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Por Raúl Kollmann ![]() La masiva asistencia, a las 9.30 de un día laborable, sorprendió a casi todos. No hubo columnas, ni micros, ni pancartas. Las diez mil personas llegaron por sus propios medios, sin organización alguna. Muchas lágrimas en los rostros cuando se nombraron, una por una, a las 86 víctimas del atentado, se encendieron 86 velas y, sobre todo, cuando Rosa Barreiro leyó un dramático poema sobre su hijo de 5 años que murió en el atentado. Frente al pequeño palco había algunas figuras políticas, casi todas de la oposición: el jefe del gobierno porteño, Fernando de la Rúa, los diputados frepasistas Darío Alessandro, Nilda Garré y Rafael Flores y el senador radical Leopoldo Moreau. Tras los abucheos del año pasado, los hombres del justicialismo estuvieron ausentes. Sólo llegó un representante de Palito Ortega, Gabriel Martín, que distribuyó un comunicado: "Si yo hubiera estado en lugar de los familiares --señala el hombre de Ortega-, hubiera reclamado al Presidente y sus ministros, pero personalmente creo que quienes se han burlado son Piotti (ex secretario de Seguridad bonaerense), Klodczyk (ex jefe de la Policía) y el propio Duhalde". Como anticipó Página/12, los principales dirigentes de la AMIA y la DAIA no quisieron exponerse a hablar en el acto ante la posibilidad de una silbatina. Por esa razón, habló el muy poco conocido vicepresidente de la DAIA, Héctor Rozemblat, una de las personas que estaban dentro del edificio en el momento de la explosión, pero que logró sobrevivir. Rozemblat leyó una especie de comunicado conjunto de las instituciones que pareció más bien una defensa de la gestión de los dirigentes: "La AMIA y la DAIA han luchado desde el primer momento exigiendo justicia, debiendo encarar una situación sin precedentes, enfrentando una lucha compleja, plagada de riesgos, en muchos momentos desgarradora. Esta tarea ha sido desplegada en el ámbito de un Estado con graves deficiencias estructurales, con entorpecimientos por negligencia o premeditación, que afectaron la investigación. Esto fue denunciado aquí y en el exterior". Más vehemente fue Sofía Guterman: "Luchamos y lucharemos para que el mayor crimen colectivo perpetrado en nuestro país sea resuelto por la Justicia, caiga quien caiga, sea poderoso, uniformado o protegido por la impunidad. Porque hoy, los únicos que descansan en paz son los terroristas, la conexión local y los mal nacidos que los amparan". Uno de los ejes de la polémica en la comunidad judía es el juez Juan José Galeano. Rubén Beraja volvió a respaldarlo: "Tengo confianza en el trabajo del juez, yo creo en la honestidad y seriedad de su labor". Algo más distante fue el embajador de Israel, Itzhak Avirán. "El magistrado debe apurarse porque ya no hay tiempo y debe demostrar que hay culpables. Galeano hace lo posible, pero necesita mucha más ayuda", señaló. El acto fue menos caliente que el de 1997, cuando sacudió a la Casa Rosada y a los propios dirigentes de la comunidad judía. Estos parecieron ayer aliviados: "Estoy conforme porque todo transcurrió con tranquilidad, sin salirse de cauce", dijo Beraja. Otros tuvieron una visión distinta. Rosa, una vecina de la zona, se quejó ante Página/12: "Esto fue muy breve y no tuvo la fuerza de la protesta del año anterior. Fue demasiado suave".
El miércoles, un bastonazo de la policía quebró los huesos de la mano de la señora Bonaparte en un acto organizado por HIJOS. Ayer, la señora Guterman fue la oradora central ante la multitud que se reunió en Pasteur y Viamonte. La charla sobre derechos humanos no había terminado el lunes en el aula, continuó durante la semana y seguirá a lo largo de todas sus vidas porque de alguna manera será parte de la identidad de esos alumnos, porque es parte de la historia de este país y de los que viven en él. Los huesos rotos de la señora Bonaparte, por un bastón policial, frente al domicilio de un torturador impune, hablan por sí mismos. La señora Guterman dijo ayer: "Se nos ataca cuando denunciamos y la realidad es que en nuestro país no existe el suficiente coraje cívico y la decisión política necesaria para que los autores intelectuales y materiales de este acto genocida sean hallados y castigados". Entre la multitud que se reunió al cumplirse el cuarto aniversario del atentado contra la AMIA había muchos adolescentes. La convocatoria a estos actos tiene un efecto de difusión silencioso y por vías imprevistas, o por lo menos se percibe así cuando se trata de generaciones distintas. Lo cierto es que el atentado a la AMIA sensibiliza a las generaciones más nuevas. Aunque han pasado nada más que cuatro años, ese fenómeno es el que construye la historia de un país. Para los autores del atentado --o por lo menos para la conexión local--, la comunidad judía no forma parte de la sociedad argentina y pretendieron demostrarlo con la explosión. En ese punto consiguieron exactamente lo contrario de lo que se proponían. En realidad, la explosión mostró que la comunidad judía es otro componente de la identidad profunda de la Argentina. La mesa sobre derechos humanos que organizaron el lunes los alumnos del ILSE lo expresó de una forma más clara. Había representantes de los pueblos indígenas, una Madre de Plaza de Mayo y un familiar de las víctimas del atentado. Ellos son parte de la problemática que comienzan a plantearse frente a la vida. Sin embargo, los autores del genocidio de indígenas, los militares golpistas y represores y los terroristas que participaron en el atentado a la AMIA también han sido producto de esta sociedad y forman parte de esta identidad que heredan las nuevas generaciones. Racistas, intolerantes y asesinos también son argentinos. Si fuera sólo una cuestión de identidad, ellos también tendrían que haber estado en la mesa. Cuando organizan una mesa de ese tipo o asisten a los actos como el de ayer, los chicos no se están preguntando quién es más o menos argentino, sino qué clase de argentinos quieren ser ellos.
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