 2.

Ahora Gallardo, medio de hielo para estas cuestiones, como lo demostró con menos edad en la Bombonera. A media altura, Seaman salta aunque sea un inglés, adivina pero no llega. Tres a dos y los nervios crecen. Michael Owen, que es más rápido que el velocista negro Jesse Owen, es rubio y juega fenómeno. Tiraaaaaaa. Gol. Es el único buzón de los penales: la pelota a la derecha, Roa a la izquierda. 3 a 3. Faltan sólo dos penales. Llamen al CEMIC, llamen. Ayala era campeón de los torneos de penales cuando jugaba en River. Hallala si podés, le dice a Seaman. Le da seco, abajo, como le pegaba Maradona y la pelota sale como un latigazo. Seaman hundido otra vez. 4 a 3.

Ultimo penal de la primera serie. El final ya se sabe, pero cuando uno lo cuenta la sensación reaparece en la piel. Es Batty, con doble te y con y griega, nada que ver con Bati. El man Batty y el Hombre Lechuga: es otra de superhéroes. Auspicia Emergencias Médicas. Vuela la pelota a la derecha de Roa, el arquero despega para ese lado, se adelanta un poquito y la ataja mucho. Todo la ataja. "Los guantes de Dios", dice alguien a un costado. Uf...

 


 

SE PELEARON CON LA POLICIA
Otra caída de los hooligans

t.gif (862 bytes) El remate del otro Batty, el del inglés, que murió en las manos de Roa, cantó las doce y lejos de estar sereno, la noche de Saint Etienne se pobló de gritos guerreros e inesperados. Afuera del estadio y en el centro de esta ciudad había tantos hinchas sin entrada que habrían llenado sin problemas otra cancha, y apenas quedó sellada la eliminación inglesa, unos cien hooligans arrancaron su show de miseria.

No había barrabravas argentinos enfrente, más interesados en celebrar el pase a los cuartos que en chocar contra los hooligans. Pero sí aparecieron los rivales de ayer, los marroquíes, argelinos y tunecinos, los beurs, que utilizaron el lanzamiento libre de latas de cerveza para replicar y generar más disturbios.

Apenas pasada la medianoche los actos violentos comenzaron en los barrios periféricos de la ciudad donde se disputó el encuentro por los octavos de final. Fueron los hooligans quienes decidieron arrojar latas de cerveza a los policías franceses que se encontraban en el lugar cuidando la tranquilidad de Saint Etienne, pero los ingleses no se quedaron con sólo lanzar latas de cerveza que se habían bebido. También algunos quisieron pegarles a los hombres de seguridad y por eso la policía local reaccionó y decidió emprender el contragolpe.

La actitud de los policías fue automática y logró controlar a los desanimados hinchas de Inglaterra. Ellos, los hooligans, se la tomaron contra los africanos que viven en la ciudad y que un día antes se habían enfrentado por distintos motivos, como fue la venta de entradas truchas. Los incidentes se iniciaron, en realidad, minutos antes del partido, pero no fue tan problemática como la del final del partido. Los policías, ahora, respiran un poco más tranquilos, ya que Inglaterra fue eliminada del Mundial.

 


 

SUFRIENDO FRENTE AL TELEVISOR
Con las muelas rotas

En los primeros planos los jugadores argentinos aprietan los dientes. Igual que los que miran. "Está cansado Ortega", dicen en la TV. "Cansados estamos nosotros", responden los televidentes.

Por Juan Forn

t.gif (862 bytes) Parecía que estaban jugando desde siempre. Y para siempre. Si era uno de esos gol-gana de potrero, la FIFA tenía que postergar los cuartos de final hasta el infinito, porque este partido no terminaba nunca. De la mitad para el arco inglés, todas camisetas blancas. De la otra mitad hacia el arco argentino, una estepa desierta para Roa. Uno miraba por la ventana, veía que ya estaba oscuro afuera y sentía: "¿Hace cuánto que estamos acá? Ya deben ser como las cuatro de la mañana". Las caras de la gente que veía el partido por TV eran más que elocuentes: destrozados por los nervios, agarrotados como si hubieran corrido ellos los 120 minutos. Macaya dijo de repente, con voz cavernosa: "Está cansado Ortega". Y, entre los apiñados frente a la TV, una vocecita contestó: "Cansados estamos nosotros, hermano".

