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No hay venganza que le haga justicia a "Dibu 2"


La secuela de uno de los éxitos del cine nacional no sólo lleva a la pantalla grande los prejuicios y pacaterías de la TV: también hace una torpe alusión a E.T. y presenta unos niños... de película.

Gianni Lunadei en una escena de la película producido por Telefé.
El film de Carlos Galettini fue el último en la carrera del actor.

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DIBU 2, LA VENGANZA DE NASTY CALIFICACION: 4 PUNTOS

Argentina, 1998.
Dirección: Carlos Galettini.
Guion: Martín Colomer.
Fotografía: Ricardo Rodríguez.
Música: Carlos Nilson y Gerardo Gardelín.
Intérpretes: Mauricio Dayub, Hugo Arana, Roberto Carnaghi, Deborah Warren, Gianni Lunadei.
Estreno de ayer en los cines Monumental, Atlas Santa Fe, Los Angeles.

Por G. R.

El resultado general de Dibu 2, secuela inevitable de uno de los "grandes éxitos" de cine producidos por la televisión, está muy por debajo de la suma de los rubros técnicos y artísticos que confluyeron en el producto. Una paradoja que se explica por la presencia rectora de la TV, que sólo aporta capitales bajo la condición de que los rasgos del relato fílmico, esencialmente en el nivel argumental-dramático, se asemejen a los suyos propios. Un malentendido de proporciones que apenas puede cerrar por el costado financiero. Y que hace que, llevados al cine, ciertos prejuicios y pacaterías crezcan tanto como las dimensiones de la pantalla.

Dibu 2 dejó afuera a los personajes de Germán Kraus y Stella Maris Closas (padres putativos del niño dibujado) para concentrarse en la confrontación de Dibu con Nasty, el villano animado que debuta aquí. Nasty es un chico muy, pero muy malo, roba bancos con fruición y nada lo divierte tanto como molestar a la policía. Dibu es bueno como un pan. O como el vigilante que lo ayuda en su misión (Mauricio Dayub) y el banquero Mor (Roberto Carnaghi), cuyas arcas son vaciadas por el dibujito malo. Poner de un lado la perfidia y del otro a los banqueros y los uniformados no sólo contradice las innumerables crónicas que los propios noticieros de TV dedican a la corrupción financiera y policial. Considerando que Dibu 2 es una apuesta neta al público infantil, casi se podría rubricar aquello de que la televisión --mediante el cine en este caso-- envenena la cabeza de los chicos. Más cuando detrás del film hay una empresa como Telefé, que es puntal en materia de conservadorismo.

El tercer personaje del nuevo Dibu, Buji, ya aparecía en el film original. Pero aquí se deja en claro que es la hermana de Dibu, no vaya a ser cosa que a alguien se le ocurra paladear un romance entre las criaturitas. Nasty tiene el poder de convertirse en cualquier cosa, por lo que tomará el aspecto de Dibu para cometer desmanes, después secuestrará a su hermana y "apretará" al banquero. También intentará alzarse con una tonelada de caramelos, que le dan a él su poder... y al film la posibilidad de un gigantesco chivo para una empresa de golosinas (entre muchos otros). Hay una cita de La furia (Dibu grita "¡Guaardiaaas!") y una floja evocación de E. T. a partir del breve vuelo de una bicicleta. Los niños de carne y hueso por momentos también parecen dibujados: van a coles privados, visten ropas inmaculadas, viven en mansiones que harían la envidia de unas cuantas superstars.

En este punto hay que decir que casi todos los actores, los técnicos y los animadores parecen haber dejado en esta empresa lo mejor de sí. El arduo trabajo de animación rindió sus frutos, y los personajes dibujados se "pegan" bastante bien con los reales. Se percibe cierta entrega digna de mejores causas en el trabajo de Dayub. Carnaghi está muy bien cuando compone a Nasty travestido en banquero malo. No así Hugo Arana (jefe policial), aunque poco y nada se podía hacer bajo ese maquillaje pálido, como de cadáver, y con esos diálogos impronunciables. Deborah Warren arranca bien, pero la gitana que le tocó en suerte --una marioneta que ayuda a Dibu-- empalaga por omnipresente. Y al final se encarga de explicitar la trama con latosa verborrea, que traduce la subestimación de los productores frente a la capacidad de comprensión del público infantil.

 

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