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Idéntica fuerza sostiene a un largo poema en idish que Itsjok Katzenelson escribió en el campo de concentración de Vittel, sur de Francia, de octubre de 1943 a enero de 1944: El canto del pueblo judío asesinado. La tragedia es moderna y colectiva y sólo esos grandes poetas que fueron Paul Celan y Katzenelson trazaron su dimensión con tanta profundidad. "¡Cielos, digan por qué, oh, digan por qué!", los interroga Katzenelson. "¿Por qué nos merecimos ser tan humillados en esta ancha tierra?/ La sordomuda tierra se hace la ciega... pero ustedes, cielos, la vieron:/ ¡ustedes lo observaron todo desde las alturas, y no se transtornaron/ No se nubló vuestro vulgar azul y el sol continuó brillando hipócritamente, como siempre/ rojo como un siniestro verdugo continuó rotando en su órbita de siempre./ Y la luna, como una vieja prostituta, salía por las noches a dar su paseo/ mientras las estrellas asentían con guiños inmundos, relumbrando con los ojitos como ratas". Esa grandiosa apelación al cosmos se asemeja a la del inca anónimo, pero no convoca a la piedra, a la plata, al oro: "¡Oh, pueblo mío, muéstrate, revélate ante mí, levanta tus manos/ desde las profundas fosas, apretadas, espesas, de kilómetros de largo/ cubierto de cal e incinerado capa sobre capa/ ¡Ponte de pie! ¡Levántate desde el último, desde el más profundo estrato!/ ¡Vengan todos, de Treblinka, de Sobibor, de Auschwitz (...) hagan una ronda a mi alrededor, una ronda enorme/ vengan, huesos judíos, desde el polvo, desde los panes de jabón/ abuelos, abuelas, madres con niños en los brazos!". El 14 de agosto de 1942 los nazis arrancaron del ghetto de Varsovia, en dirección a las cámaras de gas, a numerosos ancianos, mujeres y niños, entre ellos, la mujer y los dos hijos menores de Katzenelson. Con y de ellos habla en el poema con tierno desgarro. Pero el texto no se limita a expresar furias y penas: registra una escena de resistencia armada del movimiento clandestino judío en el ghetto. "Ellos no lo sabían, no se lo esperaban. '¡Los judíos tiran!', gritaron los canallas/antes de exhalar su sucia alma. Era un malvado asombro; un desolado estupor./'¡¿Cómo se explica?!'. Algo tan inesperado: '¡Los judíos tiran!'. Era el grito de un pueblo/de asesinos. '¡Los judíos también saben hacerlo como nosotros, como cualquier alemán'". Y este señalamiento extraordinario: "¡Ay de nosotros! ¡Sabemos, sí, también nosotros sabemos rebelarnos y matar!/Pero también sabemos lo que ustedes nunca supieron y nunca sabrán en este mundo:/¡sabemos no matar al prójimo! ¡No destruir a otro pueblo creyéndolo despreciable!/Ustedes, blandiendo siempre la espada con prepotencia, no saben no matar". Versos perfectamente aplicables a la Argentina dictadurada, y no sólo. La primera versión castellana de El canto apareció en Buenos Aires en 1993, a los 50 años del levantamiento del ghetto de Varsovia que Katzenelson presenció. El libro fue publicado por Ediciones Arte y Papel y Mois y Berta Zeitunc, prologado por Héctor Yánover e ilustrado por Ester Gurevich. La edición es espléndida y más aún la traducción: el poeta Elihau Toker supo encontrar en nuestro idioma el tono, las resonancias, el eco, el mismo aliento poderoso del poema original, tarea que le llevó seis o siete años. Toker cuenta que volvía del texto a su día de todos los días "empapado de tristeza". El egoísta lector dirá que valió la pena. Katzenelson hizo varias copias del poema, que distribuyó entre sus compañeros y enterró una en tres botellas al pie de un viejo pino del campo de Vittel. El 17 de abril de 1944 los SS trasladaron a los prisioneros --también a Katzenelson y a su hijo mayor-- a un campo de exterminio en Polonia, casi seguramente Auschwitz. Vittel es liberado el 12 de setiembre de 1944 y una prisionera advertida desentierra las botellas: El canto sale al mundo. Katzenelson manifiesta claramente en el poema su deseo de participar en el levantamiento del ghetto de Varsovia: "¡El último judío, si derriba a un asesino, salva al pueblo!", dice. Tenía 57 años y no le dieron un arma. Pero escribió y así estuvo en las filas de la resistencia hasta el final.
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