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Por Fernando D'Addario Desde algún rincón del inconsciente, una irredimible carga genética debe taladrarla con imágenes bucólicas e insinuantes perfumes del litoral. Esa información subliminal tropieza con estímulos que desangran flashes de alienación urbana, encierro y soledades multitudinarias. Uno de los resultados posibles de esa fricción insoluble y eterna es Irupé Tarragó Ros, hija del controvertido chamamecero, ciudadana de Buenos Aires sin porteñismo militante, dueña de un alma mística, de un espíritu rocker, y de un disco (Angeles, el primero de su carrera) folklórico. "Mi nombre se debe a una flor acuática del litoral, pero yo soy una flor transplantada, nací en San Telmo, aunque tampoco creo ser de acá. No sé, me siento más celta que correntina", dice en conversación con Página/12, y se ríe del desconcierto que suelen causar sus palabras. Una aproximación inicial a su disco no ayuda a diluir ese desconcierto: el folklore está insinuado, se cuida de mostrarse explícitamente, y bajo las estructuras formales (y antojadizas) de zambas, vidalas y huellas, se cuelan remezones del universo musical de Charly García y guiños de su adolescencia como estudiante de música clásica. Las imágenes poéticas del disco ("tengo una herida de cielos abiertos/no se sostiene ya tanto misterio" canta en "Baguala en silencio", un aire de baguala con bandoneón...) sugieren esas contradicciones que derivan en un interesante impulso creativo. Pero en Irupé, 23 años, borceguíes, pelo coloreado, nada es lo que parece. "Yo amo al folklore. Si no lo amara, es como no quisiera a mi viejo, a mi abuelo. El folklore es mi familia. Y mirá lo que son las cosas. Mi viejo está cada vez más gaucho, y yo cada vez más hardcore..." --¿Hacia dónde apuntan tus búsquedas musicales? --No lo sé. Quizás lo próximo que haga sean chacareras metaleras, pero siempre a partir de un instinto de investigación. Ahora soy una infiltrada en las huestes del metal, quiero meterme en esa cosa sobrenatural que tiene el rocanrol, y también la tiene el folklore, aunque menos explorada. Hoy, mi sueño sería convertirme algún día en la Ozzy Osbourne argentina. --También pertenecés a la banda de tu padre... --Sí, toco el piano. Y con él está todo bien, bah, a veces se enoja, sufre, porque le molesta que yo diga que por amor a la patria soy fóbica a Cosquín, esas cosas. Pero me entiende, él también en su momento sacudió las estructuras del chamamé, se puso un arito, y se bancó que le dijeran puto, comunista... ahora yo siento que no tengo nada que ver con ese espíritu tradicionalista del folklore, y tampoco con esto que llaman folklore joven, y menos con esa cosa patriótica. Yo me quiero ir a la mierda... --¿Es cierto que estuviste viviendo en un convento? --Eso fue el año pasado. Estuve un tiempo viviendo con unos monjes benedictinos, en Victoria, Entre Ríos. Fue una experiencia impresionante, pero ahora creo que es momento de estar de nuevo aquí. Veo a la música como una misión. Cuando la termine, me iré... si todo dependiera de mis impulsos, estaría toda mi vida en una abadía. Me siento mucho más cómoda en una iglesia que entre la gente. Y además, soy medio vampiro. --¿Y podés compatibilizar tu herencia musical con tus vivencias actuales? --Sí, porque ahí lo tenés a mi abuelo, Tarragó Ros. El tipo era rocanrol, movía masas, y tenía una cosa mística también. Cuando escucho su música es algo inexplicable, sobrenatural lo que me sucede. Y en otro plano, también me pasa con Charly García, y ese espíritu Say no More, que me da fuerzas para hacer lo que siento. A García lo tengo incorporado, justamente el disco Say No More fue un disparador para mí, me ayudó a terminar mi propio CD. Estuve tres meses en Colonia, Uruguay, totalmente aislada del mundo, y esto es lo que salió... --¿Te sentís fuera de época, en el lugar equivocado? --Y... ahora me gustaría estar en Londres, y ponerme ropa del siglo XVIII, y poder tocar folklore, metal, Mozart, y que la gente rezara, que creyese en Dios. Entonces parece que sí, que estoy totalmente fuera de contexto.
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