Ya era diputado, ya arrastraba años de un cáncer que literalmente lo tumbaba de dolor, para el que a veces le medicaban morfina pura y que lo sometió a una veintena de operaciones. Su decisión fue hacer la vida más parecida posible a la de siempre: trabajar en el sindicato, ir a la Cámara. Estaba formando una agrupación política, integrada por dos grupos preexistentes, Germán era el jefe de uno. Uno de los suyos hizo alguna macana, estaba fuertemente cuestionado por la gente de la otra banda, que le exigió una reunión y ahí fue. A ver si se entiende,estaban él, una figura de primer nivel con un conjunto de militantes, punteros, dirigentes de --bastante-- menor rango, que querían retarlo, presionarlo, seguramente sacarle alguna ventaja. Otros querrían romper la agrupación (las izquierdas son como las células, propenden a la división infinita). En un local sórdido e ignoto, él perseguía ese viejo sueño, "preservar la unidad" de los buenos, sumar. La reunión, es usual, era nocturna e interminable. Todos hablaban para hacerse oír, para oírse, para hacerse valer, para presionar. Muchos doblaban la apuesta, criticaban de más, patoteaban. El escuchaba un discurso tras otro, sonreía o reía, tiraba alguna chicanita pero básicamente oía. No podía tenerse en la silla, le dolía todo y seguía ahí escuchando rollos pobres, exagerados, hincha pelotas. Podría haber dicho "Muchachos, soy un ser humano, esto me excede, me duele todo, abreviemos". Podría haber dicho (seguramente con palabras más sutiles) "Compañeros: soy Germán Abdala, soy de primera, diputado, tengo bastante poder, ustedes son perejiles, midamos quién la tiene más larga y cortémosla". No hizo ninguna de las dos cosas. Dejó hablar y luego habló, discutió, chicaneó y sedujo a cada uno. Obtuvo un armisticio, lo que en esas condiciones es mejor que una victoria aplastante y se fue muy tarde cuando cualquiera estaba cansado y destruido. Yo era uno de los de la otra banda, lo quería y lo respetaba de mucho antes. Esa noche, una de las últimas que lo vi, lo admiré.
La diferencia entre "política con mayúsculas" y "política con minúsculas" sirve para saldar discusiones o para editorialistas perezosos. En el mundo real, lo mayúsculo y lo minúsculo conviven o, mejor dicho, a menudo no son diferenciables. Hay anécdotas más conocidas de Germán Abdala, como cuando se sancionó una ley que promovió (convenciones colectivas para trabajadores del Estado). Fue al recinto, en silla de ruedas, y toda la Cámara de Diputados se puso de pie y lo ovacionó. O cien frases fenomenales. Pero mi recuerdo menor lo pinta bien. Sin resignar principios, ni pertenencias y sin hacerle asco a la tarea menuda, invisible, esa que desdeñan los moralistas a la violeta, que nunca hicieron política: juntar, convencer, armar roscas, negociar. Saber que no hay aliados chicos, que perder a uno es grave. Tender puentes. Cómo tendía puentes Germán. El era uno, entre lo político y lo sindical, entre el peronismo y la izquierda. Un laburante que respetaba a los intelectuales y que había leído (y entendido) mucho más que la mayoría de ellos. Permanente lanzador de consignas, tenía algunas que no dejaba nunca de decir. Entre ellas "hay que vivir como se habla" que solía postular al revés fustigando a "los que no viven como hablan". Nadie podrá colgarle ese sambenito: el Turco Abdala vivió, sufrió y murió, hace hoy cinco años, como hablaba. Y cómo le gustaba vivir, disfrutaba el fútbol, el mate, la buena comida. Siempre estuvo del lado de los trabajadores, de los "negros" (así hablaba él, un morocho de barrio que no se sentía obligado a ser siempre políticamente correcto) de los marginales, de los desaparecidos. Pero siempre con la sabiduría populista de poner buena onda y alegría, de no transformar los principios en un escollo para la calidad de vida de los interlocutores. Ser peronista de izquierda ha sido siempre un enigma, un desafío, para muchos un sin sentido o una contradicción en los términos, un oxímoron. Puede discutirse si tuvo sentido intentar tirar de la oreja al elefante para llevarlo por caminos más deseables. Puede discutirse que esa alquimia sea deseable, viable o meramente posible. Puede discutirse, en general, en abstracto, a futuro, a pasado. Lo cierto es que Germán fue inequívocamente un peronista de izquierda desde que nació, en el '55 y lo siguió siendo cuando rompió con el PJ tras el indulto de Menem. Fue un peruca de ley, un cuadro de primera, un hombre valiente. Y también un tipo de barrio al que le encantaba reír y hacer reír. La risa de Germán es tan inolvidable como su ejemplo militante. O, para ser más preciso, forma parte de él.
Germán Abdala nació en 1955 y murió el 13 de julio de 1993. Fue Secretario General de la seccional Capital de la Asociación de Trabajadores del Estado (ATE) y elegido diputado nacional por el PJ Capital en 1989. Integró el "Grupo de los 8 diputados" y renunció a su afiliación y los cargos partidarios del PJ en 1990, cuando Carlos Menem sancionó los indultos. Hoy a las 16 horas se lo homenajea en el Salón de Pasos Perdidos del Congreso.
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