Si los dos equipos hicieron el reconocimiento previo del campo a la misma hora, ¿por qué, en el partido, los ingleses no se patinaban nunca? Los jugadores argentinos, casi todos, pero Gallardo especialmente, parecía que tuviesen rueditas en vez de tapones, en las suelas de sus botines. Cuando las cámaras francesas mostraron el enésimo resbalón de Gallardo en lentísimo replay, otra vocecita frente al televisor dijo: "Por favor, que se pongan los tapones aunque sea para los penales".

Hasta el gol de Zanetti, parecía que la revancha de los ingleses sería una horrible justicia poética: ganarían 2 a 1 con un gol trucho (la mano de Dios contra la zambullida increíble de Owen entre Ayala y Vivas) y uno espectacular (es cierto que el de Maradona no se puede comparar con ninguno en la historia, pero la jugada de Owen en el segundo gol inglés de ayer fue más que considerable). A los ingleses se les vino la niebla dos veces: primero cuando Zanetti los mandó al vestuario vacunados, después que Beckham se ganó la expulsión más infantil del Mundial (se ve que quería volver de una vez a los brazos de Posh, su novia Spice Girl), cada foul argentino daba pavor: con ese danés como árbitro, en cualquier momento podía venir la compensación, como hizo con el penal inexistente. Con cada corner para Inglaterra se agigantaba el fantasma de los mexicanos contra Alemania: tener el partido ahí, a punto caramelo y, por no saber ganarlo, terminar vacunados por un tosco grandote inglés.

La discusión eterna que tiene mentalmente cada argentino con Passarella ya se parece a una obra de Ionesco: cada vez que uno siente que le torció el brazo, o que el tipo por fin reconoce lo obvio para el resto del mundo, el mismo partido termina dándole en voz bajita, bajísima, la razón a él, mal que nos pese a todos. Pero por el absurdo, siempre por el absurdo. La gente pidió a gritos a Gallardo desde el partido con Japón: ayer al Muñeco parecía que le habían cortado los piolines. Muchos decían que Crespo había quedado afuera injustamente, después de su racha goleadora en las eliminatorias, y que con su movilidad y rapidez era ideal para imponer la superioridad numérica después de la expulsión de Beckham. Habría que avisarle a Crespo que el Mundial se juega con off-side. Y, por los tres cambios de ayer, parecía evidente que Passarella ni pensaba en los penales (por horrible que esté jugando Simeone, era una fija a la hora de definir desde los doce pasos, y ni hablemos de Batistuta). Sin embargo, no sólo hubo penales, sino que los tres reemplazos fueron a patear.

Lo cierto es que, con Sensini afuera y Batistuta temiendo a cada momento que lo saquen en el segundo tiempo, adentro de la cancha mandan mucho más los gritos de Passarella transmitidos vía Zanetti que cualquier jugador. Porque el único aporte como capitán de Simeone es haber enseñado a sus compañeros a apretar los dientes y poner cara de intensos, por si las cámaras de televisión los toman en primer plano (además de angostar desesperadamente la cancha y enrevesar sin remedio todo ataque argentino que pase por sus pies). A esta altura es evidente que Passarella quiere demostrarle a todo el país (y al mundo) que el Mundial se gana a su manera, si es que se gana. Mientras tanto, el país seguirá cada partido rogando que no se le rompan las muelas, de tanto apretarlas.

 


 

Beckham no consiguió el milagro y Londres lloró

La derrota aguó los festejos en Trafalgar Square y los pubs se quedaron sin vender hectolitros de cerveza. Al final, no llegó la venganza promovida por el diario "The Sun".

