Esta mañana la pantalla de mi computadora se vio colmada por mensajes de Internet --esta forma posmoderna de comunicarse-- con una pregunta que me hacían amigos de diversos lugares del mundo. Estados Unidos, Brasil, Perú y Francia lanzaban la pregunta que en definitiva siempre me hacen cada vez que viajo al exterior: ¿Es real lo que Raúl Kollmann cuenta en Página/12 de ayer? ¿Hay un alerta roja en relación con la comunidad judía? De inmediato leí en la nota de Kollmann una aclaración esclarecedora: "Un 15 por ciento de la población con características discriminatorias". Mis ojos no se pudieron desprender de las reproducciones de las llamadas telefónicas recibidas en el programa "Zoo", aunque no me llamaron la atención. A esta altura, tras años de groseros epítetos que más de una vez recibí en la calle, amenazas telefónicas y hasta sofisticadas observaciones intelectuales imbuidas de un aire prejuicioso, una sola cosa me subleva: la llamada de una tal Alejandra que dice que le gustaría ver a los judíos en las calles defendiendo otras causas en nuestro país. Este tipo de expresión intolerante que utiliza un argumento falaz nos pide a los judíos mayores actos de argentinidad que al resto de la ciudadanía. Pareciera indicar que lo judío asusta porque resulta extranjero y por lo tanto se le debe demandar una obligación "plus" para no transgredir el mandato nacional. La exigencia de esta obligación adicional no es otra cosa que la resultante de la misma mentalidad autoritaria, que se manifestó en la Semana Trágica, en el ejército pseudoprusiano del general Uriburu, en las filas de Tacuara y en los años del Proceso en los que al secuestrado judío se le aplicaba una tortura "plus" por su propia y riesgosa condición. Expresiones como las de Alejandra permiten comprender mejor que la ideología remanente del gobierno militar del '76 es parte del caldo de cultivo que permitió que en el '94 muriesen 86 seres humanos. Por lo tanto, ¡cuidado! La luz de alarma no se prende por los judíos. Va más allá. Es la esencia de la propia democracia que, avejentada en sus vicios de siempre a pesar de sus pocos años, se pone en peligro. Y esto a diferencia de Internet no es para nada virtual. * Rabino. |