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Por Juan Sasturain desde París Dos equipos menores. Croacia mucho "más menor" que los locales. Esta semifinal ha hecho coincidir a todo el mundo en una obvia reflexión que ya se había adelantado de algún modo en la observación del partido de Marsella: la verdadera final fue adelantada y la ganó Brasil en los penales ante una Holanda que no mereció irse sin nada. Lo de anoche fue un partido más, emotivo, con una marco extraordinario y todos los ingredientes para que les resultara, a los implicados, inolvidable. Pero como fútbol, como semifinal de Copa del Mundo, fue mediocre. Y las comparaciones se imponen porque los dos espectáculos han sido sucesivos y han permitido superponer imágenes, desarrollos e individualidades. Y el elemento más significativo de oposición es, precisamente, el desnivel en cuanto a figuras. Mientras en Holanda-Brasil no hubo prácticamente defecciones y sí casi una docena de muy buenas actuaciones, anoche, en un repleto Saint Denis, frío en el aire pero muy caliente en la emoción, sobran dedos de una mano para marcar a los destacados. Eso, primero: diferencias de calidad. Lo otro, fundamental, es que esta vez los rivales no encararon el partido con similar actitud: Francia fue a buscarlo --tibiamente, pero fue--, Croacia, un invitado insospechable a esta altura de la fiesta, apenas entreabrió la puerta y espió a ver qué pasaba. Así jugó: asomado a la historia, sin creer en el fondo que pudiera hacerla. Los locales son un equipo limitado al que las circunstancias han llevado lejos y colocan en las puertas de la hazaña. Puede ser campeón el domingo, claro que sí (pudo serlo Argentina en el '90 y Suecia llegó a la final en el '58 también...), lo que no impide decir que es infinitamente menos equipo que Brasil. Se basa en una línea defensiva de cuatro sólida, con dos centrales de personalidad y recursos como Blanc y Desailly, un lateral combativo y limitado como Lizarazu y un excelente jugador, el salvador de ayer, el héroe, Lilian Thuram. Y tiene un crack: Zinedine Zidane. Que hace todo bien con su estilo aparentemente pesado, equívocamente lento. Sabe mucho, maneja los tiempos, tiene gol. Y poco más para destacar: Petit y Deschamps ponen y ponen pero no hay talento; además --y es la gran carencia-- Francia no tiene delanteros de categoría. El resistido Djorkaeff sabe, pero juega de media punta y no anduvo bien en la Copa; Guivarc'h, el único estrictamente delantero que puso en el inicio Jacquet, sabe muy poco, pelea y va arriba. Y nada más. La alternativa, que probó el técnico otra vez ayer, ya avanzado el partido, son los dos pibes: uno es el negrito Thierry Henry, que es liviano pero tiene toque y tranco y astucia para rebuscárselas; y el otro es Trezeguet, un proyecto de buen jugador. Tienen veinte años cada uno. Y no hay más. Con eso, y un arquero que transmite más de lo que es, Francia ha llegado a donde está. Una hazaña en la que han pesado el fervor y la convicción, que también valen. Enfrente, los croatas venían de jugar mal y perder bien con Argentina, y de empujar hacia afuera a dos equipos reciclados, versiones menores de pasados esplendores: a Rumania y --sorpresivamente, pero con uno más, en partido raro, con penal de Castrilli-- a Alemania. Con un técnico astuto, versero y enredador pero con pocas figuras. Raleado Prosinecki después de Argentina, Croacia dependió del andar de Boban del medio para arriba, de las proyecciones de Jarni por la izquierda, del talento discontinuo y anárquico del enganche Asanovic y de la personalidad y astucia de Suker para hacer un mundo de problemas a cualquier defensa con sólo agarrar cuatro pelotas. El resto, poco y nada: el oficio de Simic en el fondo, que parece un central de Nueva Chicago, y Soldo --que no estuvo contra nosotros-- que puede ser líbero atrás o en el medio. Y nada más: muchas limitaciones técnicas en sus jugadores, un arquero que parece asustado, desatenciones múltiples. Y el partido fue acorde con lo que traía cada uno. Francia tuvo la pelota monopólicamente durante la primera media hora mientras Croacia miraba y aguantaba. Francia sólo llegó (que no fue llegar) tirando de afuera: nada. Sólo Karembeu, por derecha, acompañaba a Zidane, que jugó un excelente primer tiempo. En Croacia, parecía imposible que llegaran alguna vez. Recién en los últimos quince equilibró y se animó un poco. Y ahí hubo silbidos para Francia y para el espectáculo. Chispazos de Asanovic y una llegada de Suker que casi la emboca cerraron el período. El comienzo de la segunda parte fue espectacular por los dos goles sucesivos: gran toque del discontinuo zurdo croata y Suker no lo perdona a Barthez. Casi en la réplica, por primera vez se equivoca Boban, roba Thuram, hace la pared con Henry y golazo. A partir de ahí, hasta la expulsión de Blanc, Francia hace lo mejor de la semifinal: la presión intensa, el segundo golazo de Thuram --que nace de otro robo-- y la continuidad de esa actitud hasta que le echan a su primer marcador central cuando estaba jugado en ataque. A partir de ahí, Croacia, que no estaba programada para atacar y menos para tener uno más, fue incapaz, excepto en dos ocasiones aisladas, de crear peligro cierto. Sus jugadores no podían hacer un cambio de frente con precisión; el traslado era inseguro, el desguarnecimiento defensivo, constante. Francia, que había sacado a Djorkaeff para cubrir el agujero de Blanc, tuvo tantas oportunidades como los croatas. Y Blazevic, aunque se quedó sin Boban por lesión, esperó a que faltaran cinco minutos para ponerlo a Prosinecki. Así son los técnicos. Y así son los partidos, opacos, aunque se juegue la semifinal de la Copa del Mundo...
