CARLA, GUSTAVO, FERNANDA Y MURIEL, HIJOS
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Por Adriana Meyer Desde Ginebra
Todos hablan en castellano y tienen la mirada fresca. Se integraron al modo de vida europeo, pero se sienten latinoamericanos. Algunos piensan en volver al Sur para quedarse. Comen croissants con dulce de leche, toman mate y escuchan a Mercedes Sosa, Divididos o Los Fabulosos Cadillacs. Son un grupo de jóvenes que decidieron no olvidarse del drama que sufrieron sus padres, perseguidos y asesinados en la década del 70. Página/12 los contactó en Ginebra, donde viven, y éste es el reflejo del encuentro en el Parc des Cropettes, ubicado detrás de la estación Cornavin, en la ciudad que amaban Jorge Luis Borges y Jean-Jacques Rousseau. Carla Demierre tiene 18 años. Su padre es suizo y su madre, Silvia Machado, es una argentina que se fue del país en 1978. Era militante de la Juventud Comunista. Carla dice que se involucró con esa parte de la historia de nuestro país por los relatos de ella. "Era una importante parte de mi vida que no se parecía en nada a lo de acá, y que quería encontrar y conocer más. Es algo que me toca, que me interesa", dice. Gustavo Kühn cuenta que nació en Buenos Aires cuando sus padres ya estaban en la clandestinidad. Un mes después desapareció su papá, que era médico y trabajaba en los centros de estudiantes y en los dispensarios de barrios carenciados junto con su madre, la enfermera Amalia Larralde. Amalia estuvo detenida-desaparecida en la Escuela de Mecánica de la Armada durante un año. Es una de las testigos que no pudo entrevistar el juez Adolfo Bagnasco en su reciente visita porque se encuentra en misión humanitaria de la Cruz Roja en las cárceles de Ruanda.
"Apenas salió de la ESMA mi madre me tomó del brazo y nos fuimos a España", dice Gustavo. Allí Amalia se encontró con otro sobreviviente de aquel campo de concentración, el periodista Juan Gasparini, se casaron y vinieron a Suiza cuando Gustavo tenía dos años y medio. Ahora están separados. Gustavo tiene 20 y se considera argentino, pero su acento francés delata que creció aquí. "Escuchamos la misma música que nuestros padres en el pasado, son cosas viejas que ya ni siquiera se oyen allá", se ríe Gustavo. Pero cuando se le menciona el grupo Actitud María Marta, liderado por dos hijas de desaparecidos, afirma conocerlo. Gustavo trabaja ahora con el único objetivo de juntar el dinero necesario para ir a vivir un año a Buenos Aires, y decidir si quiere quedarse. Fernanda Guerrero es chilena, tiene 20 años y nació en Edimburgo, Escocia. Quiere ser socióloga. Sus padres eran militantes universitarios y se fueron de Chile a la Argentina, y luego a Inglaterra. Ella está conociendo de a poco su historia porque no quisieron imponerle sus ideas, dice, pero buscó sola sus raíces, se acercó a HIJOS y ahora no tiene dudas: quiere volver a Chile para trabajar con los indígenas. "Cuando era pequeña viví la transición, desde la época en que los milicos nos apunaban y no entendía nada, hasta la democracia y el rollo de la mentalidad de la gente. Desde el exterior siento que algo debo hacer en mi país", dice ella. Cuando se le pregunta qué es lo que tiene más presente, responde: "La tierra y un enorme deseo de estar allá, pero no en la movida de Santiago sino trabajando con los indígenas, porque para mí Chile es eso". Su padre trabaja en Unicef y su madre es profesora de castellano. Muriel Gazi tiene 24 años, nació en Córdoba y cuando tenía cuatro se escapó con su madre --que integraba el PRT--, gracias a una gestión de la Cruz Roja. Llegaron a Suiza y al poco tiempo se fueron a Nicaragua para seguir militando. Pero tuvieron que volver a Europa. Su padre siguió un rumbo distinto porque ya no estaban juntos, y Muriel tiene hermanos en la Argentina, a los que visitó el año pasado. Ahora trabaja para juntar dinero y poder pagarles el viaje a ellos. El argentino Antonio Hodgers tiene 22 años y ya es diputado por Ginebra. No pudo participar de la charla porque está en Chiapas. Natalia Rosa no es hija de desaparecidos ni de exiliados, y creció en Buenos Aires. Cuando vino a estudiar hotelería conoció al grupo y se integró. Es verano en esta parte del planeta, y los chicos se van de vacaciones. El novio de Carla aparece con un turbante árabe en la cabeza. Viene a despedirla porque parte hacia Barcelona. La mamá, Silvia Machado, fue testigo del encuentro y pidió la palabra antes de irse: "Horacio Verbitsky escribió una vez que todo lo que se olvida, reaparece después como trauma. Lo que están haciendo los chicos es trabajar contra ese trauma, y eso es importante para sus propios caminos, cualquiera sea el que elijan".
