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Facundo Pérez anudó la mochila y la cargó. La premura sacudía adentro el sonido del revólver, una cadena y una edición las Rimas de Gustavo Adolfo Bécquer. Abrigado en cuero enfrentaba las escalinatas de la Facultad de Ingeniería de La Plata. Su presa estaba cerca. Apenas pasaban unos minutos de las ocho. Un examen en el aula 63 era el destino obligado de ambos. Traspasado el umbral de ingreso, manoteó con ira el pelo rubio de Carolina Ortega. Hacía dos meses que la perseguía y aguardaba el momento. Desde la entrada, mostró el arma y disparó al aire. Luego vendrían tres horas eternas en las que hirió a un policía y mantuvo a la chica encadenada contra el piso del subsuelo, condenándola a la agónica oscuridad de su alma desquiciada. La saga de horror quebró ayer el silencio en la sede de una facultad casi desierta por el paro docente. Dos jueces y decenas de policías de la Federal y Bonaerense amurallaron por fuera la sede académica y fueron finalmente cercando a Facundo. El joven quedó detenido en la comisaría primera de La Plata. No era la primera vez. En la tarde de jueves, cuando Carolina volvía de la facultad, Facundo la enfrentó con un arma. La orden de conducirlo hasta su casa se le clavó como sentencia. Cruzó la estación. "Ahí no, eso es lo de tu viejo, llevame a tu casa", apresuró. Carolina no necesitó hablarle de la separación de sus padres ni dar domicilios. Hacía dos meses que el muchacho la seguía. Después de andar siete cuadras se metieron en el número 477 de la siete bis. Facundo guardó el arma. Saludaron a la madre de Carolina y conversaron en la cocina por algún rato. Nadie sospechaba nada, ella ni siquiera insinuó la amenaza. "Deciles que vamos a sacar fotocopias", ordenó Facundo y dejaron la casa. En la calle él habló de su madre enferma y la ausencia de su padre. Antes de la despedida Facundo ofreció su bolso como prueba de un presagio certero. Tenía dos armas, cuatro cuchillos y dos cajas de fósforos. "Sólo daba explicaciones inconexas, mientras me amenazaba decía que iba a matar a la policía", explicaría días después Carolina en su declaración. La denuncia por amenazas quedó asentada en la comisaría de City Bell donde Carolina pidió custodia. La noche del domingo su madre llamó a la seccional: "Es preciso un custodio para el martes porque Carolina rinde examen con el chico". Ese reclamo nunca se cumplió (ver recuadro). Carolina atravesó sola el predio de la facultad. Trepaba las escalinatas de ingreso al pabellón de Electrotecnia cuando se corporizó el espectro de Facundo. Gritó con fuerza el número de teléfono de su custodia. Tenía la barba de Facundo clavada en el pescuezo. "¿A quién querés llamar?", exigió él. El primer disparo al aire terminó de paralizarla. Estaban en el hall de entrada. Al fondo del pasillo largo de la derecha el aula 63 se turbó. "Salió el profesor con los pibes para abalanzarse encima del tipo, pero sintieron el tiro y corrieron", reconstruye el ordenanza Oscar Ferreira, aún entrecortado por el susto. Carolina logró soltarse y ganar el pasillo frente al hall, una huida que finalmente la conduciría al sótano. Facundo había conseguido llevar a Carolina hacia abajo, pero le faltaba controlar el otro ingreso al subsuelo. Ahora encadenada, Carolina quedaba inmovilizada. Facundo intentó reingresar a la planta baja. "Soltá eso porque te mato", gritó a un pelilargo que usaba el único teléfono público, pegado a la puerta de entrada. Dos efectivos de la primera de La Plata ya estaban dentro. Y Facundo agudizó su cólera. Rubén Di Lorenzo, uno de los bonaerenses, pidió a un colega chaleco antibalas. A modo de persuasión apoyó la Itaka en la mesa que ganaba el centro del hall. El chaleco se demoró en manos del ordenanza Ferreira que se ofreció para el trámite. "Cuando vuelvo a entrar --dice Ferreira-- veo la cabeza del pibe que sube por la escalera." Era cierto. Facundo estaba a punto de ejecutar el segundo disparo. Sin el chaleco y desarmado, Di LoreNzo sintió la bala hundirse en su antebrazo. Poco después era internado en el Hospital de Agudos General San Martín. Carolina se desahuciaba en súplicas y alaridos. El perseguidor trasformó el codo de un pasillo en refugio. Apretada contra el suelo, la chica no dejaba de arañar el piso y fuera de control golpeaba la entrada del Laboratorio de Investigaciones de Metalúrgica Física. Cinco hombres quedaban en toda la facultad y estaban amurallados detrás de esa puerta. "Los primeros quince minutos --explica ahora Alfredo González, uno de los atrincherados-- el pibe no paraba de gritar y amenazar con el disparo." Otros dos bonaerenses lograron ganar uno de los laterales del subsuelo. En el otro extremo una sala vacía con ventanas a nivel le daban a Facundo la posibilidad de conocer el ritmo de sus perseguidores. "Dejá el arma, pibe, dejala", persuadía algún bonaerense. "No te arruines la vida, dejala", insistían. Pero Facundo ya no hablaba. Su presa-escudo repetía maquinalmente sus órdenes. "Pide diez minutos", rugía Carolina. Y al rato: "Sííí, si voy a tener hijos perversos. ¡Voy a tener hijos per-ver-sos!", se deshacía repitiendo órdenes desquiciadas. Más tarde contaría que Facundo le decía que "estaba loco, necesitaba ayuda y que yo no había querido ser su amiga". En un momento le dio a Carolina el arma: "para que yo lo matara". Ella lo rechazó y terminó abofeteada. Al fin lo cercaron. Todavía tenía el arma y mantenía a Carolina encadenada cuando la puerta que tenían a un metro fue abierta por un policía. Ahora sí, Facundo terminaría amurado al suelo. Pegado a su Carolina sintió el cuerpo de los policías encima. Producción: Alejandra Dandan
LA OPINION DE UN PSIQUIATRA ¿A partir de qué rasgos particulares se puede definir a una persona que persigue a otra en forma obsesiva y continua? "El acosador es algo más que un obsesivo. Puede tener conductas obsesivas como ingredientes de su personalidad, pero el acosador típico se encuadra dentro de los comportamientos de personas severamente perturbadas con trastornos límites de la personalidad. Son los border-lines". De este modo, Juan Carlos Ferrali, presidente de la Asociación de Psiquiatras Argentinos, definió una conducta que ayer volvió al centro de la escena cuando Facundo Pérez (21) persiguió y secuestró a Carolina Pérez. En diálogo con Página/12, Ferrali analizó el abanico de posibilidades que se desprenden frente a comportamientos humanos límites, que derivan en situaciones espectaculares como el caso ocurrido ayer. "En principio habría que preguntarse si esa persona tiene pleno uso de sus facultades mentales", observó. Si actuó interpretando debidamente la realidad, se puede hablar de un
trastorno en su personalidad. Y en este punto caben dos posibilidades: "Desde la
psicopatología se piensa, por un lado, en daños estructurales o, por el otro, en
comportamientos reactivos coyunturales, lo que significa actuar como reacción frente a un
impacto emocional muy fuerte". Pero en caso de operar una pérdida de juicio de la
realidad, entonces se entra en el terreno de la psicosis. Para Ferrali también existe una
tercera alternativa: "Que la persona actúe como reacción frente a un impacto
emocional muy fuerte siendo alguien que no tiene un problema estructural
psicopatológico". |