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Los estrenos de la semana
¿Era necesaria una "Anna Karenina" de fin de siglo?

El realizador Bernard Rose pensó que sí y convocó a la bella Sophie Marceau, pero el resultado es un film gratuito, prescindible.

La ambientación no salva al film de un fracaso previsible.
Bernard Rose ya se había metido con la memoria de Beethoven.

Problema: El anacronismo del film radica en la ausencia de un punto de vista, de una idea de adaptación, como si bastara con repasar la trama de la novela.

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ANNA KARENINA
Estados Unidos/Gran Bretaña, 1997.
Dirección y guión:
Bernard Rose.
Fotografía:
Daryn Okada.
Música:
fragmentos de Chaikovski, Rachmaninoff y Prokofiev, bajo la dirección de Sir Georg Solti.
Intérpretes:
Sophie Marceau, Sean Bean, Alfred Molina, James Fox, Mia Kirshner.
Estreno de hoy en los cines Monumental, Gaumont, Grand Splendid, Patio Bullrich, Paseo Alcorta, Multiplex Belgrano, Coliseo de Flores, Tren de la Costa San Isidro.

Por Luciano Monteagudo

t.gif (862 bytes) Si hay una novela que ha resistido estoicamente los innumerables embates del cine, ésa ha sido, sin duda, Anna Karenina. Las 850 páginas que León Tolstoi escribió entre 1873 y 1875 nunca fueron un impedimento para que la trágica historia de amor y de muerte con que pagó su adulterio la señora Karenina fuera resumida y condensada en las más diversas versiones, que comenzaron ya en el período mudo, cuando Greta Garbo protagonizó Love (1927), un melodrama que quedó en la memoria del cine no tanto por los labios transidos de la Divina en el beso del pecado sino más bien por las pantomímicas cejas de su galán de entonces, John Gilbert, que murió mudo: nunca llegó al cine sonoro. En 1935, aprovechando las nuevas ventajas del micrófono, la Metro le ofreció a la Garbo y --con otro partenaire, más a su altura: Fredric March-- una segunda oportunidad de encarnar a la infausta heroína de Tolstoi, en una película que finalmente osaba decir su nombre: Anna Karenina. Pocas veces Garbo estuvo mejor, lo que ya es decir mucho. No por nada siempre se consideró inútil la remake protagonizada por Vivian Leigh en 1948. Ni qué decir de esta colorida versión a cargo de la actriz francesa Sophie Marceau, una película esencialmente anacrónica, que parece retrotraer el cine al tiempo de los zares o, al menos, haber sido concebida para deleite de señoras ociosas antes de la hora del té.

"Anna Karenina no es una novela de un solo tema. Hay muchas líneas argumentales que, como en la vida misma, conviven paralelamente, pero que también, como en la vida, se entremezclan y se explican mutuamente", escribió la ensayista Irina Bogdaschevski sobre la obra de Tolstoi. El problema con esta lustrosa producción rodada en importantes escenarios naturales de Moscú y San Petersburgo por el inglés Bernard Rose (el mismo que ridiculizó al pobre Beethoven en Amada inmortal) es que de todos estos temas a su disposición no parece haber elegido siquiera uno. El anacronismo de la película radica en su falta de un punto de vista, en la ausencia flagrante de una idea de adaptación, como si bastara con repasar lineal y apresuradamente su trama, a esta altura bien conocida, por cierto, con la única novedad de que el esporádico narrador es ahora el bueno de Konstantin Levin, evidente alter ego de Tolstoi en las páginas de la novela.

Como en la versión de 1935 (¿un homenaje desafortunado?), todo comienza en la estación del ferrocarril de Moscú, con una nube de vapor exhalada por la locomotora, pero con la diferencia de que cuando se disipa ese velo no surge ya el rostro de esfinge de Garbo sino el de porcelana de Mme. Marceau, lo que puede provocar si no el recuerdo, la comparación, la decepción. No es el caso para el nuevo Conde Vronsky, interpretado por Sean Bean (el terrorista de Juego de patriotas) que, una vez más, ya no podrá vivir sin su Karenina. Después de un baile fugaz entre ambos, la voz en off de Levin informa que "esos instantes habían conmovido a Anna como una luz embriagadora", pero el director se olvida precisamente de mostrar de qué manera nace esa pasión. De allí en más, la película toda parece recorrer la novela en fast forward: uno sufre, otra llora, alguien cae de un caballo, un marido sospecha, la sociedad comenta, Anna se inmola ... Nada ni nadie parece tener un valor específico dentro de la narración, en la que se suceden nacimientos, romances y muertes con la misma caprichosa indiferencia con que los actores alternan en su lenguaje el ruso y el inglés. Pero no hay por qué ensañarse con la película. Como señala el propio Tolstoi en el epígrafe de su novela, aludiendo a un juicio superior: "A mí me corresponde vengar y sólo yo castigaré".

 

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