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Por Carlos Polimeni El día que Argentina le ganó por penales a Inglaterra en Francia, León Gieco rebotaba por las paredes del pasillo de un hotel de Manhattan, buscando cómplices en el festejo. El sábado en que Holanda le ganó sobre la hora al seleccionado nacional, no salió de su cuarto de hotel de Mendoza hasta bien entrada la tarde, pese a que lo esperaban para almorzar. Su ánimo ecualizaba con el de millones de personas, como es habitual en su vida: lo único que quería era dormir. El lunes por la noche, cantaba en Buenos Aires ante tres mil personas, en un espectáculo destinado a recaudar fondos para la labor del padre Luis Farinello entre los pobres de Quilmes. En Nueva York, había concretado la primera parte de su jet-lag después de tomarse sus primeras vacaciones en mucho, mucho tiempo, paseando como un turista más por España e Italia. Antes de eso, el tratamiento de su ataque de pánico lo había convertido por momentos en un ser fantasmal, aun para sus amigos, sin embargo, cosecha cariño en cada aparición pública. Dispuesto a reiniciar las giras pero reencontrándose con su banda luego de varias semanas sin tocar, Gieco volvió a Mendoza, provincia con la que tiene una relación de casi 25 años de actuaciones, para oficiar casi como padrino de la gestión al frente del Teatro Independencia --el Colón mendocino-- de su amiga Miriam Boudemont, una clásica activadora cultural independiente puesta en el brete de los manejos de los organismos oficiales. León se tomó el compromiso a lo grande, y saturó de público el teatro, por dos noches. Presentó su espectáculo de dos horas, pero además, incluyó como invitados, en un guiño a la historia, a sus dos cantantes protegidos, separados entre sí por 70 años de edad, aunque parezca difícil. Uno se llama Abel Pintos, está empezando el camino y tiene apenas 13 años. El otro continúa en la senda a los 84, es dueño de un pedazo del cancionero popular previo a la década del 60 y se llama Antonio Tormo. Bien podría decirse que, al producir y editar sus discos, Gieco se relaciona con el padre que ya no está y con el hijo varón que no tuvo, y con eso se siente bien, ahora que, a la vez, es abuelo de dos niñas. El tercer invitado bien podría ser su hermano menor: fue un recuperado Nito Mestre, a quien presentó como su amigo durante los últimos treinta años. En el mismo teatro Independencia, Rodolfo Mederos estrenará esta noche un concierto para bandoneón y orquesta, tocando junto a la Filarmónica local, que dirige el joven maestro español Gregorio Gutiérrez. Los planes del Instituto Provincial de la Cultura, que busca sacudir la tradicional apatía mendocina gestando hecho tras hecho, incluyen para las próximas semanas una visita del poeta Juan Gelman para un diálogo abierto con su público, un debate con el antropólogo argentino radicado en México Héctor García Canclini y un gigantesco homenaje a Mercedes Sosa como la figura más importante de las que apadrinó el movimiento del Nuevo Cancionero, que revolucionó en los tempranos 60 el folklore argentino. El guitarrista Tito Francia, el compositor Oscar Mathus y el poeta Armando Tejada Gómez, todos mendocinos, fueron el corazón de aquel movimiento. Gieco, que está sorprendido por las casualidades-causalidades que le acontecieron en el viaje por Europa, en que conoció la casa en que componía Vivaldi, por ejemplo, se presentó en Mendoza como un "amigo de toda la vida" de la directora del teatro. Después, cantó como casi siempre desde el Proceso, "La cultura es la sonrisa". Y la gente sonreía de placer. Como padrino de todos --de la gestión iniciada, de Pintos, de Tormo, de los chicos de una escuela, presentes en la sala--, León también exudaba satisfacción. Esa es la mejor parte de su trabajo de hormiga.
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