"ES UNA HIPÓTESIS MUY IMPORTANTE"
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Por Raúl Kollmann El comisario Víctor Fogelman, jefe de los investigadores del caso Cabezas, reconoció ayer que "la hipótesis sobre la segunda arma es muy importante". Este diario reveló en su edición de ayer cómo se desarrollaron los acontecimientos la noche del crimen y la maniobra policial que se utilizó para encontrar rápidamente un falso culpable. José Luis Cabezas fue secuestrado frente a su domicilio de Pinamar, lo asesinaron casi de inmediato dentro del Ford Fiesta --esto lo confirmó ayer Fogelman-- y posteriormente llevaron el auto y el cuerpo hasta la cava de General Madariaga. Allí, uno de los policías que participó de la operación le pegó al fotógrafo un segundo balazo en la nuca y guardó la pistola. Esa arma se la colocaron después a Luis Martínez Maidana, del grupo de Los Pepitos, para inculparlo por el asesinato. Más allá de quién dio la orden de matar a Cabezas --Yabrán o algunos altos jefes policiales--, lo cierto es que la operación del asesinato fue ejecutada por hombres de la Bonaerense. Están detenidos cuatro oficiales --Prellezo, Camaratta, Luna y Belawsky--; cuatro ladrones que trabajaban para los policías --los horneros-- y un confidente policial, Carlos Redruello. Además, como el propio Fogelman reconoció ayer, hay otros policías que participaron en el secuestro y asesinato y que estuvieron en la cava. Una vez que a Cabezas le pegan el primer tiro en la nuca, los uniformados traman una maniobra para "encontrar" rápidamente un culpable. Para eso le disparan a Cabezas un segundo tiro en la nuca y se quedan con el arma como una prueba-trucha-fundamental. El siguiente paso fue poner en movimiento a un confidente policial --Carlos Redruello--, quien inculpó a un grupo que la Bonaerense conocía perfectamente, el de Pepita la Pistolera. La mujer manejaba varios cabarets en Mar del Plata y la idea de los policías fue adjudicarle el asesinato de Cabezas. Por eso le colocaron el arma a Luis Martínez Maidana. Toda la operación fue calificada por la Cámara de Apelaciones como "una maniobra siniestra, propia de la época de la dictadura militar". A pesar de la gravedad de lo dicho por la Cámara, nadie investigó quién y cómo se hizo la maniobra siniestra. Debe remarcarse además que fue el periodismo, no los investigadores policiales ni el juez, los que desnudaron la trampa. Fogelman y el autor de esta nota se cruzaron ayer en el programa radial conducido por Nelson Castro en Radio Del Plata. --Para nosotros la cuestión del arma es un misterio absoluto. Vamos a investigar, pero por lo que a mí respecta quiero decirle que hemos actuado con honestidad y dedicación --afirmó el comisario. Página/12 le recordó a Fogelman que uno de sus hombres de confianza, el comisario Quinteros, tiene un antecedente de haber pergeñado una maniobra similar, con un disparo trucho, en un caso de abigeato. Esto lo denunció recientemente el comisario retirado Oscar Bustamante, compañero de Quinteros en aquella oportunidad. De todas maneras, Fogelman se comprometió a investigar y admitió que efectivamente pudo haber una segunda pistola en la escena del crimen: "Es una hipótesis importante", remarcó. En defensa de Fogelman salió el abogado de la familia Cabezas, Alejandro Vecchi, quien sostuvo que "el comisario ha hecho un trabajo brillante". Uno de los grandes misterios de la causa Cabezas es qué pasó con la primera bala --la que le dispararon al fotógrafo enseguida después del secuestro-- y la pistola que se usó en ese primer momento. La bala se hizo desaparecer y todo indica que la verdadera arma del crimen sigue en poder de Gustavo Prellezo, el hombre que comandó todo el operativo y que después del asesinato trajo a los ladrones de Los Hornos de regreso a la ciudad de La Plata. Pese a todo, Prellezo no quiere entregar la pistola porque todas las pericias darían resultado negativo, ya que la bala que se encontró en el cerebro del fotógrafo fue la del segundo disparo, el disparo trucho hecho por los policías. Además, entregar el arma inculparía todavía más a Prellezo, aunque él sostiene que quien disparó fue Horacio Braga, uno de los ladrones de Los Hornos, bajo los efectos de drogas o alcohol. En La Plata, dentro de la Bonaerense, y en el juzgado de Dolores, las revelaciones de este diario provocaron una fuerte conmoción. Hasta el momento, la cuestión del arma prácticamente se dejó de lado y quedó como un problema no resuelto, tal cual lo admitió Fogelman ayer. El magistrado estaba incluso decidido a cerrar la causa con ese agujero negro, pero ahora se verá forzado a buscar algún responsable para la maniobra policial.
Por Horacio Bernades El 25 de enero de 1997, José Luis Cabezas era ejecutado de un balazo, que, según todo indica ahora, podrían haber sido dos. Casi al mismo tiempo pero a miles de kilómetros, un guionista de Hollywood imaginaba una historia de gatillo policial, encubrimiento y falsas pistas que parece reflejar, a la distancia y como en un perverso juego de espejos, el crimen de Pinamar. El título original de la película es "Cop Land", y en Argentina -donde pasó sin pena ni gloria-- se estrenó como Tierra de policías. La película, escrita y dirigida por James Mangold, imagina una pequeña ciudad vecina a Nueva Jersey en la que viven casi exclusivamente policías, retirados y en ejercicio: la tierra de policías del título. Hay un sheriff gordo y sin la menor autoridad (Sylvester Stallone), pero el poder real lo tiene una mafia policial, dirigida en las sombras por un "padrino" (Harvey Keitel), quien al poder civil le opone la ley del gatillo fácil. Un incidente aparentemente menor despierta las sospechas de un oficial de Asuntos Internos aparentemente incorruptible (Robert de Niro), quien viaja hasta esa tierra de policías con la intención de destapar la olla policial. Ese incidente menor está al comienzo de la película y es el que ofrece, ahora, un inesperado punto de comparación con el caso Cabezas. Todo arranca con una fiesta privada en la que corre demasiado alcohol. Un policía joven deja la fiesta por la madrugada. Sube a su auto y, sobre un puente, otro auto se le pone a la par. En él viajan dos afroamericanos, que, en tren de juerga, lo "amenazan" con lo que parece un arma larga pero en realidad no es más que una barreta. En lugar de huir o dar la orden de alto, el policía dispara y asesina al presunto agresor. Cuando los compañeros del policía descubren el pequeño "error", optan por hacer desaparecer barreta y cadáver, arrojándolos desde un puente: desaparecidas todas las pruebas, caso cerrado. Cuando la investigación interna empieza a cerrar el círculo sobre el asesino, llega la hora de hacerlo "desaparecer" también a él. Para más datos, la investigación posterior fracasa, y sólo un acto individual de heroísmo termina vengando el atropello. Pero esa clase de soluciones pasan sólo en las películas de Hollywood, pensarán los pesimistas. La frase de promoción de Tierra de policías decía: "Nadie está sobre la ley". Habrá que ver si en la realidad y en Argentina es igual que en la película. Los interesados pueden conocer el final, yendo al videoclub más cercano: por una rara voltereta del azar, Tierra de policías sale justamente en estos días en video.
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