DE ZIDANE A THURAM, LAS FIGURAS DEL PARTIDO Por J. S. desde París La famosa frase de Churchill para referirse a la hazaña de los defensores de Inglaterra ante la ofensiva aérea nazi --"Nunca tantos les debieron tanto a tan pocos"-- vale, desheroicizada y puesta en su lugar estrictamente futbolero, para describir lo que fue la actuación de algunos pocos jugadores como fuente de alegría y celebración para millones y millones de franceses. Porque si bien ganaron todos los que entraron en la cancha con la camiseta azul sobre los de a cuadritos, son muy pocos los que se pueden destacar de entre ellos en un partido emotivo pero sin brillo. Lo de Zidane fue, como casi siempre que lo hemos visto, excelente. Cuando terminó el primer tiempo, un cartel que recogió en un paneo la televisión, decía: "Zidane president". No es necesario tanto para salvar (futbolísticamente) a Francia, pero es cierto que si él no tiene el mando, nadie lo asume, como se vio en los dos partidos en que faltó y brilló por su ausencia. Y si no tira, casi nadie lo hace tampoco. Anoche, excepto el último cuarto del primer tiempo, estuvo siempre encendido y, lo que es importante, tuvo mucho contacto con la pelota. A los dos minutos ya pudo haber convertido después de una excelente jugada colectiva con Djorkaeff y Guivarc'h que, en lo mejor que hizo en el partido, lo habilitó de taco para que rematara: le salió débil. Volvió a tirar de afuera a los seis, a los ocho, a los diecisiete... Y casi a los cuarenta empalmó una volea muy difícil que, si bien iba afuera, el temeroso arquero Ladic convirtió en córner. Eso, sólo en el primer tiempo, cuando sólo Karembeu --mientras estuvo en la cancha-- tuvo su sintonía de toque, desmarque y cuidado. En el segundo se recostó más aún sobre la izquierda y además de administrar la pelota con el criterio acostumbrado tuvo otro par de llegadas. En una de ellas pudo definir el partido. Fue la figura de su equipo y de la cancha. Lilian Thuram juega de central en el Parma. Aquí, de lateral derecho. Buena marca sin pegar, muy buen manejo, tranco largo y buen gusto. A diferencia del otro lateral, Lizarazu, que se manda en forma algo aparatosa, Thuram es prolijo y no baja la cabeza. Sabe adónde va y es astuto para decidir si por adentro o por afuera. Encontró un socio adecuado en Henry y encontró, además, premio a su espíritu de aventura y su viveza, las dos pelotas que le dieron el triunfo a Francia. En la primera, lo madrugó a Boban, tocó y fue a buscar la devolución como un delantero. En la segunda, capturó un rebote de un quite imperfecto, cortó para adentro y sacó un zurdazo arrastrado, perfecto, al segundo palo. Golazo. Gran actuación y, sobre todo, temple y frialdad para aparecer en el momento clave. Para destacar en Francia quedan los centrales, Desailly y Blanc, hasta que éste se fue, cuando García Aranda compró la exageración de Simic ante un manotazo no tan grave (y no echó a Henry, que le partió de un codazo la cabeza al lateral de su lado). Desailly, siempre seguro y con poco trabajo, le sacó el empate a Suker en una estirada notable, sobre el final. Blanc es importante por lo que transmite, y cuando va al ataque se siente en el área rival. Será una baja importante. En Croacia no hubo demasiado que destacar más allá de haber llegado tan lejos. Lo más importante lo hizo Suker, como casi siempre. Se mostró y buscó por arriba y por abajo. Hizo un gol, pudo hacer otro y metió un cabezazo que pudo ser. No es hábil pero protege muy bien la pelota. Además, se tiene mucha fe y transmite una seguridad pasmosa. Lo de Boban fue batallar y batallar, pero no estaba del todo bien y a veces se lo vio quedarse fuera de la jugada, como si descansara. El hábil zurdo Asanovic sabe mucho, pero juega de a ratos. Puso una notable pelota en el gol y alguna más. No influyó todo lo que puede con su capacidad. Y es todo.
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