¿Qué sucede con las violencias que protagonizan los chicos? Asistimos a una continua búsqueda de respuestas capaces de explicar por qué algunos chicos empuñan un rifle y matan a mansalva a sus compañeros, o por qué se organizan en patotas que roban y agreden, o por qué golpean a sus madres. Ya sea que provengan de instituciones que organizan mesas redondas o desde los medios de comunicación que "sacan al aire" las opiniones de los profesionales --entre los que me cuento--, las consultas evidencian la confianza con que se apela a los técnicos para que aporten certezas acerca del tema. Justamente, la búsqueda de certezas es un problema colateral que acompaña a este tema. Se espera encontrar respuestas que atribuyan la responsabilidad de las violencias a alguna causa visible, que, como por lo general no logra concretarse, finaliza con la afirmación a dos voces o en coro entre profesionales y comunicadores sociales sosteniendo "la sociedad está enferma". Tanto los interrogantes cuanto las respuestas están impregnados por una racionalidad dentro de cuyas alternativas no caben las conductas de aquellos chicos que protagonizan hechos gravísimos. Pero la pretensión de avanzar en el análisis de este problema utilizando solamente las lógicas que priorizan la racionalidad --en tanto y en cuanto son las que tranquilizan a los adultos-- elude la existencia de lógicas que expresan la concentración y la acumulación de frustraciones y desilusiones que sobrellevan los chicos y que suele expresarse mediante la ira y los ataques violentos. Estas conductas pueden reproducir algunas escenas televisadas, o bien coincidir con los argumentos de innumerables videojuegos, o imitar el maltrato consagrado por algunos miembros de su familia en contra de los más débiles, o espejar las represiones que organiza la policía, o abrir las compuertas de sus propias fantasías destructivas sin poder evaluar el derecho a la vida que llenen los otros; cualquiera de estas instancias está alimentada por una desesperada búsqueda de placer y de poder. "Pero, ¿placer y poder son categorías que podrían rastrearse en la niñez?" sería la duda resultante de una lógica que pretende comprender desde la racionalidad tradicionalmente entendida. Sin embargo, poder y placer no solamente constituyen ejes fundantes de la vida psíquica de los chicos, sino que la desesperación que los motoriza también forma parte de esa vida psíquica. No es sencillo convivir con ellos si, además de registrar sus picardías y sus expresiones de amor, debemos hacernos cargo de su capacidad para gestar sentimientos que la racionalidad adulta califica como non sanctos. Saber si esa gestación es responsabilidad de las familias, de la época, de la sociedad, de los componentes personales de los chicos o de la articulación de todos ellos, exige una reflexión cuidadosa y, al mismo tiempo, un pronóstico que nos permita anticipar qué posibilidades tenemos de cambiar o mejorar estos estímulos externos y/o de orientar las modalidades propias de cada niño. La dificultad para reconocer la relación entre la vivencia de desamparo que padecen estos chicos y la desesperación que la acompaña transforma a los adultos en sonámbulos que aplican con ellos los códigos de una racionalidad que impiden analizar la lógica de las violencias: lo irracional y las violencias no acatan el afán de certezas que tienen los adultos que precisan tranquilizarse y no sólo estudiar las motivaciones de dichas violencias. El afán de algunos comunicadores sociales --y de algunos organizadores de eventos-- que solicitan respuestas veloces, sintéticas, expresadas en lenguaje sencillo y que puedan "explicar" por qué los chicos avanzan en territorios de ferocidades, deja al descubierto un problema del mundo adulto y no una búsqueda de resortes psicológicos, económicos, culturales y sociales que permitan aproximarse al miedo, a la ira y al desconsuelo de los niños violentos. Sensibilizar a la comunidad acerca del tema es necesario, pero otra cosa es la pretensión en insistir en la "corrección" de los comportamientos violentos desde las lógicas que pretenden saber "cómo deben portarse los niños", cualquiera fuese la época y las situaciones. Las lógicas que precisamos poner en juego son aquellas que analizan cómo funciona la irracionalidad, particularmente en los chicos, cuyos componentes racionales no son los mismos con los que cuentan los adultos. No se trata de aceptar estas conductas colocándolas en el ámbito de un relativismo extremo que finaliza justificándolas, que es lo que sucede cuando el reduccionismo simplifica afirmando: "Estamos en una sociedad enferma", diagnóstico que paradojalmente tranquiliza a quien lo emite. El modelo de racionalidad ciega con que operan quienes insisten en acomodar a los chicos actuales dentro de los cánones creados por los adultos para que la niñez sea lo que socialmente se decretó para ellos, no tiene en cuenta que esa forma extrema de racionalidad encubre un extravío. La ansiedad adulta por encontrar certezas capaces de suturar una herida social como la que representa los chicos violentos constituye un síntoma, sobre todo cuando, en caso de no lograr certezas, los buscadores de responsables directos de la violencia recurren a la desmentida de nuestra impotencia actual y esquivan la incógnita con frases hechas. Está pendiente la utilización de una racionalidad capaz de asumir el contexto que acompaña la vida de los chicos y de reconocer las diferencias entre los que se espera de ellos y lo que actualmente los niños pueden hacer y sentir. El contexto histórico administra irracionalidades y absurdos que se organizan en formas de convivencias regidas por sus propias leyes, que no responden a los exorcismos de la racionalidad convencional. Carecemos de certezas acerca de los niños y sus prácticas violentas: resulta difícil y doloroso aceptarlo. Pero podríamos expandir nuestro análisis sin temor de reconocer el poder que adquirieron los chicos, lo que significa que los adultos tenemos que aprender a vivir con esa nueva e inquietante dimensión. Lo peligroso reside en suponer que ese poder de los chicos se regula "poniendo límites". Actualmente los límites no dependen del aprendizaje que los chicos puedan hacer respecto del ejercicio de ese poder del cual disponen y que a veces se dispara en violencias. Esto es absolutamente nuevo. Y funda un aspecto de la relación entre los grandes y los chicos que ya no puede mantenerse invisible.
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