En su notable Rapsodia en agosto, el maestro
japonés Akira Kurosawa cuenta la historia de cómo unos chicos japoneses procuran
enterarse de la verdad sobre el holocausto nuclear durante unas vacaciones en la casa de
su abuela, una sobreviviente. La cámara del anciano cineasta describe con sencillez de
qué forma la generación del medio, la de los japoneses que hoy tienen entre 40 y 60
años, ha olvidado el pasado, en un gesto acaso inconsciente. La abuela, que perdió a su
marido cuando las bombas estadounidenses arrasaron con Nagasaki e Hiroshima, es el último
eslabón posible para calmar la sed de saber de esos niños que van dejando atrás la edad
de la inocencia. Una parte de la acción es vista por los ojos de un occidental --el
personaje de Richard Gere-- que ni queriendo puede asomarse del todo a los sobreentendidos
entre representantes de tres generaciones japonesas. Mulan, la nueva descarga de la
factoría otrora reaccionaria de Walt Disney, cuenta también una historia oriental, en
este caso basada en una leyenda popular, para un público casi necesariamente occidental.
La protagonista es una adolescente que, obligada por las circunstancias de la historia,
decide tomar las armas, vistiéndose de varón. Lo hace para defender a su padre, para
defender el honor de su familia y por su patria, que ha sido invadida por una fuerza
brutal. La lucha de Mulan será también una lucha contra la tradición: fracasará como
casamentera, le contestará a su padre hasta hacerlo enojar, hablará antes que los
varones cuando eso está prohibido por la costumbre. El personaje, como el de Pocahontas,
tiene bien poco que ver con los estereotipos de las niñas Disney de otrora y, pese al
previsible final amoroso, condensa una serie de latencias hace un tiempo difíciles de
imaginar en una película para niños. Desde el momento en que se tatúa un brazo (aunque
luego quede claro que se trata de un machete) hasta aquel en que toma las armas de su
padre, Mulan se comporta como una chica dura de los 90. Ni qué hablar de cuando se
varoniza en la actitud, tras descubrir la previsibilidad tosca de los hombres, o de cuando
vestida de muchacho se descubre atraída por el capitán de su batallón, que se las ve en
figurillas para darse cuenta de lo que siente, en un toque que en EE.UU. debe indignar a
los intolerantes. Vistas desde las antípodas, ambas historias orientales adquieren
resonancias inquietantes y saludables. Aquella abuela que casi no puede con el viento,
pero se carga la historia en las espaldas remite en la Argentina a Abuelas y Madres. Esta
hija que sale al mundo a combatir a las fuerzas de las sombras, por sus padres, por su
patria, por su honor, remite a H.I.J.O.S.
|