David Beckham, la esperanza británica para el partido de ayer.
Como él, expulsado, toda Inglaterra terminó de luto.

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Por Marcelo Justo  desde Londres

t.gif (862 bytes) Inglaterra está de luto. Pero con dignidad. Una definición por penales fue como un balde de agua fría para una actuación inglesa que, gracias al talento de Owen, llevó a Inglaterra hasta la definición de penales. El entrenador Glenn Hoddle señaló inmediatamente después del match que sus jugadores habían dado todo lo que podían y que una definición por penales era eso, "una definición por penales".

En todo Londres se impone un silencio de ultratumba. El resultado final aguó los grandes festejos que se habían preparado en Trafalgar Square y Leicester Square, en pleno centro de Londres. Los pubs que querían vender cerveza, es decir, todos los pubs de Inglaterra, ofrecieron a sus hinchas el match en grandes pantallas de televisión. La desilusión sólo fue neutralizada por un partido increíblemente vibrante. Los ingleses habían empezado el partido con grandes expectativas. Ayer la portada del The Sun, el líder de los tabloides, era un fotomontaje con la foto de David Beckham, con su preciosa cara, convertido en Madonna. El título era: "Don't cry for us Argentina" (No llores por nosotros, Argentina) e incluía una parodia de la famosa canción.

La gran revancha que buscaban los ingleses no ocurrió a pesar de The Sun. En una página dividida en cuatro por la bandera inglesa, exhortaba a sus lectores a que marcasen un lugar para la rodilla izquierda en la que los hinchas ingleses debían arrodillarse sobre la cara de Maradona, otra marca para la rodilla derecha sobre la cara de Galtieri, y una última instrucción de apoyar la lata de cerveza a la derecha, y ...rezar.

Pero el llanto no fue argentino. La intensidad del match, la expulsión del mismo Beckham, y la alucinante intensidad del partido dejó a los ingleses tan asombrados como a los argentinos. El tiro de Paul Scholes en el primer tiempo que besó el poste de Roa pudo haber cambiado el curso del partido. Pero el llanto fue inglés.

 


 

Kjasfsenit por gritar un gol

Por Maximiliano Montenegro  desde Kiev

t.gif (862 bytes) Varado en esta ciudad después de cubrir el viaje del Presidente, me había resignado a mirar el partido contra los ingleses solo, en el cuarto del hotel de Nipro. Solo dos canales lo transmitían en directo: TVE de España, que por algún motivo técnico que desconozco no tenía volumen, y el canal local "Uno CVDA", con sus relatos y comentarios en perfecto ucraniano.

Apenas empezó el match decidí servirme una cerveza del frigobar. Mal hecho. La imagen de los ingleses en el círculo central con la pelota bajo el pie fue el aviso de que me había perdido el gol del Bati. Por lo visto, aquí no se gritan los goles. De ahí en más decidí fijar obsesivamente la atención en la pantalla. Grité el golazo del "Pupi" cinco veces, parado en la cama. Cuando iba a empezar la sexta, ya más relajado, unos verdaderos puñetazos sobre la puerta me cortaron la inspiración. Abrí la puerta. Una gorda morruda me dijo "Kjasfsenit", y lo repitió por lo menos dos veces. Era la cuidadora del piso del hotel, que aún es administrado por el Estado y conserva ritos y normas de la época soviética. Por sus gestos comprendí que había hecho algo prohibido. También con señas, la invité a mirar el partido. Se dio media vuelta y se fue. Después, cuando Roa atajó el ultimo penal, mis gritos volvieron a inundar el 8º piso del hotel. Esta vez golpearon la puerta como si quisieran derribarla. Abrí. La gorda gritaba. Le canté "Veo veo, qué ves... que Argentina va a ser campeón otra vez como en el '86" y me fui a tomar algo con el barman. Por lo menos conocía a Maradona.

 


 

¿Cuál es el embajador inglés?

Una fucking pasión por el fútbol y la idea de producir un hecho político llevaron a que los ingleses vieran el partido en público.

