Por Daniel Lagares
Desde Marsella
Las grandes historias las escriben los grandes equipos. Los equipos chicos escriben
anécdotas. El paso de la Selección por Francia '98 fue eso. El sueño de ser campeón
mundial estaba anclado en la expresión de deseos, pero el sentido común señalaba que
Inglaterra, esta Holanda de ayer y el hipotético Brasil, en este momento, son fuerzas
superiores a la Argentina. La Selección se va del Mundial porque en la coyuntura del
partido el triunfo holandés es legítimo, indiscutible y justo. Pero además se va porque
no pudo resolver la contradicción entre sus raíces y la modernidad que pretendía su
cuerpo técnico.
Es triste porque este equipo podía haber jugado más de lo que jugó
con Holanda, con Inglaterra y con Croacia, los rivales de verdadera jerarquía que le
tocó enfrentar. Es triste ver destrozada la ilusión de un grupo unido sólo en las
declaraciones pero que convivió en guerra permanente hacia afuera, presionado desde
adentro. Bastante pelearon para mantener un mínimo de convivencia, pero un equipo que no
es amigo afuera de la cancha no lo es adentro. Esa detención de Batistuta cuando López
no le dio el pase en el momento justo, en uno de esos contraataques de la segunda parte,
es más que un síntoma. Revela el clima interno, pero también el juego.
Cada uno de esos jugadores sabe o intuye la depresión del invierno
porteño. En sábado, además, que obliga al doble castigo de no celebrar nada y encima
tener que visitar a la suegra como único programa posible para llenar las horas vacías.
De golpe, como un mazazo brutal, Bergkamp puso las cosas en su lugar cuando ya no quedaba
más tiempo. Holanda fue más y ganó bien. Argentina fue esta Argentina de Passarella que
cierra un ciclo de cuatro años sin títulos, de eficacia relativa y con escaso
lucimiento.
Holanda juega como los holandeses. Argentina jugó con tipos nacidos en
Jujuy, Santa Fe o Buenos Aires, pero parados en la cancha como si hubieran nacido en
Italia. Si lo que mostró el viernes la selección de Cesare Maldini es el fútbol, la
humanidad está perdida. Y Passarella hizo una mala copia de los italianos.
Así le fue a la Selección y no por esta eliminación de ayer, porque
hasta se pudo ganar el partido. Este juego del fútbol tiene esas cosas, que en el peor
momento de la Selección, cuando en toda la cancha se intuía el segundo gol holandés, no
bien Frank de Boer salía del fondo hacia los costados, Batistuta reventara un palo. Si
era gol, esta hora sería de fiesta, porque una vez más se habrían cumplido los deseos,
contra toda la lógica y la justicia.
Las diferencias entre Holanda y Argentina son claras. Holanda juega al
fútbol. Bueno o malo pero el suyo. Tiene su techo, no es brillante porque no tiene
cracks, pero son consecuentes y honestos con ellos mismos. Argentina juega a la pelota. O
algunos de sus jugadores juegan a la pelota, pero el equipo se para y espera a ver qué
hace el rival. Holanda se pasa la pelota, Argentina se la saca de encima: se la da Ortega
o le tira pelotazos a López. Salió una y fue el empate, no salió la de Ortega al final
y fue el principio del fin: amarilla por simular, roja por el cabezazo a Van der Sar y la
propiedad "intelectual" del partido cambió de manos. Si antes Holanda se
cuidaba por la inferioridad numérica, cuando quedaron diez contra diez salió a matar y
mató. Lo hubiera hecho, de todos modos, en el alargue.
Salir a buscar a Japón y Jamaica es fácil. A los ingleses, con uno de
más, no tanto. A los holandeses, menos todavía, y eso que, salvo Davids, los de naranja
respetaron demasiado los laureles de la camiseta que tenían frente a sí. Si no, podrían
haberlo definido mucho antes. En esos 20 minutos iniciales del segundo tiempo, en los que
la Selección no sabía para qué lado ir y trasladaba la pelota como si fuera una bomba a
punto de estallar. Todos querían sacársela de encima.
El entrenador dijo que buscaba un equipo que sintetizara la dinámica
europea con la técnica sudamericana. Pero a la hora de buscar los anclajes de ese equipo
prefirió las posiciones a los jugadores, el sistema al talento. La única síntesis fue
esa paradoja del final con el equipo buscando llegar a una definición por penales como en
Italia '90 y con Ortega expulsado, reaccionando por impotencia como Maradona en el '82.
Porque el equipo no estaba en las condiciones físicas ideales o por
una actitud premeditada, la Selección dejó hacer a Holanda. Eso es fatal porque los
holandeses, como los alemanes o los brasileños, buscan la suya hasta el último minuto. Y
es penoso porque se asume el rol de partenaire y no el de protagonista. Si hay que darle
la derecha al discurso oficial, acerca de que la fatiga era un elemento decisivo, esa
venia al banco argentino se retira de inmediato cuando se revisan los cambios hechos y los
no realizados.
