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La Argentina, ese extraño país que busca justicia

Era raro condenar a un dictador, y es raro encarcelarlo otra vez tras la condena y el perdón. Qué pasa aquí y en el mundo.

Por Martín Granovsky

t.gif (862 bytes) Con la preventiva para Jorge Rafael Videla, la Argentina se convirtió en un caso mundial único: la Justicia insiste en condenar, aunque ahora por un delito distinto, a un ex dictador sentenciado a perpetua y perdonado por el Poder Ejecutivo.

"En México, antes del temblor, se sentía una especie de protesta de la tierra", cuenta Laura Bonaparte, madre de Plaza de Mayo y buena conocedora del costado internacional de los derechos humanos. "Como un ronquido sordo. Se ponía todo rojo y después aparecía el temblor. Yo siento que en el país pasa lo mismo. Veo satisfacción por el apresamiento de Videla. El poderoso, el que se quiso parecer a Dios, tiene su justo castigo aquí en la tierra. Los organismos de derechos humanos hicimos punta, pero si no hubiera sido por ese sentimiento de que quien tiene todo el poder cae, no hubiera pasado nada."

En el resto de América latina las cosas han sido distintas. El modelo puede ser el de la guerra civil que termina en pacto. Es el caso de El Salvador, donde los jefes de los escuadrones de la muerte no terminaron presos porque alcanzaron el gobierno y terminaron conviviendo en el mismo sistema político con los antiguos guerrilleros.

Hay otro caso posible en Guatemala. Se trata de la matanza más tremenda y sistemática de América latina. También allí un pacto impidió el juzgamiento de los asesinos.

Chile debería ser, para la Argentina, un caso similar. No lo fue. Augusto Pinochet debió resignar el gobierno tras 17 años de dictadura, pero consiguió administrar la salida. Primero, Chile optó más por la verdad que por la justicia. La Comisión Rettig, también llamada comisión de la verdad, fue una suerte de Conadep a la chilena. Pero luego no existió el equivalente chileno del juicio a los comandantes de 1985. Y luego, además, la salida administrada de Pinochet incluyó hasta una Constitución difícil de reformar y un futuro, del que ahora disfruta, como senador vitalicio.

En Uruguay, el gobierno plebiscitó su idea de que no debía perseguirse penalmente a los dictadores. Y triunfó.

Brasil ni discutió el pasado. Sencillamente, no fue condenado ningún antiguo tirano, ningún torturador. Más aún: en Brasil hasta la verdad quedó renga, y lo mismo en Paraguay.

Fuera del continente, España decidió no perseguir a sus dictadores, o a los hombres de Francisco Franco, Caudillo de España por la Gracia de Dios. Sólo Grecia ofreció un ejemplo de juzgamiento. Condenó a los coroneles golpistas de 1967.

Por buscar en una época más reciente, una segunda generación de cambios hacia regímenes políticos diferentes, los países de Europa del Este decretaron el olvido. El ejemplo de Erich Honnecker, el ex jefe del régimen de Alemania oriental extraditado de Chile para su juzgamiento en la Alemania unificada, es una excepción a la regla.

La presión social de la Argentina, que en casos como el de Videla llega a la persecución penal, tiene algún parecido sólo en los crímenes del Holocausto. Por ellos, Alemania aún acusa a los criminales nazis, Francia condena a Maurice Papon e Italia juzga a Erich Priebke.

Es posible que la Argentina viva un cruce de fenómenos:

* Un régimen militar que termina desquiciado por una guerra perdida.

* La decisión de un gobierno civil, el de Raúl Alfonsín, de resumir un sentimiento antigolpista después de más de medio siglo de militarismo.

* La sensibilidad mundial ante los crímenes argentinos, muy pronto comparados a los crímenes nazis.

* La reapertura de procesos en otros países en simultáneo con los cambios en el Derecho Internacional, que cada vez más llevan a que los crímenes de lesa humanidad no puedan escudarse en la frontera como límite. Laura Bonaparte agrega otro factor: "Cierto desorden en las relaciones entre algunos jueces y el Poder Ejecutivo". Y aporta una frase que para ella, que además es psicoanalista y trabaja con chicos de la calle en Avellaneda, recoge la idea que tiene la gente: "¿Vio, doctora? Al final se pudo". Dice Bonaparte que es "una tercera persona indefinida, como que el deseo pudo". Y acaso ésa sea, también, otra particularidad nacional.

 

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