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De Presidente a dictador
Por Martín Granovsky

Es una lástima que no haya ninguna encuesta de 1977 o 1978 parecida a la de Hugo Haime que se publica en estas páginas. Su ausencia obliga a imaginar datos por simple olfato retrospectivo.

Hoy tres de cada cuatro argentinos creen que Jorge Rafael Videla, el dictador, debe seguir preso. Hace 20 años, dice la intuición, tres de cada cuatro pensaban que Jorge Rafael Videla, el Presidente, debía seguir en el cargo.

Ahora, uno de cada cuatro sigue creyendo, como entonces, que los militares cometieron "excesos". Entonces, lo pensaban casi cuatro de cada cuatro. O no pensaban nada. O no querían saber. O hacían que no sabían.

Videla, que hoy encarna el Mal, encarnaba hace 20 años el Bien. Curiosamente, no es la visión sobre Videla como persona la que ha cambiado. Era y es un místico austero. Sólo que, entonces, de allí salía una conclusión: un hombre así era incapaz de reunir las condiciones que le atribuían sus pocos detractores. Videla no podía ser el jefe de un régimen capaz del plan de exterminio más sistemático desde el nazismo. Hoy, en cambio, la sociedad revela que conceptualiza símbolos nuevos.

Emilio Massera no estaría de acuerdo con esta conclusión. Diría, como en el juicio de 1985, que ahí está "la veleidosa sociedad argentina". Roberto Viola murió, pero tampoco coincidiría. "Nos pedían que diéramos más leña, y hoy nos condenan como parias porque lo hicimos", diría el comandante en jefe que reemplazó a Videla. Y señalaría a Ricardo Balbín. Estaban también, por cierto, los que no reclamaban más leña, o que incluso pedían detener la masacre, pero no hicieron de ese objetivo una causa y terminaron oscilando entre la indiferencia y la complicidad. Con matices figurarían el gobierno de los Estados Unidos, el Vaticano, las conducciones de partidos como el comunismo y el radicalismo. La sociedad, el hombre común, se ubicaban entre el compromiso con la matanza, la ignorancia por miedo y la ignorancia por interés.

Sólo una minoría pensó y actuó de otra manera. La integraban las víctimas, los familiares de las víctimas, pocos periodistas, algunos políticos, los organismos de derechos humanos, algunos religiosos y una pequeña franja de tipos decentes y altruistas que no necesitan de la política ni de la ideología para ubicarse en el lado correcto de la vida.

Por eso hay dos maneras de leer la encuesta de Haime.

Una es la denuncia de la presunta hipocresía. En lugar del autoexamen, la gente estaría eligiendo un chivo expiatorio.

Otra es la aparición de una nueva cultura. Más allá del examen personal --muy necesario en términos éticos, para nada determinante en términos políticos-- la Argentina parece rechazar hoy la concentración del poder y, sobre todo, la impunidad de los poderosos como Jorge Rafael Videla, el hombre que pasó de Presidente a dictador.

 

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