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El director técnico del seleccionado brasileño de fútbol, Mario Zagallo, afirmó ayer que la principal causa de la derrota de su equipo en la final del Mundial de Francia `98 ante el conjunto local por 3-0 fue la extraña convulsión sufrida por el delantero Ronaldo, que envolvió al plantel en un estado de incertidumbre y tristeza. "No tengo ninguna duda de que ésa fue la causa principal", dijo Zagallo, a bordo del avión que trasladó al seleccionado desde Brasilia --donde al regreso de Francia fue recibida por el jefe de Estado, Fernando Henrique Cardoso-- hasta Río de Janeiro. Una vez en el aeropuerto, a Ronaldo se lo vio descender por la escalerilla del avión con paso tembloroso, cargando una bolso sobre sus hombros. El problema sufrido por el jugador del Inter ha provocado un debate nacional en el que algunos afirman que el goleador no debió jugar y otros temen por su vida. Ronaldo padeció una crisis convulsiva durante 40 segundos, horas antes de la final, y estuvo a punto de tragarse la lengua de no ser por la acción de su compañero César Sampaio quien, alarmado por los gritos en petición de auxilio de Roberto Carlos, acudió junto con Edmundo y Leonardo a la habitación del delantero para socorrerlo. Luego de unos minutos, Ronaldo no se acordaba de nada, pero se quejó de dolores "por todo el cuerpo". El médico de la delegación, Lidio Toledo, lo llevó a una clínica donde el jugador se sometió a exámenes cardiológicos y neurológicos, que no revelaron anormalidades. Ronaldo llegó al Stade de France una hora antes de comenzar el partido. En ese momento, Mario Zagallo reconsideró su decisión de prescindir del joven delantero. Varios jugadores, encabezados por el capitán Dunga, protestaron por la resolución del técnico; en tanto que otros, liderados por Leonardo, la apoyaron, por considerar que la presencia de Ronaldo podría definir el partido en cualquier momento. Las críticas de los medios brasileños con respecto a esta historia son despiadadas. Por estas horas, el doctor Toledo es el personaje más desprestigiado en Brasil, a raíz de sus polémicas valoraciones que comprometieron la actuación de Ronaldo, Romario, Flavio Conceicao y Marcio Santos en el Mundial de Francia. Varios especialistas consultados por la prensa brasileña han declarado que es arriesgado adelantar si el jugador sufre de epilepsia, pero aclaran que la presión difícilmente puede causar convulsiones en una persona con una salud perfecta, como era el caso de Ronaldo. Todos los facultativos han coincidido en que, independientemente de la causa de la convulsión, el médico cometió un error grave al autorizar a Ronaldo para que jugara la final. "Aunque sea el mejor atleta del mundo, ésta sería una actitud del peor médico del mundo. Lo recomendable era el reposo. Y si la convulsión fue causada por el estrés, él (Ronaldo) pudo sufrir una crisis convulsiva en el terreno de juego", señaló uno de los especialistas. Contrariamente a las declaraciones de Zagallo y una vez arribados a su país, algunos jugadores expresaron que se sintieron "emocionalmente mal por lo sucedido a Ronaldo" en el momento de enfrentar a Francia, pero que no es un justificativo por la derrota sufrida. El presidente brasileño --luego de recibir a los 22 miembros de la delegación encabezada por Zagallo-- remarcó que le hubiera gustado recibir a la selección como campeona. Cardoso condecoró al entrenador y a los jugadores del equipo con la medalla de la Orden Nacional al Mérito. Al mismo tiempo, Ronaldo y Dunga le entregaron al primer mandatario sus camisetas autografiadas por todos los futbolistas. Luego del protocolo, los jugadores viajaron hacia Río de Janeiro, unos, y hacia San Pablo, otros. Ronaldo se despidió en un helicóptero con destino a Angra dos Reis, donde descansará durante dos semanas.
Qué son los locales Consuetudinario inquilino, el cronista está siempre atento a ciertas cosas. Advierte, por ejemplo, que los locales, en el fútbol, están siempre en alquiler. Nadie te vende el local; es decir: la única propietaria es la FIFA, que no te vende la localía, te la presta. Y el local hay que saberlo usar, aprovecharlo bien. Acondicionar las instalaciones, cuidar la recepción, pero sobre todo reservarse espacios y prerrogativas más o menos sutiles. Argentina usó bien --demasiado, sospechosamente bien-- su local en el '78; antes, Inglaterra lo aprovechó hasta el borde de la legalidad en el '66 y también Alemania, ni hablar, en el '74. El local, la posibilidad de disponer del local donde se organiza la Copa del Mundo es una oportunidad única: de los pretendidos grandes, en las últimas décadas España 82 e Italia 90, estrepitosamente, hicieron doblemente sapo por ser locales, humillados en casa (alquilada). Pero estos franceses --siente el cronista mientras discurre por los embanderados Champs Elysées-- han sido más locales que nadie. Han hecho tal demostración de fervor colectivo y convicción de grandeza que el ritual del 14 de julio los encuentra sin necesidad de salir a la calle: ya estaban desde hace dos días. La organización fue tal que el triunfo deportivo incluso pareció programado: escribieron el guión de una película de aventuras con mucho suspenso de suspensiones, pero consabido final feliz y la filmaron con todos los chiches. Fue un éxito, y todo el mundo compró. Ver cómo se desliza la baba por el mentón de Chirac, observar el cambalache entreverado de los palcos en que se mezclan y manosean discepolianamente todo tipo de personajes bajo la consigna de Allez les bleus y la sonrisa de ojos entrecerrados de Zidane le produce, al cronista, mientras disfruta viendo disfrutar a la gente, una extraña sensación de desasosiego. Y la razón es clara: semejante desborde de exaltación nacionalista no soportaría (mutatis mutandi) un traslado a su contexto patrio sin provocarle arcadas. Es que debe haber, piensa, formas de ser local. Tal vez se deba a que los viejos y modernos imperios son (se sienten) locales siempre: ellos no desafían, no necesitan pegar codazos ni putear a la vereda de enfrente para inaugurar la propia. La lengua, la historia, la economía, la cultura y la política los han colocado siempre en el lugar del propietario, el antiguo dueño. Parece que ellos nunca hubieran alquilado, como uno, piensa el cronista. El mundo en cierto modo les pertenece y aunque suelen conceder espacio (casi siempre por la fuerza) para que se instalen los otros, no dejan nunca de sentir que estaban antes. Claro que cuando se entra en el campo del deporte es otra cosa; y el fútbol, ni hablar. Es un lugar de poder, simbólico pero poder al fin, que suele serles extraño. Por eso, cuando les toca, lo asumen con la euforia en el fondo serena del que no hace sino encontrar su lugar "natural". El cronista se saca una bandera roja blanca y azul con la que un niñito en hombros paternos le ha tapado los ojos y por un momento cree darse cuenta de en qué consiste la diferencia entre esta localía que se permite todos los patéticos chauvinismos y la misma euforia patriotera en otras conocidas y desconocidas latitudes. Tal vez sea, piensa, en que la pelotita que rueda sobre el césped, aquí, no corre tras un "necesario destino de grandeza", no (mal) encarna la ilusión de una comunidad maltratada por la historia. No. Acá, los siempre locales que ocasionalmente alquilan tienen el destino de grandeza --y la grandeza en sí-- a sus cargadas espaldas. El fútbol no es para ellos una cuestión de dignidad nacional o una manera de ponerlos en el mapa sino un adorno más, un perfume --acaso demasiado violento para su estilo-- que se pone la vieja dama indigna frente al espejo en que se mira desde hace siglos. Y sonríe.
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