![]() |
![]() |
![]() |
![]() |
![]() |
![]() |
![]() |
![]() |
Entre los fugitivos del desastre se encontraba Jules Vallès, un periodista y escritor de barba y tupida cabellera al filo de los 40 de edad. Había sido jefe de un batallón de la Guardia Nacional que defendía París del asedio alemán y fue por eso condenado a muerte por el gobierno francés. O no tanto por eso: había dirigido Le Cri du Peuple (El grito del pueblo), el periódico socialista más importante de la Francia de entonces y vocero inflamado y riguroso de la insurgencia de los trabajadores; muchas de sus páginas se exponen en el museo. O no sólo por eso: la rebelión de los obreros parisinos en defensa de la patria daba carne y hueso al fantasma del comunismo que recorría Europa, según definió -otra vez-- Carlos Marx. La medida del pánico de las clases dirigentes francesas puede leerse en las cifras que arrojó la represión: 20.000 parisinos muertos, 38.000 detenidos y más de 7000 deportados. Vallès recorrió ocho años de exilio en Bélgica, Suiza e Inglaterra. Había sido de los últimos en deponer las armas. Desde adolescente se alzó contra una educación hogareña de dureza campesina y catolicismo tradicional. Tiene 16 años cuando la revolución de 1848 lo empuja a participar en clubes republicanos y manifestaciones estudiantiles con entusiasmos que embarazan al padre, docente en un establecimiento secundario de Nantes, quien lo interna tres meses en un manicomio. En 1851, Napoleón III voltea la república y establece el Segundo Imperio. Vallès se instala en París y comienza una vida periodístico-bohemia de comida escasa y hoteles baratos en la Rive Gauche, deudas constantes, cafés literarios y azarosas colaboraciones con medios a los que la censura imperial otorgaba corta vida. Escribe para oscuras revistas que duran semanas, apenas tres números a veces. Le pagan salteado, en ocasiones en especie, un sobretodo viejo, un par de zapatos. Entonces compone brindis para banquetes, o sonetos para bautizos, o trabaja en diccionarios a centavo por línea. Para el de Pierre Larousse propone un artículo en que afirma: "En el campo de batalla de Waterloo sólo pensábamos en los derrotados de los barrios obreros de París. Yo saludo, no a los héroes muertos, sino a los trabajadores vivos". Esa colaboración fue rechazada, pero el saludo de Vallès se concretó finalmente en la Comuna de París. La derrota no melló sus ideas. Amnistiado en 1880, regresa a la ciudad y vuelve a editar Le Cri du Peuple. Su socialismo es peculiar: más que de doctrina, se alimenta de ideas y sentimientos antiautoritarios y libertarios. Escribe Jacques Vingtras, una autobiografía novelada en tres tomos sobre cuyo estilo planean cada tanto los estrépitos de Eugenio Sue y de Paul Féval. A esas alturas habían encanecido su barba y cabellera, no su fervor revolucionario. Tenía 52 años cuando falleció en febrero de 1885. Había escrito:
"Quiero al pueblo y él, a cambio, me quiere un poco". Siguieron su cortejo
fúnebre, desde el Boulevard Saint-Mitchel hasta el cementerio de Père Lachaise, unas
300.000 personas que lo querían "un poco". Entre ellas, el joven escritor
Maurice Barrès, constructor -con Charles Maurras-- del acérrimo nacionalismo de
derecha que ahora asoma groseramente en Le Pen. Por entonces Barrès leía a Vallès todos
los días y pensaba que era uno de los maestros de la prosa francesa. |