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Los árabes quieren una Jerusalén más chiquita

El líder palestino Arafat unió en una cumbre al presidente egipcio y al rey jordano contra una "Gran Jerusalén" judía.

Arafat, Mubarak y Hussein de acuerdo en todo ante periodistas.
Quieren que el Estado palestino tenga su capital en Jerusalén.

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t.gif (67 bytes)  A pesar de la previsible condena de Israel, egipcios, jordanos y palestinos se reunieron ayer en una cumbre en El Cairo. Y la conclusión por previsible no fue menos cortante: el presidente egipcio Hosni Mubarak, el rey Hussein de Jordania y el presidente de la autoridad palestina Yasser Arafat pidieron ayer a Israel que "anule inmediatamente" su proyecto de "Gran Jerusalén". Los líderes reunidos en El Cairo llamaron a Israel a transferir íntegros los territorios de Cisjordania y de Gaza para que Arafat pueda establecer un Estado palestino "con capital en Jerusalén". De otro modo, advirtieron, el premier israelí Benjamín Netanyahu pondría en peligro la paz en Medio Oriente. El consejero israelí para los medios de comunicación, David Bar Ilán, declaró a la prensa que la reciente resolución oficial para "fortalecer" a Jerusalén es "un asunto interno de Israel" que no atañe a los árabes.

Las conversaciones de paz entre palestinos e israelíes se estancaron en marzo de 1997 después que Israel comenzó a deslindar terrenos para construir nuevos asentamientos judíos en Jerusalén oriental. Ese sector es la parte árabe de la ciudad, que Israel invadió después de la Guerra de los Seis Días en 1967 y que los palestinos ven como la capital de un futuro Estado palestino. Los atentados suicidas de extremistas palestinos y las diferencias sobre el repliegue de soldados palestinos en Cisjordania han agravado la crisis.

El ministro del Exterior egipcio Amir Moussa dijo que en el centro de las discusiones de la cumbre estuvieron los planes israelíes para extender sus fronteras de Jerusalén hacia propiedades israelíes y unirlas con territorios ocupados en la ocupada Cisjordania, así como "las condiciones de deterioro que sufren los territorios palestinos". Los líderes reunidos en la capital egipcia llamaron ayer al gobierno israelí a cumplir con los acuerdos que suscribió con la Autoridad Nacional Palestina (ANP), negociar según el principio "territorios por paz", según la resolución 242 del Consejo de Seguridad de la ONU, y por sobre todo que deje sin efecto su plan para ampliar el distrito municipal de la ciudad de Jerusalén.

El presidente egipcio Hosni Mubarak instó a los israelíes a que recordaran que "Jerusalén es sagrada no sólo para los judíos, sino también para cristianos y musulmanes", según afirmó en la conferencia de prensa que siguió a la cumbre. Pero el anuncio más impresionante del presidente egipcio Mubarak fue su firme convicción de que, de persistir la crisis en el proceso de paz, puede estallar la violencia en el Oriente Medio, tal como advierte constantemente Arafat.

De acuerdo con los participantes en la cumbre, el plan de Israel de una "gran Jerusalén" es el de "judaizar" la ciudad, que el Parlamento israelí consagró en 1980 como "capital eterna e indivisible del pueblo judío", a pesar de vivir en ella 200.000 palestinos, un tercio de la población. El consejero israelí Bar Ilán declaró que esta acusación es "racista", pues el objetivo del plan "Gran Jerusalén" es ampliar la estructura de la ciudad, y "convertirla en una metrópoli moderna y con industrias tecnológicas para bien de todos sus vecinos". El asesor de Netanyahu afirmó que el gobierno israelí rechaza "las amenazas de violencia cada vez que surgen problemas en las negociaciones", estancadas desde hace 16 meses.

El presidente Arafat, que regresó anoche de la cumbre de El Cairo a su sede en la ciudad de Gaza, aconsejó a Netanyahu que "lea bien los acuerdos" que Israel suscribió con la ANP y con el pueblo palestino. Se refería a una ruta costera de la franja de Gaza, vital para los productores agrícolas palestinos, y que los israelíes bloquean.

 

Teoría del caos
Por Claudio Uriarte

Rusia está por caerse, entre las exigencias del Fondo Monetario Internacional y Gazprom, una poderosísima empresa semimafiosa que se niega a pagar sus impuestos y amenaza cortarle el gas al Estado y al sector privado. En Japón, el paquete de estímulos económicos del gobierno no alcanza a frenar la devaluación del yen, que amenaza con forzar una devaluación del yuan chino pese a toda la charla de "asociación estratégica" desplegada por Bill Clinton y Jiang Zemin la semana pasada. Esto inauguraría una peligrosa guerra de devaluaciones competitivas en una región ya golpeada, estimulando el proteccionismo y aumentando el ya espectacular déficit comercial norteamericano. Ni qué hablar si los especuladores empiezan a atacar el rublo. Y por sobre todo esto planea el Fondo Monetario, como un médico anciano, quisquilloso, anticuado y cascarrabias, que insiste en prescribir recetas que agravan --en vez de mejorar-- el estado de sus enfermos. (Además --claro-- India y Pakistán siguen al borde de agarrarse a los bombazos atómicos).

¿Qué tiene en común todo esto, aparte del hecho de que todo está ocurriendo en Asia? Lo común a todos estos fenómenos es que se parecen bastante al caos. Un caos que no es simplemente la ausencia de un orden, sino un factor que actúa por cuenta propia sobre la situación, un protagonista y no un simple hueco. Empieza, quizás, como hueco, pero luego ese hueco es llenado y capitalizado por actores que la globalización amenaza con dejar a la vera del camino de la historia. Por ejemplo, la empresa rusa Gazprom, que claramente se ha puesto en el camino de la normalización económica rusa. Por ejemplo, los especuladores que están interesados en que el yen caiga. Por ejemplo, la ineficiente y parasitaria burocracia china que quiere sobrevivir aunque Asia se caiga del mapa económico. O los indios que aprovechan la recesión para subir con un programa demagógico y guerrerista. Esos factores operan de manera activa y ensayan una variante económica de la diplomacia del terror. Porque, como dijo hace poco un norteamericano, "antes yo soñaba con ser presidente, ahora me conformo con ser la Bolsa de Valores: me muevo un poco y todo el mundo tiembla". Pero la lección más profunda que se desprende del fenómeno es que el caos no es lo opuesto de la globalización, sino su involuntario resultado dialéctico. Sobre todo por el fin del rígido disciplinamiento bipolar nuclear de la Guerra Fría: un orden multipolar es inherentemente inestable.

 

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