Por Martín Granovsky |
Carlos Menem parece resuelto a convertir su debilidad en un signo de fortaleza. Cuando puso la re-re a hibernar, sus amigos imitaron a Lavoisier. Transformaron la derrota en un gesto histórico de renunciamiento. Y ayer volvieron a hacerlo: difundieron como un éxito diplomático la felicitación de Bill Clinton a Menem tras la suspensión del sueño presidencial. Es una forma sutil de cambiar la realidad. Contra lo que suele suponerse, el Departamento de Estado no se obsesiona con la reelección de Menem. Ni favor ni en contra. A Washington le gusta el presidente argentino. Nadie como él en América latina pagó parte de la deuda externa, al capitalizar la deuda de las empresas públicas, ni se alineó con tanto fervor con la Casa Blanca en cuanta batalla se librara en el mundo. Y, por otra parte, el gobierno de los Estados Unidos ya lo conoce, lo cual es una ventaja en sí misma para un país que gusta moverse con escenarios previsibles. Pero Washington no ha movido un dedo para impulsar la re-re. Sus voceros repitieron una fórmula: "Si los argentinos no violan la Constitución, nosotros no tenemos nada que decir". La pregunta es si, al mismo tiempo, se opuso activamente a la perpetuidad de Menem. Y la respuesta vuelve a ser la misma: no lo hizo porque esperaba que el sistema político argentino fuese capaz de hallar por sí mismo una forma de digerir el sueño de eternidad de su político más audaz. Naturalmente, Washington no siempre espera. Muchas veces actúa. Pero cuando detecta que la espera no le produce costos, como en el caso argentino, prefiere no intervenir de más. Y tampoco de menos: felicitar a un Presidente porque ha decidido no seguir buscando la reelección es una forma de tomarle la palabra. Como Menem, Clinton es un político pragmático, pero suena difícil que dentro de cuatro o cinco meses, si Carlos gira hacia la re-re, Bill lo felicite por eso. Lo curioso es que el gobierno de los Estados Unidos no dio su versión sobre el
diálogo de Clinton con Menem, sino que fue Menem quien lo hizo. Ahora ya no importan,
entonces, los términos exactos de la conversación. Políticamente importa más que Menem
haya querido difundirlos. ¿No es absurdo que el propio Menem se tome la palabra? No lo es
para Menem, preocupado por llegar hasta el final con el respeto del establishment y sus
símbolos y, a secas, por llegar hasta el final. Hasta el 10 de diciembre de 1999 falta
mucho. Los Beatles dirían que se viene un largo y sinuoso camino. Menem diría otra cosa,
casi un proverbio: si hay fragilidad, que no se note. |