Desde Lyon Argentina delira; Inglaterra se retuerce; Francia celebra. A
los franceses, enemigos milenarios, la eliminación de los británicos les rellena el
orgulloso ego y, de paso, les quita de encima a los hooligans. Eso se vio reflejado en los
medios de comunicación, así como del otro lado del Canal, el amarillismo más rotundo se
ensañaba con el pelandrún de David Beckham, haciéndolo responsable de la eliminación
y, casi, casi, soslayando el recuerdo de aquella "Mano de Dios".
L'Equipe tituló "Será para recordar", aunque publicó
una foto del instante previo al gol de Michael Owen. "Argentina eliminó a Inglaterra
por penales en los octavos de final en un partido de nivel formidable, lleno de explosión
y de emoción. ¡Qué noche!", opina el periódico deportivo francés, para el que el
partido fue "inusual y tan esperado" y en él "Argentina terminó por
imponerse a un heroico Inglaterra".
The Guardian, el periódico inglés ligado al laborismo, se lo toma
filosóficamente: "La aventura mundialista inglesa terminó de una forma demasiado
conocida. El tema fue definido menos por la "Mano de Dios" que por la debilidad
humana. Una pizca de petulancia y dos penales fallados dejaron a Inglaterra fuera del
Mundial".
El diario de Lyon, Le Progress, respira con la salida de los
hooligans de la zona titulando "¡Viva Argentina!". El periódico opina:
"Qué partido: Saint Etienne vibró al ritmo de un encuentro que seguramente
recordarán por siempre miles de espectadores como uno de los mejores de este mundial.
Ahora, la Argentina de Batistuta se enfrentará el sábado con Holanda en Marsella".
Los ingleses esperaban acudir a esa cita y, en cambio, ya están de
vuelta en casa. Los jugadores pudieron leer los titulares de su propia prensa y leer, por
ejemplo, que según el Daily Mail "un momento de locura costó las esperanzas
mundialistas. La "Mano de Dios" aún parece estar del lado argentino: la
innecesaria expulsión de Beckham, el gol anulado de Campbell y el penal no cobrado en el
alargue".
En su suplemento sobre el Mundial, Le Monde establece un
paralelo entre la conquista de la Copa del Mundo de 1986 y el triunfo de ayer, titulando
"Cinco minutos entre Dios y el Diablo". El periódico destaca la siempre latente
rivalidad futbolística entre la Argentina e Inglaterra, además de mencionar algunas
connotaciones políticas, como la Guerra de Malvinas.
De esa tema, casualmente, se olvidan los diarios ingleses, y sólo
reparan en lo futbolístico. "Diez jugadores perdieron cuando Beckham vio la roja
--dice The Express--; el sueño mundialista de Glen Hoddle y el de todo un país
fue destruido una vez más por la Argentina. Igual que en 1986, los sudamericanos
superaron el difícil desafío, y ni el gol soñado de Owen salvó al mundo".
Todo es bueno si termina
bien
Por Susana Viau
El departamento de enfrente suele recordar las efemérides colgando la
enseña patria de la mirilla de la puerta: así, al menos, ellos dan rienda suelta al
sentimiento y uno se entera de la proximidad del feriado. Esta vez la bandera izada (es un
decir) con tanta anticipación, desorienta. A fin de junio no hay festivos a la vista y
parece un poco fanático desempolvarla ahora para esperar el 9. Después se entiende: es
el Mundial.
En la sala de reanimación cardiológica del Hospital Argerich el
hombre, aterrado y tirado en la camilla, exagera pensando que se muere. Le colocan una
mascarilla de oxígeno y él se la quita para preguntar: "¿Doctor: está seguro de
que voy a poder ver el Mundial?".
Un argentino de paso en el país se sorprende con la publicidad de la
nafta Esso. Dos hinchas, un argentino y un francés, se intercambian camisetas. El
francés se quita su maillot y el argentino sigue pidiendo cosas a cambio. El otro se
quita los pantalones, el argentino vuelve a pedir y el francés concede hasta que, al
final, resignado, le entrega la foto de la novia. Bravo por el advertising, no hay dudas
de que la camiseta argentina vale mucho más.
Otro anuncio institucional, en versión jingle, jugando con el logo de
Telefé y con algo más oscuro, hace escuela: "Hinchada, hinchada/ hinchada hay una
sola/ hinchada es la argentina/ las demás no tienen bolas".
El Presidente embreta a la Corte, se toma para el churrete al público
y al clero y en Armenia salta como un resorte con el gol nacional. Dieciséis horas ha
durado la visita y de ellas tres fueron consumidas por el match. Graciela Fernández
Meijide come medialunas, dice que la ansiedad le da hambre y le sigue gustando el Burrito
Ortega. En el distrito que la eligió, el fútbol no genera hambre, lo mata.
Los periodistas le tiran la lengua a los jugadores de la Selección,
Batistuta responde, sensato, que "no hay nada extrafutbolístico" en el partido
contra Inglaterra. Sin embargo, se huele a duelo criollo, a fin de campeonato y son
octavos de final. ¿Será una cuestión de orgullo deportivo, nomás? ¿O es que once
pares de botines nos lamen la herida narcisista del 2 de abril? La verdad es que un equipo
completo empata con un equipo de diez, en un encuentro mediocre de un torneo mediocre.
Pero la suerte hace la diferencia. Es que "el Señor es argentino" y "la
mano de Dios" volvió a mostrársenos en Francia. Los relatores pavean, justifican la
inversión y hablan de un gran espectáculo. Aunque lo importante es que "Argentina
se queda" y "los ingleses se van". El mismo texto subraya las imágenes de
los noticieros de televisión. En el Obelisco, en la calle, desde los autos bien
embanderados de celeste y blanco, muchos de los que mueren por el cashmir, las bufandas,
los Beatles, los Rolling y las gabardinas "made in England" corean una consigna
de resonancias malvineras: "El que no salta es inglés".
Sería ingrato, sin embargo, colgarle el sambenito nacionalista a la
imagen porque también la gráfica dio lo suyo. Hubo quien volvió a la historia de
"los piratas" y quien, embargado-de-emoción, sacó de lo más hondo del pecho
un rencor antiguo: ellos, los pobres, hicieron el fútbol, pero a su manera,
"táctico, rígido, áspero, como su imperio" y, en cambio, por el lado de acá,
"se lo hicimos plebeyo, argentino, criollo, gambeteador, cadencioso, tanguero e
irreverente", como nosotros, unos vivos bárbaros. Otros optaron por escribir el
elogio del desatino colectivo explicado, precisamente, por las cálidas virtudes de la
sinrazón. El mismo argumento de veinte años atrás. Algo así como "no teníamos
nada más para festejar y era una buena ocasión para sentirse cerca". Estar cerca es
muy bueno, lo dice la tele y debe ser cierto. No importa de quién ni por qué, todos
juntitos en esa noche oscura del alma, en el pozo ciego del "ser nacional". Y
fue a la noche que se armó el cacao en la Plaza de la República. Pero, es habitual,
nadie se hizo cargo del rostro desfigurado de un triunfo que nos transporta, por un rato,
a la felicidad. Como en el Mundial del '78. Durante ciento treinta minutos la vida nos
sonríe, o, en una de esas, se nos ríe, en Saint Etienne. |
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