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Por Diego Bonadeo El de 1974 fue el mundial de un montón de cosas. Como todos los mundiales. Pero el de Alemania de hace 24 años fue el del triunfo injusto del seleccionado local, el de las manifestaciones contra la recientemente instalada dictadura de Pinochet --sólo nueve meses antes--, el de la muerte de Perón el 1º de julio, el de la aparición del fantástico fútbol holandés, el de uno de los más olvidables seleccionados brasileños, el del relevo a la cabeza de la corporación FIFA cuando Joao Havelange reemplazó a Stanley Rous, el del gol de Jurgen Sparwasser en el 1-0 de Alemania Democrática sobre Alemania Federal en Berlín. Brasil había sido el último campeón con el formidable equipo de México en 1970; Alemania, el anfitrión y Holanda, la prometedora incógnita. El arquero era Jan Jongbloed; el albino Wim Rijsbergen era el último defensor; los demás jugaban en toda la cancha. Fundamentalmente, alrededor del enorme Johan Cruyff y con el aporte del zurdo, atorrante y futbolísticamente sudamericano Wim Van Hanegem (junto al alemán Wolfgang Overath, dos de los más deslumbrantes y olvidados jugadores de aquella Copa del Mundo). Salvo el arquero y el albino, te llegaban todos: Krol, Suurbier, Cruyff, Neeskens, Rep. Un poco lo de Nigeria veinte años después. En el Mundial de la Argentina, cuatro años después, no todo fue igual porque los jugadores no eran tampoco los mismos. Los mellizos Van de Kerkhof quedaron en la memoria más como gemelos que como cracks y Nanninga, por haber hecho el gol en la final. Pero el gran Cruyff ya no estaba. Veinte años después, se encuentran otra vez Argentina y Holanda. Alguno, en términos de resultados, supondrá que el de hoy será el bueno, después del Holanda 4-Argentina 0 de 1974, y del 3-1 para Argentina en la final de cuatro años después. Allá ellos los de las estadísticas y los de los resultados. La de 1998 es otra historia. Los únicos protagonistas que quedan en la periferia de aquellas historias futbolísticas son Passarella, Gallego y Pizzarotti, desde el cuerpo técnico del seleccionado nacional, que fueron los dos primeros jugadores del campeón del '78 y el preparador físico de aquel equipo. Pero hasta aquí, y por lo visto en Francia, este equipo argentino, aun habiendo ganado todos los partidos, se parece menos al de 1978 que al de 1974. Holanda parece, en cambio, más fiel a su historia, aunque la recordada "Naranja Mecánica" ya no pasee como antes todo su fútbol, al mismo tiempo desinhibido y práctico, como hace casi un cuarto de siglo. Pero este equipo, sin parecerse demasiado al de 1974, parece ser más que el del '78. Estos mellizos de ahora --los De Boer-- son más que aquellos Van de Kerkhof. Los holandeses juegan ordenaditos con cuatro en el fondo, pero a veces se sueltan y llegan. Del medio hacia adelante, y no importa quién entre a la cancha, sí se parecen en el funcionamiento, en la mística y en las destrezas, al recordado gran equipo subcampeón en Alemania y con el valor agregado de uno de los mejores jugadores que hasta ahora mostró el Mundial: Marc Overmars. Las comparaciones pueden ser odiosas para los pacatos. Pero en general las comparaciones son sólo comparaciones.
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