Una escena de ayer a la tarde, en la residencia británica. El embajador, William Mardsen, es uno de los tres de la foto.

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Por Martín Granovsky

t.gif (862 bytes) "Ahora, Goycoechea", dijo un señor de camisa a rayitas. Su castellano estaba levemente desacomodado, aunque menos que la corbata azul. Levantó una lata de cerveza y guiñó un ojo, por si quedaban dudas de su ironía. Ironía inglesa. Y debe aclararse que, esta vez, no es una metáfora. Quince minutos después, y en el mismo castellano, otro señor hacía esfuerzos para disimular la amargura --discreción británica-- mientras daba un pequeño discurso. Era William Mardsen, embajador del Reino Unido en la Argentina, hablando para diplomáticos de su país e invitados argentinos que ayer se encontraron en su hermosa residencia de Plaza Francia para ver el fucking clásico en pantalla gigante. Después del fucking milagro de Roa, Mardsen pareció sincero cuando dijo: "Fue duro, muy duro para nosotros".

La pantalla estaba instalada en el primer piso del palacio, el mismo lugar donde todos los años se festeja el cumpleaños de la reina. Ella estaba cerca. Sobre una mesita, un portarretratos la mostraba en su sonrisa módica. Jorge V, en cambio, debió conformarse con escuchar el partido sin verlo. Delante del óleo que lo representa, Mardsen puso la bandera argentina más grande que tenía junto a una bandera británica también enorme. En el medio, la pantalla. Frente a la pantalla, mesas con manteles de cartón reciclado que decían "Argentine" y "England" y maníes pelados para las cincuenta personas, tal vez sesenta, que habían recibido la invitación junto con el permiso para llevar banderas, camisetas argentinas y gorros de carnaval. Y al fondo, en un rincón, un puesto autoservice de cerveza (Quilmes, no inglesa), una especie de latoducto capaz de transportar litros y litros para entibiar de las pasiones.

Que fueron muchas. Salvo Mardsen, que no parece demasiado futbolero, los ingleses demuestran que, además de haber inventado el fútbol, lo llevan en la sangre. Lo gritan. Lo acompañan con los brazos en alto y los puños apretados. Si un inglés tiene que anunciarle a alguien que es un idiota, le dirá: "Me temo que su pensamiento, señor, es un tanto heterodoxo". Pero si debe comentar la entrada de David Batty (el jugador que terminaría pateando mal el último penal) dirá: "Oh, God, the fucking Batty". Al revés, Michel Owen es "fucking brillant".

Hay otros gritos posibles. Breve diccionario de lo escuchado ayer en la residencia del señor embajador, con traducción no literal:

* Go forward!: ¡Seguíla, idiota!

* Get in, get in!: ¡Metéte!

* Fucking idiot!: casi idem.

* What?: ¿Qué hacés, tarado?

* Don't do it, don't do it (en tono de rezo): invocación a Dios antes de un tiro libre, como el que terminaría en el segundo gol argentino, el de Zanetti.

* It's unbelievable: no se puede creer (mano no cobrada de Chamot).

* England! (gritar con palmas en ritmo casi flamenco): traducción obvia.

La diplomacia también da sorpresas, y la variedad de destinos produce poliglotas. Cuando Marcelo Araujo dijo quién sabe qué barbaridad sobre los ingleses, un señor de los camisa a rayitas gritó: "¡Pero ese hombre es un coñazo!". No era un invitado español de los británicos, sino un británico con destino anterior en España.

Otras sorpresas pueden producirlas los invitados.

Cuando el danés Kim Nielsen anuló el gol inglés, uno del público comentó: "Debe ser un juez federal argentino".

Cuando Inglaterra iba ganando dos a uno, otro del público preguntó: "¿Se acuerdan de los rehenes norteamericanos en Irán? Si hoy gana Inglaterra nos quedamos a vivir en la residencia del embajador".

Naturalmente, en toda la tarde no hubo mención inglesa de las Falklands. Era un partido de fútbol.

