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Las masas con receta exclusiva, el vermouth a cualquier hora, el té de las señoras a las cinco de la tarde. La esquina de Rivadavia y Medrano, en el barrio de Almagro, perdió los ingredientes de su encanto. Y Buenos Aires se quedó sin otro --uno de los últimos-- de sus cafés tradicionales. Las Violetas no pudo evitar la debacle en la que quedaron envueltos los locales con más historia de la ciudad. El lugar, ya vaciado, fue tomado ayer por los alrededor de cincuenta (ahora ex) empleados de la confitería, quienes se declararon en asamblea permanente para reclamar las indemnizaciones. Las Violetas fue abierto el 21 de setiembre de 1884 y a su inauguración asistió Carlos Pellegrini, que por ese entonces era ministro. El edificio actual, con las columnas majestuosas y los vitraux palaciegos, datan de los años 20, cuando el local hasta tenía una orquesta para matizar las noches. Un año atrás, uno de los socios del local había anunciado a Página/12 que el negocio no podría sobrevivir si no era con algún tipo de ayuda. Nada de subsidios, aclaraba: sólo pedía un plan de salvataje, una moratoria, para sobrellevar la crisis. Todo indica que no hubo nada de ello desde entonces y el 1º de julio pasado se bajaron las persianas, definitivas. Aunque la novedad recién se conoció ayer, a raíz de las protestas del personal. Manuel Pazos, el hombre que pronosticaba el derrumbe, estuvo inhallable ayer. "El sábado pasado se fue a España", especuló uno de los trabajadores sumados a la asamblea, que trinaban a los bombazos limpios en la vereda de la avenida Rivadavia. "Nos mandaron el telegrama el 30 del mes pasado diciendo que nos despedían porque la empresa tenía problemas financieros", relató otros de los mozos devenidos en bombistas. Según la queja del personal, la firma les había ofrecido "solamente un 20 por ciento de lo que nos corresponde". De acuerdo con el anuncio formal que la empresa concretó a sus empleados, el local está cerrado "por balance". "Pero nosotros sabemos que eso es mentira. Si ya se llevaron todo lo que había adentro", refutaban a coro los flamantes desocupados del gremio gastronómico. Las Violetas se sumó a la nostalgia luego de una serie de cierres de lugares tradicionales. O remodelaciones viradas al estilo modernoso, que para el caso es lo mismo. El último anuncio en ese sentido fue el que puso el alerta sobre el Homero Manzi, en San Juan y Boedo. Pero la Junta de Estudios Históricos de Boedo puso el hombro y ahora ya existe un proyecto, elaborado a la par de los nuevos dueños, para rescatarlo de la eventual transformación en un bar clonado, de esos que abundan desde hace unos años en la ciudad: todos iguales, con muchos televisores y con el apuro siempre pendiente. Con la Confitería Del Molino cerrada y La Paz reciclado, Las Violetas era uno de los últimos lugares con personalidad propia. Los dueños habían alertado lo que finalmente ocurrió con un diagnóstico socio-gastronómico: los porteños se quejan por el cierre de sus bares y cafés tradicionales, pero no ayudan a evitarlo con su presencia.
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