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OPINION

CABEZA DE TURCO

Por James Neilson

t.gif (67 bytes)  Imaginemos que la Argentina es tal como la describen Transparencia Internacional, la Alianza y muchísimos organismos más, un país fabulosamente corrupto en el que bandas de poderosos se han embolsado miles de millones de dólares. E imaginemos que Carlos Menem, el jefe indiscutido de los poderosos, tiene razón cuando dice que sus adversarios quieren meterlo en la cárcel. De ser correctas estas dos premisas, antes de terminar el año, el presidente bien podría ser Carlos Ruckauf, siempre y cuando el hombre invisible lograra sobrevivir a la derrota del menemismo que, a esta altura, parece inminente.

Hay países en los cuales un presidente constitucional estaría en condiciones de seguir desempeñando sus funciones durante años aunque nadie soñaría con prestarle su sufragio, pero sorprendería que la Argentina resultara ser uno de ellos. Además, la caída de las acciones menemistas luego de que alcanzaron su pico se ha debido no sólo a las deficiencias de la gestión del Gobierno sino también a la convicción generalizada de que muchos oficialistas han aprovechado la coyuntura para adquirir un patrimonio personal espléndido. Así, pues, Menem no puede elegir el camino que es habitual en las circunstancias en las que se encuentra, el de resignarse filosóficamente a su pérdida de popularidad para limitarse a cumplir un papel decorativo. Sin, por lo menos, la ilusión de poder real no le sería dado mantener a raya a quienes ya se han cansado de tratar a la corrupción como una metáfora pintoresca, no como un conjunto de delitos que es forzoso castigar con la máxima severidad permitida por la ley.

Las "consultas" populares que están urdiéndose amenazan con ser traumáticas para Menem. Si sólo lo apoya una pequeña minoría, los hiperpragmáticos del movimiento peronista, del radicalismo provincial, del Poder Judicial y del establishment económico no tardarán un instante en ajustarse a la nueva realidad: con miras a dar más lustre a sus credenciales éticas, se sumarán con regocijo a las huestes antimenemistas, dejando a Menem aislado e impotente frente a una multitud de individuos deseosos de subrayar su propia rectitud cargando las tintas contra el dirigente que simboliza la época que pronto terminará. En política, la "lealtad" escasea; lo que cuenta es el interés personal. De ser muchos los que creen que les convendría sacrificar al Jefe, lo harán con la misma soltura que mostraron tantos "amigos del Proceso" cuando abandonaron a los generales a su suerte por entender que la dictadura militar no tenía futuro.



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