Por supuesto, ningún argentino pidió allí las Malvinas. Estaba viendo un clásico.

Más aún: nadie quiso convertir el fútbol en una guerra por otros medios. Lo que no se decía, sin embargo, funcionó como un sobreentendido, como una convención que ninguno de los presentes necesitaba violar. La angustia, en todo caso, además del resultado, era muy futbolística. Si uno es de Racing, no suele ver Racing-Independiente pegado a un hincha de Independiente. No es que sea incómodo gritar. Se grita y listo. Pero será incómodo el final. Ayer, el final parecía un destino poco confortable. Si ganaba Inglaterra, los ingleses podían ser muy educados, muy diplomáticos, pero uno sentiría que solo estarían reprimiendo las ganas de reírse del primer fucking argentino que tuvieran delante. Si ganaba Argentina, lo mismo pero al revés.

Ganó la Argentina. Y la solución fue el teorema de Tales: alegría en paralelo. Hubo festejos de corneta que no cortaron caras largas, y caras largas que no arruinaron los festejos de corneta.

El embajador hizo su discurso y esta vez sí que, aparte del símbolo en sí mismo de la reunión, el de un partido Argentina-Inglaterra abierto al público por primera vez en la historia, su mensaje quiso sonar político:

--Aunque jugamos básicamente como iguales, desgraciadamente perdimos por penales en un fantástico espectáculo deportivo. Fue duro, muy duro para nosotros, pero resultó mejor perder contra la Argentina, que tendrá mucho éxito de aquí hasta la final. Nosotros le deseamos que tenga mucho éxito.

 


 

Emocionante
Por Sandra Russo

Algunas personas que tengo en muy alta estima se resisten a ver jugar a la Argentina. Son inteligentes, reflexivas, echan mano de argumentos razonables y no sólo no se amuchan con los demás para decir ininterrumpidas pavadas mientras los muchachos juegan, sino que están ideológicamente en contra de la alegría exacerbada por el suspenso que provocó ayer, por ejemplo, la última y decisiva atajada de Roa.

¿Cómo no comprender esa aprensión cuando hace veinte años una alegría similar tapó las atrocidades que todos conocemos? ¿Cómo no estar de acuerdo cuando apenas se pasa la valla de esa alegría se entra en un territorio enrarecido por los nacionalismos, un escenario en el que cada cual se jacta de ser más o mejor que cualquier otro y en el que la violencia estalla a la primera chispa?

OK. Todo eso es cierto. E ignoro cómo operará el Mundial en países más expansivos o de contactos humanos más lubricados, pero al menos en éste, donde a la gente le cuesta hablar en un ascensor, donde los vecinos de la misma cuadra o el mismo edificio a veces tardan años en saludarse, donde los cuerpos y las emociones se autocontrolan tanto, el Mundial entrecruza guiños entre extraños. Parroquianos ocasionales de cualquier bar de la ciudad entablan diálogos apasionados --generalmente insultos a propios y adversarios-- para aflojar los nervios; allí donde haya un televisor --una vidriera, una oficina, un club, un gimnasio, la calle-- se arremolinan personas que luego se abrazarán gritando un gol, o se lamentarán a coro por la derrota.

Uno puede desconocer el reglamento, no tener idea de por qué todos quieren que Passarella saque al Piojo López y meta a Gallardo, o cuántos penales se juegan después del alargue, o por qué un árbitro cobra o deja de cobrar un penal. Uno puede ser un pasajero en tránsito por el mundo del fútbol, y sin embargo disfrutar de su emoción, que no es en realidad la emoción del fútbol, sino la de los seres gregarios cuando las circunstancias los colocan en grupo, y el sentimiento de pertenencia los invade. No estamos acostumbrados a las emociones, y menos a las que se comparten. Quedarse afónico gritando cosas que ni uno mismo entiende o sentirse involucrado con alguien, cualquiera, que esté gritando al lado, no es un motivo menor para reivindicar ese rato enajenado y felizmente desprovisto de todos los argumentos razonables que en general nos dominan la vida.

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