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Por Hilda Cabrera La multiplicidad de personajes que imaginó el inglés Lewis Carroll para su Alicia en el País de las Maravillas le cae bien al coreógrafo Alejandro Cervera, porque le permite profundizar en lo diverso y lo ecléctico. "La anécdota es el sueño de Alicia. Un sueño en el que los personajes no son buenos ni malos. Unos están cerca de ella y otros enfrentados, unos son seductores y otros violentos. Esto conduce a situaciones paradojales", reflexiona Cervera en charla con Página/12, a propósito del estreno en la Sala Martín Coronado del San Martín de Alicia.... Interpreta el Ballet Contemporáneo, y el actor Roberto Carnaghi oficia de Relator. Músico, bailarín y ex integrante del triunvirato que condujo al Ballet en 1986 y '87, Cervera dirige además Circo Stravinsky, que el Ballet Juvenil ofrece gratuitamente en el hall del Teatro. Uno y otro trabajo podrán verse de martes a domingo en las vacaciones de invierno. La coreografía inspirada en el relato de Carroll no es nueva. Cervera realizó un montaje en 1994 con el Ballet del Sur, en Bahía Blanca, que dirigió durante cinco años y para el cual organizó el programa "Con los chicos al Ballet". Antes puso en escena Coppelia, una creación de 1979 propia y de Ana María Stekelman. Cervera profundiza en la relación música-movimiento, "encarando el ballet desde el movimiento y no tanto desde lo gestual". En Alicia... enfrenta el riesgo de transcribir la fantasía y el humor de una historia que el autor cuenta invirtiendo el orden lógico del lenguaje y utilizando el mecanismo de las palabras-valija. --¿La coreografía que parte de un texto es necesariamente "narrativa"? --Pensé la obra como un conjunto de escenas algo cerradas, como capítulos que convergen en un juicio en el que lo que se pregunta parece una tontera: ¿quién robó las tortas de la reina? Alicia cae en ese juicio y debe atestiguar, pero también puede rebelarse contra esos bicharracos que la acusan, "patear el tablero" y despertarse. --¿Qué coreógrafos le interesan? --Soy muy ecléctico. Me gustan mucho los trabajos de El Descueve, la producción de Ana María Stekelman y de Oscar Araiz. Ana Itelman fue maestra y amiga. Sigo el trabajo de los más jóvenes, de calidades diversas pero de intención renovadora. También me interesa lo clásico. Me conmueve ver esas largas filas de bailarinas que danzan al unísono... --¿Cómo encara un espectáculo destinado a niños? --La coreografía tiene que tener cierta velocidad, la obra no debe alargarse demasiado. En cuanto a entender y percibir no es muy diferente de los trabajos para el público adulto. Los chicos tienen una percepción asombrosa. La clave, creo, está en la intensidad y claridad con que los bailarines compongan sus personajes. No importa que éstos sean un ave o un naipe, un ratón o una reina. Eso produce una mística necesaria para que los intérpretes entiendan la propuesta del director. --¿Y qué pasa con los temas abstractos? ¿Cómo los resuelve? --Ante una platea de adultos se podría especular sobre la relatividad del tiempo: el capítulo de la merienda de locos ha sido objeto de profundos estudios, pero con los chicos es otra cosa. Para el espectáculo opté por decir que los personajes que aparecen allí están condenados a que siempre den las seis de la tarde, porque el Tiempo se enojó con el Sombrerero Loco que marcó mal los compases de una canción. --¿Cómo ve hoy y aquí a la coreografía? --Además de la falta de apoyo, creo que la danza contemporánea se vuelve a veces demasiado privada. Es difícil llegar al público con un arte que es por esencia reconcentrado. Es más difícil de vender que el teatro y el cine, incluso que las artes plásticas. La danza no sabe cómo insertarse. Es complicado hablar de esto, pero no tenemos cintura política. Yo puedo dar a conocer mis obras, pero ¿cuántos pueden hacerlo? Seguimos esperando que la administración de la Ciudad dé una respuesta a los reclamos de la cultura. Las autoridades tiraron líneas en cuanto a grandes eventos, pero en materia de teatros falta organización. Buenos Aires debería tener, además de los Ballets del San Martín, un espacio específico para la danza.
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