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Por Patricia Chaina "Uso mi vida para pensar y tengo poco tiempo para hacer todo lo que quiero. Ahora he decidido hacer un libro de cada una de mis películas importantes. Hay una serie de treinta. Serán, grandes, ilustrados y con una DVD --sistema de Digital Video Disc--, un libro multimedia para colegios y bibliotecas, por eso también estoy reeditanto algunos films", cuenta Jorge Prelorán, pionero del documentalismo en la Argentina. Se jubiló el año pasado como profesor en la Universidad de California --reside desde hace veintidós años en los EE.UU.-- y pasa 13 horas diarias en su casa, frente a la computadora, elaborando este "recuento de mi vida. Hice 60 películas, viviendo, indagando, aprendiendo, y con la conciencia de que, al hacerlas, iba tratar de educar a mis congéneres, porque si no hacés algo para tu civilización, ¿para qué estás en el mundo? Todos tenemos que hacer algo con los talentos que nos dieron. Por eso fui profesor", explica, en charla con Página/12. Su breve estadía en Buenos Aires responde a una de sus pasiones manifiestas: elevar el nivel cultural de la gente, ya que el lunes pasado, Patagonia, en busca de un pasado remoto --su último documental-- obtuvo dos premios FUND TV, por su aporte educativo a la televisión (ver recuadro). --¿Cree que esto estimulará una tendencia educativa en la televisión? --Tratan de levantar el nivel cultural. Es positivo porque los programas son muy frívolos. Me da pena la frivolidad de la TV argentina. Vengo de una TV que usa el tiempo cuidadosamente. Acá disponen una tarde sin otro interés que ganar premios, como el viajes de egresados: excitación superficial. No hay una concepción del uso del tiempo para algo madurado. En otros países se utiliza media hora para eso, y bien hecha. Cuando empezó la TV en Europa, deportes, documentales, trama, programas cómicos se armaban sobre la idea de educar integralmente y con apoyo gubernamental. La competencia cambió esto. Habría que revertirlo. Pero quizá pido demasiado, porque si la televisión es sólo un comercio, no se habla más. --¿Qué posibilidades habría entonces para trabajos como los suyos? --El problema es que la televisión puede educar. Podemos esperar que lo usen en las aulas, utilizando la imagen y el sonido junto al profesor que complemente. Es lo que podemos hacer los educadores ante lo burdo de la TV que da pautas culturales a las que el pueblo sigue. Pero el común denominador es el más bajo: una TV para chicos de 10 años, y excepto canales como Discovery, es puro entretenimiento y del más bajo nivel.
--¿Qué balance hace hoy de su trabajo como cineasta? --Lo más interesante de mi vida es que, al indagar profundamente en la naturaleza humana, en la comedia humana, y hacer películas sobre individuos en lugares distintos, lo que cuenta es cómo el hombre sobrevive en esa zonas. Uno aprende de la humanidad de una forma que no se aprende en los libros; mi vida ha sido privilegiada en ese sentido.
--¿Cómo encontró ese estilo, hoy ya un clásico en el documentalismo? --Soy un solitario empedernido y hacer documentales me permitía trabajar solo. Empecé con historias de personas o familias con quienes me sentía bien, sin posturas. Hice 6 películas por año. Tomaba anfetaminas (año '73, recién habían salido, eran para adelgazar). Por 5 años las tomé y era una máquina de trabajar. Cuando largué, porque me di cuenta de que era una droga, estuve seis meses como un vegetal. Pero al principio hice películas para mí, después cortos sobre folklore. Y con Hermójenes Cayo encontré un estilo. Grabé al personaje primero, y a lo largo de un año o dos, lo seguí y filmé poco. Así la película muestra un ciclo de vida, sus pensamientos más profundos, de manera compleja e interesante. Hice 12 documentales largos, ésas son las pelis que valen; lo demás fue un aprendizaje. Tienen el valor de haber aprendido con ellas.
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