Por Luis Quevedo* |
Internet tiene una cantidad de información igual a la que posee hoy la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos: algo así como 30 millones de libros y folletos. Pero mientras que una biblioteca se forma gracias a un enorme esfuerzo de búsqueda, selección y ordenamiento físico y temático de diferentes materiales gráficos, Internet se formó porque miles de personas de todo el mundo han puesto en la web lo que quisieron, en el orden que quisieron y sin ningún criterio ni control. Sin embargo, la idea de "biblioteca" tampoco parece ser la más adecuada para calificar a la Internet. No sólo porque allí comienza a transitar una buena parte de las transacciones económicas, sino porque la web se está transformando en un lugar donde las personas se vinculan con el mundo y constituyen su individualidad. Y lo hacen a través de estrategias personales que van desde los relatos electrónicos o gráficos hasta la simple exhibición de su intimidad. Mientras que en el siglo XVIII la plaza, los cafés o los salones eran las pasarelas donde cada uno se presentaba ante el mundo como un ser singular, entre las cuatro paredes de su hogar privado se resguardaba una buena porción de su intimidad. En el fin del siglo XX esos muros se han transparentado y ya no resulta fácil separar lo público y lo privado como hace algún tiempo. La radio y más tarde la televisión se transformaron en lugares de encuentro, de conversaciones, de intercambios simbólicos que cambiaron la morfología de los vínculos sociales. La vida pública adoptó muy pronto un formato doméstico. Pero la historia no terminó allí. En este fin de siglo la gente ha comenzado a usar la web para relacionarse con el mundo, para establecer contactos sociales y también para exhibir su intimidad. ¿Qué pertenece a Internet y qué a los rasgos culturales del mundo que nos ha tocado vivir? Es muy difícil separar estas dos cosas. Como ha señalado G. Lipovetsky, vivimos en una época pornográfica y exhibicionista, signada por la ética indolora que ha dejado atrás la moral burguesa de la modernidad, donde la búsqueda de individualidad nos ha colocado en una nueva relación con nuestro cuerpo y nuestras formas del goce. En la televisión escuchamos todas las tardes relatos minuciosos donde las personas desnudan su intimidad. Presenciamos un verdadero strip-tease voluntario de los afectos y los sentimientos más íntimos de quienes allí concurren. En la web todo esto se multiplica simplemente porque no existen intermediarios, ni principios morales que se deban respetar. Sólo está la voluntad de cada uno para poner en el ciberespacio lo que cada uno quiera, sin ley y sin filtros que pueda imponer algún bibliotecario/censor.
* Sociólogo, profesor de la UBA y de FLACSO.
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