Hiddink mandó a la cancha a Overmars en el minuto 19 del segundo
tiempo; Passarella, como si fuera Bobby Fischer, movió su tablero y mandó a Pineda por
Almeyda. ¿Almeyda no estaba cansado de antes, harto de que los holandeses lo llevaran de
un lado a otro con su toque de distracción? Hiddink mandó un mensaje a sus jugadores:
"Vamos a ganar". Passarella mandó el suyo: "Vamos a cuidarnos".
Nunca, en todo el Mundial, el banco se movió para sumar, para crearle un problema al
equipo contrario. Gallardo entró contra Jamaica cuando la cosa ya estaba 3-0, y ayer
permaneció sentado cuando era evidente, en el segundo tiempo, que López había dado lo
suyo y el Muñeco hubiera sido un magnífico habilitador de Batistuta y de los restos de
Ortega, que había consumido gran parte de sus energías en la primera etapa.
Ni siquiera cuando Holanda se quedó con uno de menos se buscó ir a
ganar el partido. Ni con el hombre de más ni con la inclusión de otro hombre más
ofensivo. Cuando entró Balbo se escuchó una voz en el estadio de Marsella:
"Aerolíneas Argentinas anuncia la salida de su vuelo...".
EPISODIO FINAL CON LA PRENSA MUNDIAL
TODO UN OCASO PRA LOS PERSEGUIDOS |
Bergkamp
ya se ha sacado de encima a Ayala y remata sobre la salida de Roa, arriba, seco,
imparable. |
Por Eduardo Febbro
Desde Marsella Los periodistas franceses que seguían a la Selección
Argentina durante el Mundial respiraron aliviados: por doloroso que sea citarlos, la
derrota de la Selección les sacó un peso de encima. La Selección que debían cubrir les
negó la voz, las caras, las declaraciones, la posibilidad de hacer retratos, de presentar
al público francés ése fútbol que ellos consideran entre los más grandes. Agredidos
por la "política de comunicación paranoica" decidida por Daniel Passarella,
los enviados especiales franceses a L'Etrat pasaron tres semanas haciéndose tratar
"como en una cárcel". Brasil abría las puertas, Francia, Holanda, Italia,
Inglaterra no negaron ni entrevistas ni contactos personales. Sólo la Argentina
"violó las reglas del juego". Fueron "tres semanas de pesadilla",
según el enviado especial del semanario France Football: "No podía hablar de
nada, contar nada y, encima, me trataron mal, los policías, el entorno argentino. Fue
lamentable".
Lo que ocurrió tras la derrota ante Holanda ilustra hasta el absurdo
la actitud pedante, violenta y patotera de los jugadores. Los periodistas que, como los
enviados de Página/12, asistían a las conferencias de prensa posteriores a los
partidos vivieron momentos de una rara densidad. Este sacrosanto episodio se llevó a cabo
en la nunca tan bien nombrada "zona mixta", un espacio al que, como su nombre lo
indica, acceden los jugadores de los dos equipos luego del partido. Ganadores o
perdedores, eliminados o en la cumbre, nadie, salvo la Selección, se niega a hablar.
Primero salen los entrenadores que hablan ante un micrófono con traducción en tres
idiomas y luego vienen los jugadores, que se dirigen a la prensa en un "cara a
cara" amistoso. La argentina inventó otra variante. Los jugadores salían pero
atravesaban la zona mixta mirando a los periodistas que extendían sus micrófonos como si
fueran sucios mendigos. Como los brasileños, mexicanos, ingleses, alemanes, españoles o
nigerianos, los holandeses conversaron con todo el mundo.
Guus Hiddink conversó en español con éste diario, en francés con
las radios francesas, en inglés y en alemán. Sus jugadores hicieron lo mismo. En la
docena de partidos a los que asistió éste enviado, ninguna selección cruzó la zona
mixta como lo hizo la argentina: los jugadores parecían decir: "cuidado, ni me
toques ni me hables porque te mato". Chamot le dijo a un periodista argentino
"te voy a reventar"... "Son todos paranoicos, se creen que la prensa
complota contra ellos, cuando en realidad, acá se habla de fútbol y nada más",
decía indignado un periodista holandés. El espectáculo de la zona mixta quedará en los
anales del ridículo. La Argentina perdió enormes espacios de promoción por creer que
los micrófonos, las cámaras y las computadoras eran elementos de un vasto plan para
vencer con metáforas lo que sólo se gana o se pierde jugando al fútbol. |
LA ACTUACIÓN INDIVIDUAL DEL EQUIPO
ARGENTINO
LOS MEJORES FUERON SENSINI Y AYALA
El piojo López no lo puede creer; los holandeses sí. |
Roberto Sensini y Edgar Davids, compañeros en Italia. |
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Por D. L.