UN VIDEO, "MALAJUNTA", PROVOCO EL NACIMIENTO EUROPEO Igual que el clavel del aire
En mayo del año pasado dos integrantes de HIJOS de Buenos Aires organizaron en Ginebra la proyección del video Malajunta, de Eduardo Aliverti. Allí se conocieron todos y decidieron reunirse para organizar una agrupación similar. Ante una realidad diferente, HIJOS en Europa quedó integrada por los hijos de desaparecidos y exiliados de toda América latina. La sigla también aquí significa Hijos por la Identidad y la Justicia contra el Olvido y el Silencio. Aún no tienen un logotipo pero les gusta la idea de utilizar un clavel del aire cuando lo tengan. Son apenas quince miembros estables y otros cuarenta adherentes. Por ahora se reúnen una vez por mes en sus casas, hasta que logren fundar la "Casa de América latina", que nucleará a la futura agrupación de asociaciones latinas de derechos humanos. Han organizado proyecciones de películas como La noche de los lápices, doblada al francés por ellos mismos, participaron de un acto por el aniversario del golpe militar de 1976 y realizaron un encuentro con los refugiados kurdos, organizado por las "Madres de Kurdistán" y "Memoria Viva", en el cual estuvieron presentes integrantes de Madres de Plaza de Mayo. Están a punto de publicar un periódico de información sobre el estado de las democracias en el continente latinoamericano. El objetivo mayor es brindar ayuda a los exiliados que llegan ahora, mayoritariamente de Colombia, Perú y México. "Primero queríamos juntarnos los que tenemos una historia común como hijos de exiliados latinoamericanos, y luego decidimos hacer algo para no olvidar y para informar sobre lo que está pasando en América latina", explicó Gustavo Kühn. El método del escrache de los genocidas de la dictadura que inventaron los HIJOS porteños les parece "genial". "Hay que tener mucho coraje para hacerlo, y seguir luchando así. Como nadie lo hace, ellos toman la iniciativa y yo los admiro mucho porque lo hacen con vida, con humor y eso me parece positivo", opinó Carla Demierre. Muriel Gazi no entiende la palabra escrache, y cuando Gustavo se la explica dice "ah, la sanción social ... Yo pienso que es muy ingenioso, es un tipo de actividad diferente a lo que podemos hacer acá, que `escrachamos' a los líderes del mundo cuando vienen a la ONU. Ese es el beneficio de estar en Ginebra". Fernanda se lamenta de que en Chile sería imposible hacer algo así porque "no entra dentro de su mentalidad, que es totalmente indiferente a estos temas". Carla recuerda que cuando vino el presidente Carlos Menem a la reunión de la Organización Mundial del Comercio le llevaron una carta en forma de proclama en rima, en la cual lo criticaban duramente por su política socioeconómica y de derechos humanos. En aquella oportunidad hubo violencia en la ciudad ante la movilización de muchas organizaciones en contra del encuentro "porque simbolizaba la política económica dictada por los americanos", dice Gustavo, y sus compañeros se ríen un poco de su antiimperialismo fuera de moda. "No sólo los americanos son imperialistas, Suiza no está lejos", agrega rigurosa Muriel. Están muy informados y leen Página/12 en Internet, porque el de papel "llega pero es súper caro".
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