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MI AMIGO PAULIE 7 PUNTOS ("Paulie") Estados Unidos,
1998 Por Martín Pérez Por supuesto que --como se promociona en Godzilla-- el tamaño importa. Claro que en este caso se trata de un pequeño loro y la tarea no es destruir New York, sino atravesar Estados Unidos de costa a costa. No será una empresa fácil para Paulie, aun cuando entre sus mejores atributos figura el don del habla. La maravilla (y el problema) es que Paulie no se limita a repetir lo que escucha, sino que dice lo que piensa. Algo que, tal como aprenderá durante el transcurso de la película, suele generar problemas. Un detalle para terminar aprendiendo, en particular cuando tanta locuacidad a lo único que lleva es a asegurarse la ocupación de un monoambiente enrejado, olvidado en el sótano de un laboratorio. Es en esa jaula que el noble Misha encuentra a Paulie al comienzo del film de Roberts, y el voto de silencio del loro se quebrará sólo cuando el encargado de limpieza --un inmigrante ruso que supo ser profesor de literatura en su país natal-- descubra que el mango es su comida preferida. A partir de entonces, la primera gran ironía de un film sencillo y humano como Mi amigo Paulie es que todo el viaje del loro buscando a su primera dueña es un extenso flashback relatado en primera persona por el mismísimo Paulie. "Es una larga historia", le advierte Paulie a Misha antes de comenzar su relato. "Soy ruso, no me molestan las largas historias", es la respuesta. "Ok, Chejov. Sentáte a escucharla", es su consejo. Para Paulie todo comenzó en el regazo de Marie, una hermosísima niña con problemas de dicción que recibe al loro para que lo haga su mascota. La presión de un poco comprensivo padre militar no ayuda a la niña a superar sus problemas, por lo que comienza a ir a una especialista. Con el loro, por supuesto. A Marie le muestran tarjetas con dibujos de objetos, y le piden que los nombre. Marie sabe que va a tartamudear, y se queda en silencio. A solas con el loro, en cambio, es diferente. Ella es la que le enseña a Paulie, y juntos --niña y ave-- aprenden a nombrar el mundo que alcanzan a ver. Claro que ante los ojos del padre, el loro no parece ser la mejor mascota para una niña, por lo que --luego de intentar en vano reemplazarlo por un gato-- Marie y Paulie son separados. Su reunión es una odisea durante la cual el loro aprenderá varias lecciones de vida. Y de vuelo. Sus compañeros de viaje serán una anciana aventurera (encarnada por Gena Rowlands), un músico risueño y generoso (el papel de Cheech Marin), un joven sin visión de futuro (el dúctil Jay Mohr, que en la versión original también le pone su voz al loro) y, finalmente, el bueno de Misha. Disfrutable, sensible e imaginativo, Mi amigo Paulie se destaca en principio por su correcto casting --cuyo disfrute se escapa por momentos a causa de un doblaje inescrupuloso-- y unos efectos especiales que terminan por convencer al más incrédulo de que el loro, en efecto, habla. Pero, yendo aún más allá, el gran disfrute de Paulie es su gran personaje principal: el mismísimo loro. Lejos de la caricatura, Paulie es un loro hecho y derecho, de personalidad avasallante e inmediata identificación y simpatía. Por lo cual, además de matizar el relato con una correctísima visión política --en la que los "buenos" son los inmigrantes ilegales, los tartamudos o los ancianos, y los "malos" son los científicos y (en general) los adultos poco comprensivos-- el gran logro del director John Roberts es no haberse quedado en el film infantil con animalitos, inscribiendo a Mi amigo Paulie dentro de la gran tradición del cine estadounidense de iniciación. Con un detalle: en vez de un niño (o una niña) el iniciado esta vez es un loro. Y bien que se lo merece.
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