Desde Marsella Una cosa es el equipo y otras las individualidades. Como
equipo, la Selección no se consolidó en el sistema que pretendía su técnico y en ese
marco hubo actuaciones dispares:
Carlos Roa (6): En los goles, nada que hacer. El palo lo salvó
en un remate de Jonk en la primera parte. Mejoró en el juego aéreo respecto al partido
con los ingleses. Le sacó un disparo de gol al mismo Jonk y también atrapó un par de
tiros de riesgo. Se equivocó dos veces cuando quiso salir rápido buscando el
contraataque y se la entregó a los holandeses.
Roberto Ayala (7): A la única pelota que no llegó fue a la del
final, esa que Bergkamp bajó antes y le pasó entre las piernas antes de rematar a la
red. Fue creciendo con los partidos y la compañía de Sensini le hizo ganar confianza y
seguridad. Por abajo fue muy difícil pasarlo y llegó con tiempo sobre los laterales. No
hizo muchas faltas.
Roberto Sensini (8): Aún sin recuperarse del tirón sufrido en
París, fue el mejor de la Selección. Contuvo bien a Bergkamp anticipándolo siempre,
pasó una sola vez al ataque, ganó siempre de alto en el área argentina. Su oficio da
tranquilidad al fondo, pero no estuvo bien rodeado. Iba a ganar o morir y si perdía era
medio gol holandés.
José Chamot (4): Un primer tiempo desastroso. No llegó nunca a
anticipar a Kluivert y se cansó de hacerle faltas. Cuando pasó al ataque fue para llevar
la pelota y entregar el pase menos comprometido, sin ofrecerse como sorpresa por afuera.
En la segunda parte, cuando la Selección tuvo uno de más, tampoco fue un aporte para
establecer superioridad numérica por afuera.
Javier Zanetti (5): Chocó casi siempre. Todo lo bueno del
primer tiempo con los ingleses se diluyó con un flojo primer tiempo y con su
desaparición sin aviso del segundo. De ningún modo se justificaba su presencia en el
campo, por lo menos en los últimos veinte minutos.
Matías Almeyda (6): Casi como una norma de este Mundial, se
bancó solo la pelea cuerpo a cuerpo en el medio y, por lo general, perdió cuando se le
acercaban Davids y Jonk de frente. Fue pura generosidad, un pequeño arbolito que daba
sombra en el desierto. Miraba a los costados y tenía a Zanetti conteniendo a Cocu, bien
adelante, o a Simeone con Ronald de Boer.
Diego Simeone (5): Nunca fue marcador lateral, pero en este
Mundial jugó casi siempre en esa posición. Llegó una vez a posición de remate con un
tiro que se fue cerca del ángulo izquierdo del arco holandés y trató de tocar en el
lapso en que pareció que el dominio era argentino. Pero su disciplina para cumplir el
mandato lo tuvo siempre contenido. Un desperdicio tenerlo tirado atrás y marcando. Igual,
la primera vez que Ronald de Boer se le fue para adentro tiró el centro para que Bergkamp
se la bajara de cabeza a Kluivert y marcara el primer gol.
Juan Verón (6): Contra natura, es el que trata de ordenar al
equipo cuando no está Gallardo. No es jugador de esas características, todavía. Aún
debe aprender a caminar a la cancha y aprovechar mejor su tranco y su pegada. La
experiencia le dará el criterio que le falta. En una contra tiró al arco cuando se le
abrían López y Batistuta, por cancherear perdió una pelota con Davids que casi se
convierte en gol holandés. Aun así, fue el que pidió siempre la pelota y trató de
darle destino cierto en el juego corto, sobre todo en el segundo tiempo, en el peor
momento del equipo.
Ariel Ortega (6): Lo suyo, con menos energía. Pero jugó un
partido particular que terminó de manera insólita. Sin piernas, hizo lo de siempre:
cortes, enganches, quebradas, esta vez lejos del arco, y de a ratos jugó de lateral
derecho. La jugada del final revela la impotencia de todo el equipo, pero no por esa
acción Ortega es el responsable de la eliminación.
Claudio López (6): Haber jugado un Mundial pese a sus
limitaciones técnicas ya es todo un progreso. Debe haber sacado alguna experiencia
interesante. Parecía que iba a ser su partido en los primeros veinte minutos, cuando se
metía en diagonal con inteligencia, desbaratando la defensa en línea de los holandeses.
Hizo un golazo definiendo con una frialdad y con una certeza infrecuente en él. Su
segundo tiempo fue muy malo.
Gabriel Batistuta (5): Jugando mal casi gana el partido con un
remate en el palo, en el peor pasaje de Argentina. Fue notorio que nunca estuvo cómodo en
este equipo y que, salvo Gallardo en los partidos anteriores, los demás no lo buscaban
con la frecuencia recomendable, como si no lo sintieran importante y como si él tampoco
se sintiera necesario.
Mauricio Pineda (6): Entró y cumplió. Controló bien a
Overmars, salvo una vez, cuando el holandés lo desbordó y metió el centro que cabeceó
Kluivert y Roa sacó al corner de un manotazo.
Abel Balbo: Tarde. Cuando entró, estaba todo perdido. |
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