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A falta de goles argentinos, una buena dosis de poncho al viento

En una especie de exorcismo popular, Soledad convocó a diez mil personas a u how gratuito en las puertas de una radio. Y ni siquiera los grises del omingo pudieron detener la euforia folklórica.

Sobre el final, Soledad pidió a la multitud que "no maten a los jugadores" de la Selección Argentina.
Ahora, el "huracán de Arequito" se prepara para una seguramente larga serie de shows en el Gran Rex.

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Por Fernando D'Addario

t.gif (67 bytes) Ni siquiera la tristeza de un domingo porteño y gris, concordante con la depresión pos Mundial, pudo atenuar el aluvión de argentinidad optimista que encarna Soledad. Por un momento (a lo sumo 40 minutos) un espejismo de globos celestes y blancos, banderas, cánticos y gritos de euforia, exorcizó el fantasma de Bergkamp y alimentó la fantasía de que los goles habían sido de Batistuta, certificando que, pese a todo y a todos, seguimos ganando. Esa sensación, materializada a través de un minishow gratuito brindado por Soledad frente a los estudios de Cadena 100, excede naturalmente la alegoría futbolera y desnuda, de algún modo, el carácter ilusorio que enlaza a la realidad argentina con la adolescente de Arequito.

Tiñéndose de patriotismo, los balcones de los recoletos edificios de Mansilla al 2600 adherían a la fiesta que se avecinaba. Aunque la tarde parecía más propicia para la siesta y el mate amargo, unas diez mil personas de todas las edades, de todos las clases sociales, y clasificables sólo por su devoción inequívoca hacia Soledad, se acercaron hasta allí como si hubiesen sido arrastrados por el influjo de una peregrinación mística. "Nosotras estamos acá desde las 8 de la mañana, queríamos llegar primeras..." reconocía ante Página/12 Paula, 24 años, habitante de Tortuguitas. Para reforzar la veracidad de sus afirmaciones exhibió ante el cronista el termo, las galletas, el café, la gaseosa, el mate y su cara de cansancio feliz. A la hora de sus declaraciones, el recital ya había terminado, pero unas dos mil personas se quedaban allí sólo para ver cómo su ídolo se evaporaba custodiado por expertos. Ocho temas (un solo estreno, la chacarera "Déjame que me vaya") fueron la excusa para semejante movilización desde distintos puntos de la Capital Federal y provincia de Buenos Aires, pero nadie se quejó. Soledad cantó lo justo y necesario: "El duende del bandoneón", "Si de cantar se trata", "Rosario de Santa Fe" (ya con la compañía de su hermanita Natalia) y el valsecito "Alma, corazón y vida", entre otros, para terminar con "A don Ata", una suerte de himno nacional telúrico, que contra todas las reglas de la resistencia auditiva, nadie (al menos nadie entre los fans) se cansa de escuchar. Fue sólo un aperitivo, y en todo momento la locutora del espectáculo se encargó de aclarar que lo mejor se verá a partir de este fin de semana, cuando la cita se verifique en el Gran Rex (ver aparte).

"Esto sí que fue una fiesta, no como lo que pasó el otro día en la 9 de Julio", admitía un oficial de policía (también sensible a la comparación futbolística) que recorría la zona resignado a la imposibilidad de descubrir allí delito alguno. Es que el público de Soledad representa ese costado naïf de la argentinidad, ajeno a las connotaciones políticas del chauvinismo, aunque propiciador de una cultura que rescata el valor de las cosas nuestras en un marco de concordia y alegría. A nadie se le ocurriría generar incidentes en un recital de Soledad. Entre todos los fanáticos que llenaron de gozo los bolsillos de los vendedores de souvenirs, se destacaba un puñado de incondicionales identificados con remeras que rezaban "Todo por vos". El presidente del club de fans se llama Marcelo y tiene 33 años (¿no estará un poco grande para estas lides?) pero el que habla es Gonzalo, de 25: "En todo el país somos unos 450, y todos los domingos nos reunimos alrededor de 100 fans de la Sole. Intercambiamos material, nos contamos las novedades y también hacemos obras comunitarias. Por ejemplo, como uno de los socios es camionero, la otra vez llevamos en su camión un montón de pupitres a San Antonio de Areco, desde donde los trasladaron a una escuelita de frontera". Camilo, otro fan (aunque sin afiliación a ninguna de las iglesias devotas a Soledad) llegó a admitir que "yo era rockero, pero desde la primera vez que la vi, me di vuelta. En mi vida hay un antes y un después de Soledad".

No hay nada que hacerle. Esta chica sigue pasándole por encima a los argumentos racionales que intentan explicar por qué no debería tener éxito. Ayer, hasta se dio el lujo de pedirle a la gente que no mate a los jugadores de la Selección, "porque dieron todo". Como ella. Con la diferencia de que Soledad acredita un plus de carisma, que le permite trocar una tarde de neblina y tristeza en un ratito de ilusión. Casi el negativo de la Argentina de hoy.

 

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