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THE GUARDIAN DE GRAN BRETAÑA Por Isabel Hilton desde Shanghai Cuando el presidente Clinton se puso de pie para dirigirse a los estudiantes de la Universidad de Pekín (Beida) esta semana, puede que haya estado al tanto de lo que ocurrió en el último gran acontecimiento en ese campus, la celebración en mayo del centenario de la Universidad. Beida tiene mucho de qué enorgullecerse: fue desde allí que los estudiantes marcharon en mayo de 1919 para protestar contra la entrega de concesiones de Alemania en China a Japón bajo el Tratado de Versalles. Fue el primero de los grandes movimientos cívicos de protesta que China vivió en el siglo. Los estudiantes convirtieron esa explosión de nacionalismo en un conjunto de demandas por la modernización política de China, la mayoría de las cuales permanecen incumplidas hasta hoy. Sesenta años después, en 1989, los estudiantes de Beida marcharon otra vez, en esta oportunidad en dirección a la Plaza Tienanmen.La lista de ex estudiantes de Beida que han sido encarcelados o forzados a exilarse es larga y honorable: incluye al físico Fang Lizhi y al disidente Wang Dan. Tal vez conscientes de que Beida es un lugar peligroso para el ceremonial del gobierno, las autoridades se prepararon para las celebraciones del centenario con el arresto preventivo de Wang Youcai, un ex líder estudiantil de Beida. Otros cinco ex estudiantes --Li Jai, Hu Shigen, Lu Zhizhao, Guo Haifeng y Li Baiguang-- ya estaban en la cárcel por sus creencias políticas. Hay muchos fantasmas de este tipo de Beida, figuras expurgadas por distintos niveles de uso de la fuerza de la lista de aquellos considerados merecedores de presenciar una ocasión oficial. Pero también había preguntas de una generación que está creciendo en una China casi liberada del asfixiante control ideológico que durante el último medio siglo conformó una barrera a la curiosidad intelectual. Clinton estaba hablando a una generación que sabe más sobre EE.UU. y está mejor dispuesta hacia él que cualquier generación anterior en la historia china. Esta es la generación que da a McDonald's por sentado, que mira películas americanas, compra ropa americana y se postula para entrar en universidades norteamericanas. Cuando vuelvan a casa, es posible que traigan consigo algo más que sus diplomas. Traen la consciencia de que, más allá del número de personas que los servicios de seguridad del presidente Jiang Zemin pongan tras las rejas por pedir cambios políticos, la historia está del lado de los jóvenes. Para ellos, la aparición de Clinton en el lugar --tanto por su estilo como por sus contenidos-- representa el futuro. Esta es la visita más larga que Clinton jamás haya hecho a un solo país y la escala de la empresa da la medida de su importancia para ambas partes. Pero los dos presidentes están negociando desde posiciones de debilidad. La cobertura periodística sobre Clinton en Estados Unidos ha estado enturbiada por acusaciones de conducta impropia en la transferencia de tecnología de misiles a China y por las sugerencias en el sentido de que Pekín ha intentado poner plata en los cofres de los demócratas. Clinton está bajo fuego por un Congreso que encuentra en su política de compromisos con China un blanco político fácil, y es vulnerable a la acusación de haber prestado tan poca atención a Asia que permitió que se desarrollara una carrera armamentista de primer nivel --en la que el miedo de la India hacia China jugó un rol sustancial-- sin que aparentemente Washington hiciera nada para evitarla. Jiang Zemin, por otro lado, está sentado sobre un Partido Comunista que se está pudriendo. Incluso miembros del Partido --por lo menos los de la generación más joven-- ahora hablan de la necesidad de un cambio democrático en casi los mismos términos que los críticos de afuera del partido. La visita ha sido poco sustanciosa a nivel de diplomacia en la cumbre ya que ninguno de los dos presidentes tiene mucho que ofrecer al otro. A los chinos les gustaría que Estados Unidos dejara de venderle armas a Taiwán, pero la declaración de anteayer por Clinton de que Washington no respaldaría la membresía de la ONU para Taiwán es todo lo lejos que Clinton puede llegar sin provocar la furia de su propio Congreso. Estados Unidos querría que China parara sus ventas de armas a Irán y sus exportaciones nucleares a Pakistán, pero no ha obtenido más que vagas declaraciones de virtud. China todavía va a tener que someterse a la inspección anual de su status de Nación Más Favorecida, y la membresía china en la Organización Mundial de Comercio sigue siendo objeto de negociaciones muy fracturadas. Hasta ahora, no hay grandes cambios, pese a los suntuosos acordes de la música ambiental. Pero el verdadero cambio en China está llegando desde abajo, con la penetración de la cultura global y el colapso del control ideológico del Partido. Hong Kong ha jugado un papel en esto: mientras Jiang Zemin se preparaba para volar a participar de las celebraciones del primer aniversario de la devolución, debe haberle sido obvio que el futuro reside en que China se parezca a Hong Kong y no en que Hong Kong se encoja hasta quedar reducido a una versión miserable y pequeña de China. El modelo de desarrollo económico rápido con políticas autoritarias de Jiang está amenazado, pero no es Bill Clinton el que va a terminar con él. Los cambios vendrán de las nuevas generaciones chinas que están creciendo con desprecio hacia la rancia ideología que Jiang afecta defender y con impaciencia hacia una clique dominante cuya época ha pasado hace rato.
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