Los que esperábamos que del campeonato mundial de fútbol de Francia derivara una gran verdad reveladora hemos sido recompensados, porque a la vista del juego exhibido, y del tráfico de jugadores que va a venir a continuación, llegamos a la conclusión de que Nietzsche tenía razón: hay pueblos que nacen para exportar jugadores de fútbol y otros para importarlos. También Nietzsche nos sirve para juzgar la inevitada deificación de Ronaldo: Pero nosotros te esperábamos todas las mañanas, tomábamos de ti lo que te sobraba y te bendecíamos con gratitud (de Así hablaba Zaratustra). El fútbol africano y asiático no ha estado a la altura de lo esperado, salvo en el caso de Nigeria, pero jugadores africanos, asiáticos y antillanos han servido de injertos vivificadores del fútbol europeo, especialmente de las selecciones de Holanda y Francia que son las que mejor han jugado. Brasil hace años que es el prototipo de una selección multirracial, lógica consecuencia de un país multirracial, pero esta vez ha querido jugar desde la usura del talento, como Italia, que trató de disimular que sabía jugar bien al fútbol y lo consiguió. Que jugadores de origen bereber o antillano como Zidane y Thuram hayan marcado la diferencia de la selección francesa debe haber provocado una cirrosis hepática en Mr. Le Pen, necesariamente alarmado porque este mundial parece haber sido organizado por la ONG SOS Racismo y no por la FIFA. Además, el día en que equipos como Camerún, Arabia Saudita, República Sudafricana, Irán, Marruecos descubran que jugar al fútbol no quiere decir sólo marear la pelota y exhibir ciertas habilidades corporales y tácticas, la correlación de fuerzas entre el Norte y el Sur dentro del fútbol mundial se decantará hacia el sur o hacia un definitivo mestizaje épico, anuncio de un inevitable mestizaje económico, político y social. O lo consigue el fútbol o nadie, porque se ha comprobado su voluntad de religión mediática ecuménica hegemónica, en abierta competencia con el ecumenismo católico, el de la Coca Cola y el de la cadena McDonald's. Sólo el ridículo papel desempeñado por la selección de Estados Unidos puede impedir que, a manera de quinta columna, el fútbol penetre en USA como un dios sobre las espaldas mojadas de los inmigrantes que atraviesan el Río Grande. También se esperaba el campeonato mundial de Francia como la dramaturgia de un fútbol creador protegido por la FIFA y los árbitros, pero a la hora de la verdad los árbitros, conscientes de que en aquel momento eran carne mediática para toda la aldea global, han exhibido tarjetas amarillas y rojas según un criterio más teatral que futbolístico. Las tarjetas recibidas por Kluivert, al comienzo, o por Le Blanc, al final, son una prueba. Hay que ser comprensivos. Jamás volverán los árbitros a tener a tanta gente pendiente de su histrionía y el fútbol suele ser muy piadoso con los errores arbitrales, hasta el punto de regalarles el beneficio del olvido. Pero si se quieren sacar consecuencias filosóficas de las normas de juego ensayadas necesitaremos de la casuística: cada árbitro en un caso clínico singular, un loco aislado, amenazado por miles de personas y como todo paranoico se vuelve peligroso cuando lo persiguen de verdad. Observe el agudo lector que selecciones que han dejado frustrados a sus seguidores como España, Italia, Alemania o Argentina no han seguido la política de incorporación multirracial de futbolistas y si esa actitud era de esperar en Alemania, convencida de que con once jugadores de dos metros de altura y el Deutchland uber alles... en los graderíos era invencible, no tiene justificación alguna en España, Italia o Argentina, pueblos de aluvión y exportadores de emigrantes donde los haya. O multirracialismo o muerte. Problema a solucionar cambiando leyes de extranjería o montando laboratorios de ingeniería genética en los sótanos de las federaciones de fútbol afectadas. |