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Sobre perros y honras
El 29 de abril de 1953, tres días antes de dejar la presidencia de la Cámara de Diputados, que había ejercido durante cinco períodos consecutivos, Cámpora se presentó ante el entonces presidente Perón y le dijo: "Señor, mi nombre anda en los dientes de los perros. Yo por usted me juego la vida y el honor, pero no puedo jugarme el honor de mis hijos. Aquí le traigo la declaración de bienes. Le ruego que me investigue. Si soy honesto que se sepa. Si no lo soy, que se me sancione". Perón le dijo que no había motivo para investigarlo y le ofreció hacer publicar su declaración de bienes, sin más trámites. Cámpora aceptó, aunque hubiera preferido una investigación en regla. Los diarios publicaron entonces que Héctor Cámpora poseía una casa en San Andrés de Giles, una quinta cercana a esa ciudad, una participación en el sanatorio De Cusatis y diez hectáreas de campo "heredadas de una tía de nombre Bernarda Lescano". El número 4 en la línea de sucesión se iba del poder con los mismos bienes que tenía en 1946, cuando fue elegido diputado. Dos años más tarde, cuando Perón fue derrocado por los militares, Cámpora fue sometido a la lupa inquisitorial de 52 comisiones investigadoras, que no lo encontraron culpable de ningún ilícito. Dieciocho años más tarde, durante su vertiginosa presidencia de 49 días, ordenó que no se tocara "ni un centavo" de los fondos reservados y otra serie de medidas de austeridad y transparencia que la Casa Rosada sólo había conocido en los tiempos de otro político honesto, el radical Arturo Umberto Illia. En 1976, durante la dictadura militar y cuando estaba asilado en la embajada de México Cámpora, tuvo que sortear abrumadores problemas burocráticos para que su hijo, Carlos Alberto, que estaba en libertad, pudiera presentarse ante la nueva inquisición castrense de la CONAREPA (Comisión Nacional de Recuperación Patrimonial) para demostrar la legitimidad de sus bienes. Por ironía o perversidad, la CONAREPA demoró su dictamen hasta el 30 de enero de 1981, cuando Héctor Cámpora llevaba ya cuarenta días muerto. Muy a su pesar, los inquisidores militares debían admitir que el patrimonio era legítimo. Se levantaba el embargo que había pesado sobre todos los bienes familiares. Los herederos podían disponer de ellos libremente. Al investigado Cámpora no le habían hecho falta ni tormentas, ni biblias, para defender su honra de los perros.
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