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Por Rodolfo Frigeri * El mundo del fin de siglo presenta dos características centrales: la velocidad de los cambios y la complejidad de sus nuevas situaciones. En este marco, es frecuente escuchar a profesionales asegurar que en el futuro los salarios de todos los países serán del nivel de los salarios asiáticos, lo que, a mi juicio, significaría un retroceso. Ese camino atrás les parece aconsejable en aras de no perder competitividad en los mercados mundiales. En realidad, la involución salarial y de derechos laborales es una de las acechanzas que origina la globalización, en la medida en que permite el traslado de las plantas fabriles instaladas en un país hacia otros con menores costos de mano de obra, condiciones laborales precarias, y hasta niños obligados a trabajar. Pero para las naciones con niveles de vida superiores, acomodarse a esa supuesta exigencia de la globalización implicaría fricciones política y socialmente intolerables. Atendiendo a tales simplificaciones, quizá también se pretenda la locura de legislar sólo para algunos antes que para todos. Si se llegara a ello, habríamos renunciado al ideal que deseamos, que es la realización del ser humano y su desarrollo. Semejante futuro podría incluso llevar a la conformación de ciudades excluyentes, de las cuales serían segregados quienes no pertenezcan a las categorías privilegiadas. Este proceder, malvado por cierto, sería el paso previo a concebir una humanidad desintegrada. En los últimos años se produjo una redistribución del ingreso, mediante la cual aquellas empresas y actividades que tuvieron la oportunidad de trasladarse libremente --sin muros ni guerra fría-- lograron menores costos para producciones similares, sin reducción de sus precios de venta. Así, el 20 por ciento de la población más rica, que recibía hace 30 años un ingreso 30 veces superior al que receptaba el 20 por ciento más pobre, hoy recibe 60 veces más. Aun admitiendo que el mundo actual implica un desafío lleno de oportunidades, debemos reconocer los peligros que genera el modelo que aceptamos. Sería entonces interesante discutir con inteligencia qué nuevo rol deben asumir los distintos actores de la sociedad para garantizar --en este contexto-- la igualdad de oportunidades que deseamos. En esta etapa de transformaciones no hay duda de que cualquier empresa debe tener en sus cuadros gente muy preparada. Cuando todo era más lento, un mal gerente podía originar un disgusto por presentar un balance deficiente, pero en este fin de siglo de cambios tan veloces, los malos gerentes y los balances deficitarios pueden significar la desaparición de las empresas. Esto afecta también al sector político, que se dio por años el lujo de no tener la gente indicada en el lugar adecuado, que no capacitó a su personal ni reorganizó sus estructuras para un mejor funcionamiento. Hoy el costo de la ineficiencia es mucho más alto que dos décadas atrás, y se traslada inmediatamente a la sociedad, especialmente a la población con menor nivel de protección. El Estado también necesita imperiosamente dirigentes bien formados para desenvolverse en esta nueva realidad. Hoy la gente está informada, y sabe que esta época hay que transitarla con mucha inteligencia. Los políticos también debemos aggiornarnos para interpretar, con las escasas variables que dominamos, cuál es el mejor manejo de cada situación. Cualquier persona que piense en llegar a presidente de la Nación para disponer del 100 por ciento de las variables estará equivocado: escasamente podrá manejar el 50 por ciento porque aceptó las reglas del juego global. Para ello, cuando pensamos en los próximos "administradores" para el sector público será imprescindible exigirles ciertos requisitos: interpretar lo que está pasando en su país y en el mundo, y conocer el tema que tendrán que administrar. A esto debe sumársele transparencia en sus actos, ya que no hay corrupción pequeña; simplemente existe y genera una cadena de costo final inmensurable. Si no se cumplen estas condiciones, los costos serán más altos, los tramos de lucha de las sociedades más largos, y una salida airosa mucho más difícil.
* Presidente Grupo Banco Provincia. Diputado nacional.
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