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Por F. D. Soledad había instalado en el ambiente de la música una ambigua teoría de la inmutabilidad. Se decía que su poncho al viento podía devenir en un revoleo más suavizado, que su repertorio comenzaría a fluctuar en un híbrido latino, que el proyecto a futuro tendería a posicionarla internacionalmente, etc. Pero lo que estaba fuera de toda duda era su posicionamiento "político". No el de ella, claro, sino el de su entorno, que alentaba su natural apego a los clichés del nacionalismo criollo y su prescindencia absoluta (que en tanto prescindente, representaba una toma de posición al respecto) del perfil testimonial que ha caracterizado desde hace más de treinta años, a una parte del cancionero criollo. Tan arraigada estaba esta imagen de populismo apolítico (que la hizo caer tan simpática a los ojos del menemismo), que sorprendió ver a Soledad en sus presentaciones en el Gran Rex de este fin de semana, interpretando un repertorio en el que, sin abandonar el costado telúrico aluvional, también incluyó temas escritos por artistas vinculados a la militancia latinoamericanista. El fenómeno popular Soledad fue el mismo de siempre. Un teatro a full, con mayoría de jóvenes, adolescentes y niños. Gorro, bandera y vincha. Grito destemplado, pero con cierto pudor, quizás emparentado con la intimidación inconsciente que produce la prosapia del Gran Rex. Una voz que mejora lentamente. Una hermanita, Natalia, que se anima a cantar sola (esta vez le tocó la zamba "Sapo cancionero"). Soledad que se larga a cantar un tema propio, el primero de su carrera: "Canten para papá" (en rigor, le pertenece la letra, porque la música le corresponde, cuándo no, a César Isella). Y los hits de siempre, con la polenta que ya es marca de fábrica. Pero cuando apareció cantando el candombe "A mi gente", de Los Olimareños, más de uno se sorprendió. No el grueso del público, que escuchó expectante, y aplaudió como lo hace siempre que Soledad está arriba del escenario, así interprete música celta. Pero resultó un guiño, quizás imperceptible, potenciado cuando hizo la hermosa chamarrita "Pa'l que se va", nada menos que de Alfredo Zitarrosa, y luego la zamba "Si te vas", también del cantautor uruguayo. Hasta llamó la atención que no cantara uno de sus últimos caballitos de batalla, una zamba dedicada a los muertos de Malvinas que se caracteriza por llenar sus cuatro minutos de duración con golpes bajos a la sensiblería popular. De este pseudo viraje ideológico y estético (para cantar el tango "Garganta con arena" lució un atuendo tanguero de chaqueta y pantalón negro y sombrero) pueden hacerse dos lecturas: o bien pretende aggiornar su imagen para atraer al público folklórico que hasta ahora no "compró" su propuesta, o se trata de un maquillaje sugerido por uno de sus principales sponsors, Canal 13, al que no le conviene auspiciar a una artista con los vicios de incorrección política que desnudaba Soledad. En cualquier caso, resulta llamativo que esta aproximación a autores latinoamericanos comprometidos políticamente coincida con el desembarco de Emilio Estefan (esposo y manager de Gloria Estefan) en su vida artística. Es sabido que el marketing y los números superan cualquier especulación de tipo ideológico, pero también es cierto que el target del productor se encuentra en los antípodas de Zitarrosa o Los Olimareños. Es difícil, entonces, vaticinar para dónde puede arrancar Soledad. Ella se sube al escenario y canta. La andanada de hits se mantiene inalterable: "A don Ata", "Alma, corazón y vida", "Que nadie sepa mi sufrir", y el nuevo himno festivalero: la indestructible chacarera "Dejame que me vaya". Esto recién empieza. El fin de semana que viene seguirá la fiesta, y es casi seguro que el mes de agosto se adherirá en forma total a la solemanía. Lo que pase después, es todavía una incógnita. Es probable que ni siquiera Soledad lo sepa.
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