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CRISTO Y UNA MUJER
Por Enrique Medina


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T.gif (67 bytes) Un hombre ha muerto. Es el dilema de esta mujer que ingresa a la iglesia vacía, se acomoda en uno de los bancos y mira el Cristo que la recibe desde el altar. Es una mujer de más de cincuenta años, algo gruesa, cabello muy corto, anteojos gordos y ausencia total de maquillaje. Nada que ver con la convención de lo que se supone debe ser una mujer en función del hombre; y ni hablar si el papel a cumplir es la excitación. De todas maneras ella sabe mucho de eso porque tocó fondo. Y cuando se llega a este conocimiento es recién cuando, de considerarse ser humano, se pasa a adquirir categoría de persona. Algo embrollada en el pensamiento, la mujer cree que Cristo ha erguido algo la cabeza y la está mirando; no es, está segurísima, que sea un delirio que ella elabora. De verdad, Cristo la está observando y hasta parece querer hablarle. Entonces ella se arrodilla y quiere rezar. Pero no sabe cómo se reza, ni sabe una oración, ni el Padrenuestro, ni un Avemaría, ni un Gloria. Apenas balbucea una palabra que no tiene sentido, una palabra nueva que ella está inventando sin darse cuenta, una palabra que está hecha de una mezcla de perdón-odio-dolor.

Está por llorar. Pero no quiere llorar porque no sabe a causa de qué va a llorar. Tantas son las cosas que hizo en su vida sin lógica y sin querer entender lo que hacía que no quiere abandonarse con facilidad a lo espontáneo; quiere, por primera vez, tener en claro su vida. Ella no sabe lo que le está diciendo o quiere decirle a Cristo, pero entiende lo que él le dice a ella. Y no se siente satisfecha. Cristo, a pesar de los clavos penetrándole la carne, la corona de espinas, las heridas sangrando y el sufrimiento del mundo en el rostro, sólo cae en la retórica, no puede salir de los lugares comunes, le habla con la vaciedad de los libros mentirosos, con la licencia de los curas burocráticos, con las palabras que se usan de comodines para salir del paso. Y ella no acepta el falso "la paz sea contigo" que Cristo le quiere meter en la cabeza, se subleva, se sienta, quiere levantarse e irse, no está segura, se levanta, da un paso, dos, retrocede, vuelve a sentarse, se arrodilla y le habla de frente a Cristo. Lo increpa, le dice que él no es quién para burlarse de ella, que sabe que él sufrió y eso fue injusto, que no lo desvaloriza pero le dice que esta vida es mucho peor que el Via Crucis, no todos tienen el valor y el convencimiento de entregarse al suicidio como él, porque esa entrega voluntaria fue un suicidio que ella reconoce de mucho valor y ella, para escapar de los hondos pesares, lo intentó muchas veces sin el resultado deseado y sufrió, sufrió mucho más que él, porque tuviste una infancia feliz, tuviste buenos padres, la gente te quería, estuviste en fiestas donde no dejaste que se acabara el vino, la Magdalena era una puta que te adoró y vos la amaste, tuviste poder y sacaste a patadas a los comerciantes del templo, eras un ilusionista que entretenía y alegraba a la gente, te mataron porque fuiste feliz, te mataron por envidia, porque eras un mal ejemplo; pero yo... La mujer se sienta, quiere levantarse e irse, esta vez le cuesta más, vuelve a arrodillarse, lo mira a Cristo que está muy atento a ella, sin hablar, listo a escucharla y hasta casi pareciera que le ha hecho un gesto íntimo, amistoso, para estimularla, y ella entra en confianza y le cuenta que hasta este momento no ha vivido, que nunca fue feliz, que se negó a la vida, fue un robot sin sentimientos y que acaba de morir un hombre, según la carta recibida, y esta muerte, Cristo, me ha sacudido cosas que no sé explicar, sé que voy a llorar por él pero no de felicidad, creo que de odio y alegría... Cristo ladea la cabeza y le ruega que le cuente todo. La mujer no puede creer lo que ha escuchado. Le pregunta si él dijo "te ruego". El responde que sí, y vuelve a rogarle que le cuente todo. El rostro de ella se afloja de agrado y le agradece el respeto y le cuenta que, además de golpearla, desde los seis años su padre la violó, que no se lo contó a su madre por las amenazas y que a los catorce años el padre la vistió de puta y la llevó a prostituirse en un lugar de hombres, y que seguía violándola siempre y no se lo decía a su madre porque creía que podía dañarla si le contaba el horror, y ya más grande se escapó y se casó con un muchacho que la quiso pero por el que ella jamás pudo sentir nada cuando hacían el amor y que de grande se enteró de que su madre siempre había sabido que era violada por el padre y, nunca pudo querer, ni ser feliz, ni sentir nada, ni tener hijos, ni saber qué es la alegría y la felicidad y que su familia, sus hermanas, sus tías, cuando ella de grande les reclamó por no haberla cuidado, ellas dijeron que la loca era ella y ella la degenerada y la vergüenza de la familia y el padre un santo; y me fui lejos, abandoné al muchacho y viví sola años y años sin animarme a morir hasta que hoy me enteré de la muerte de mi padre y dentro de mi pecho sentí cosas que antes nunca había sentido y tengo ganas de llorar de alegría, es la primera vez que siento alegría, ¿está mal?... Debe sacar el pañuelo de la cartera porque las lágrimas ya se acercan al mentón. Y se seca y lo mira a Cristo. Este se ha reacomodado en el madero pero no deja de mirarla; antes de apoyar la cabeza en el hombro como le marcó el escultor, le suplica:

--Perdoname.

La mujer se levanta y se va.

 

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